El consiste en que las demandas de hoy no comprometan las necesidades de mañana. Las energías renovables o la economía circular son dos activos prometedores para contrarrestar los procesos de descarbonización y descentralización

La sostenibilidad ha escalado en la lista de prioridades empresariales y sociales durante las últimas décadas hasta alcanzar los primeros puestos. No por capricho, sino por necesidad. El mundo ha alcanzado unas cotas de interdependencia nunca antes vistas, y con mayor frecuencia sufrimos problemas transfronterizos. Catástrofes como la deforestación, el derretimiento del Ártico, la escasez de recursos naturales y, en definitiva, el cambio climático. Una amplia gama de argumentos ha puesto sobre la mesa la necesidad de priorizar un desarrollo sostenible y situarlo en el centro del negocio, que requiere un mayor porcentaje de profesionales formados en la materia.

El desarrollo sostenible consiste en que las demandas de hoy no comprometan las necesidades de mañana. Para ello es necesaria una conciencia colectiva de conservación del medioambiente que algunos ya elevan al modelo kantiano del imperativo categórico: actúa de la manera en la que te gustaría que todo el mundo actuara. Si se aplica a nuestro planeta, todos deberíamos obrar de la manera más adecuada para protegerlo. Por esta razón, la sostenibilidad es conveniente entenderla como una labor holística que interpela tanto a autoridades como a empresas y ciudadanos de a pie. A todos en general, aunque no de la misma manera. Es importante saber qué puede hacer cada grupo para no caer en mitos. «En los últimos años hemos visto a los consumidores más interesados en las políticas corporativas relacionadas con problemas sociales y de medioambiente. A medida que este comportamiento consumidor evoluciona, los negocios deberán ser capaces de cubrir lo que los clientes demandan», señala John E. Fernández, profesor del programa online Sostenibilidad: Estrategias y Oportunidades para la industria, impartido por MIT Professional Education.

Para evitar que este tipo de percepciones obstaculicen el camino hacia el desarrollo sostenible, es crucial que los profesionales, desde el rango más alto hasta el más raso, y de cualquier tipo de sector, apuesten por la formación. De lo contrario, las empresas no verán beneficio alguno ni sabrán cómo transitar hacia estas prácticas, y los ciudadanos sentirán coaccionado su comportamiento tradicional. La formación no debe ser invasiva, sino didáctica. Requiere familiarizarse con conceptos como la economía circular, la eficiencia de los recursos y el nacimiento de nuevas tecnologías -robótica, machine learning, inteligencia artificial, etc.- cuyo uso conducen hacia una economía sostenible.

La integración de estos conocimientos será lenta, porque no es fácil adaptarse a un entorno volátil y en constante cambio, pero será continua y progresiva. «Solo hay un 6% de economía circular a nivel mundial. Esto significa que el 94% restante acaba siendo residuo. El lado positivo es que hay mucho que trabajar, mucha oportunidad. Hay mucha riqueza en ese 94% de flujos», explica el profesor Fernández.

En este siglo XXI, la ciudadanía está siendo cada vez más consciente del impacto irreversible que algunas de sus actividades tienen sobre el medioambiente. Muy lentamente, los individuos adoptamos pequeños cambios en nuestro día a día como el reciclaje o la reducción de utilización del plástico. Las empresas, por su parte, también llevan años priorizando la sostenibilidad en sus hojas de ruta. Si bien antes el interés era más estético, para mejorar la reputación de imagen y atraer más inversiones, actualmente las empresas buscan que sus actividades estén en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una iniciativa impulsada por Naciones Unidas ().

El sector empresarial es muy variado, como lo son también sus actividades y, por lo tanto, el impacto de estas en el medioambiente también es diverso. Cada industria es un mundo, por lo que tienen sus y oportunidades particulares. La prioridad es que los encargados de tomar decisiones en las distintas industrias sean los primeros en formarse en el desarrollo sostenible y las nuevas tecnologías. Primero, porque la sostenibilidad y la rentabilidad van de la mano. Las energías renovables o la economía circular son dos activos prometedores para contrarrestar los procesos de descarbonización y descentralización. Impulsar su consolidación hará negocios más rentables y generará empleo a la par que disminuirá la huella ambiental. Y, en segundo lugar, como indica el profesor Fernández, «las empresas tienen que involucrarse porque sus acciones modifican nuestro futuro». Por lo tanto, la rentabilidad y su influencia son los dos factores que las empresas harían bien en explotar como atractivos para fomentar el desarrollo sostenible.

El cambio climático, y todas las consecuencias aparejadas a su creciente impacto, son uno de los grandes desafíos de este siglo XXI. El margen de maniobra es mínimo. Los expertos reconocen que todo lo que se haga a partir de ahora servirá para reducir la situación, pero no para revertirla. Las futuras generaciones mirarán hacia atrás y juzgarán nuestro comportamiento si no nos esforzamos en controlar la situación.

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