El nuevo secretario de Gobernación es un enigma para la política nacional. Nadie lo conoce. Es un cuadro local de Tabasco, amigo del Presidente. Estos días he leído dos versiones sobre Adán Augusto López Hernández. Una lo pinta como buen negociador. Otra como un autoritario que legisló para concentrar el poder en el Ejecutivo de su estado. Cuando hay dos versiones tan diferentes se comprueba el desconocimiento del personaje.
Llama la atención el nombramiento tomando en cuenta que AMLO tenía buenas alternativas para sustituir a Olga Sánchez Cordero. Políticos de estatura nacional y probada eficacia operativa como Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal. El problema es que ambos aspiran a la candidatura presidencial de Morena y, como AMLO prefiere a Claudia Sheinbaum para esta posición, supongo que no quiso echar mano de estos dos cuadros.
Pero el Presidente tenía otras opciones, como el subsecretario Alejandro Encinas, quien tiene buena reputación política, sabe negociar, pero también meter la pata dura cuando se necesita. Alternativas no le faltaban al Presidente para Gobernación. Se decantó por su paisano, quien nunca ha tenido un puesto en el Ejecutivo federal. López Hernández estará obligado a aprender, muy rápido, que no es lo mismo la política tabasqueña que la nacional. Suerte en esa faena.
Este movimiento hay que entenderlo como parte de la lógica presidencial de mover las fichas conforme comienza la segunda parte del gobierno. Es la mitad menguante donde los presidentes inevitablemente van perdiendo poder. Y es que el ciclo sexenal es implacable. Por más que López Obrador sea el Presidente más poderoso que hayamos tenido en mucho tiempo, inexorablemente irá debilitándose hasta que llegue el día que entregue la banda y se retire a su rancho.
El debilitamiento comenzó el seis de junio con las elecciones intermedias. A su partido, Morena, le fue bien tomando en cuenta los pobres resultados del gobierno. Pero perdieron escaños en la Cámara de Diputados, de tal suerte que dependerán del PT y del Verde para tener la mayoría absoluta que les da derecho a reformar las leyes y aprobar el presupuesto anual. La “Cuarta Transformación” depende, en este sentido, de dos de los partidos más corruptos e impresentables de la partidocracia mexicana.
Ni se diga lo lejos que quedaron de la mayoría calificada para reformar la Constitución. En la Legislatura que termina esta semana, Morena, junto con el PT y el Verde, alcanzaba dicha mayoría. Ahora requieren de otro partido para formarla. AMLO ha dicho que podría ser el Partido Revolucionario Institucional. Sí, el PRI…
Por lo pronto, ya vimos que no será nada fácil conseguir los votos en el Legislativo para aprobar las reformas constitucionales que ya anunció el Presidente: la electoral, la eléctrica y la integración de la Guardia Nacional a la Sedena.
En los hechos, ya observamos el debilitamiento del Poder Ejecutivo. López Obrador ordenó que se llevara a cabo un periodo extraordinario del Congreso para aprobar la ley sobre la revocación del mandato. Para tal efecto, se requería una mayoría calificada de dos terceras partes de la Comisión Permanente. En dos días vimos cómo no pudieron obtener esa votación en un par de ocasiones. El gobierno no logró doblar a la oposición. De esta forma, el Presidente perdió demostrándose que su voluntad no será fácil de cumplirse como ocurrió durante la primera mitad de su sexenio.
Pero, además, en esta segunda mitad está el siempre espinoso problema de la sucesión presidencial.
Extrañamente fue el propio Andrés Manuel López Obrador quien dio el banderazo anticipado para comenzar este proceso después de las elecciones intermedias. Todo para medio destapar a su candidata preferida, Claudia Sheinbaum. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México lleva mano, pero no será fácil que acepten esta decisión otras alternativas como Ebrard o Monreal, quienes ya están en proceso de construcción de sus campañas, dentro o fuera de Morena. Todo lo cual complicará la operación política del Presidente en la segunda mitad de su periodo.
AMLO sigue teniendo una tasa de popularidad alta. Alrededor del 60% aprueba la manera como está gobernando al país. Además, gracias a su genio comunicativo, controla la agenda pública. Se habla de los temas que él pone en su conferencia matutina de prensa. Pero ya va de salida porque así es el ciclo presidencial: implacable. Él lo sabe. Por eso está moviendo sus fichas para mantener lo más posible el gran poder que todavía tiene, pero que día con día inexorablemente irá perdiendo conforme vaya transcurriendo la segunda mitad del sexenio, la menguante.
Twitter: @leozuckermann