Para Nacho Calderón L.,
habitante de las preguntas.

Los ataques terroristas de ayer hace veinte años renovaron con brío una de las condiciones de la vida, la incertidumbre. No sólo cayeron edificios insignia, también se cimbró la estructura de la certeza, si acaso tiene una, pues de alguna forma los vaivenes de la muestran periodos de estabilidad y rupturas, momentos para replantear el estado de las cosas e incluso el sentido de la vida. La pandemia que aún padecemos es muestra de ello. Entender la incertidumbre como condición permanente y no pasajera, podría sumar no sólo a nuestra estabilidad emocional sino a tener mejores formas de encarar el futuro.

Aceptar la incertidumbre como compañera de viaje hace que pasemos de combatirla a tenerla como recurso. La diferencia es abismal. Quizá esto sea menos fácil de entender para las generaciones , acostumbradas a certezas inéditas, tanto en aspectos trascendentes como en cuestiones banales. Buscar un domicilio hace cuarenta años requería paciencia, intuición y hasta suerte. ¿Hace cuánto tiempo no bajas la ventanilla del auto para preguntarle algo a un peatón? Ahora existen aplicaciones que te guían de un punto a otro, alimentan la certeza, esa sensación de estar en control.

Otrora, el parto de un bebé presuponía un momento de sorpresa en cuanto al género de la criatura, tenía una dosis de incertidumbre. Hoy la tecnología permite que los padres conozcan anticipadamente si tendrán niña o niño. Para algunos sectores de la población existen rituales exóticos llamados «gender reveal» (el anglicismo es odioso, pero condicionante en la práctica). ¿Es que ahora se está menos preparado para aceptar la incertidumbre? ¿O tal vez son pequeñas victorias de certeza personal, ante un mundo incierto?

La tecnología aumenta nuestra sensación de control, por ende, de certidumbre. Vivimos por instrumentos. Lo que hoy nos parece incierto sería fuente de certeza para otras generaciones. El no-saber de ayer dio como resultado la creación de seres míticos; había que pedirle a un dios de la lluvia para que regara las cosechas. El saber de hoy predice, con razonable aproximación, las posibilidades pluviales. Aun así, sentimos incertidumbre por el cambio climático. El punto es que la incertidumbre siempre ha estado ahí.

En el final de la obra de El embustero en su enredo, de José Ricardo Morales, el protagonista dice al final: «vivo en este mundo de todos que no es el mío», ¿existe un mayor estado de incertidumbre? Quizá cuando Jim Morrison escandalizó a padres y abuelos en los sesenta al gritar: «¡Queremos el mundo, y lo queremos ahora!», en realidad era un clamor por la certidumbre, no por la posesión.

Aceptar la incertidumbre como una de las certezas de la vida es clave. Implica, hacia el futuro, abrirse a posibilidades, y respecto al pasado, encontrar sentido viendo las cosas en perspectiva. Como aquel cuentecillo filosófico que resiste el paso del tiempo y la apropiación multicultural, en la que a un granjero se le escapa su caballo, con el que araba la tierra. Lo consuelan los vecinos: «qué mala suerte», y él respondía: «mala suerte, buena suerte, quién sabe». Al tiempo, el caballo regresa con caballos salvajes, de los que el granjero se adueña. Los vecinos festejan: «qué buena suerte», y el acotó: «buena suerte, mala suerte, quién sabe». Uno de esos caballos tumbó al hijo del granjero, se le rompió una pierna. Los vecinos lamentaron: «qué mala suerte», el padre dijo: «mala suerte, buena suerte, quién sabe». Estalló la guerra y el hijo del granjero, por su convalecencia, no fue reclutado para el combate. «Qué buena suerte», apuntaron los vecinos…

Vivir con la incertidumbre es, necesariamente, aceptar que las preguntas son parte de la existencia, y más que tener la respuesta, aprender a vivir con las preguntas. En Cartas a un joven poeta, Rainer Maria Rilke, escribió: «… quisiera pedirle (…) que tenga paciencia con lo que no está aún resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas por sí mismas, como habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña». Eso es la vida ¿no?, un conjunto de habitaciones cerradas que vamos abriendo poco a poco, ante cuyas puertas cargamos los ¿qué pasará si la abro?, ¿qué pasará si no la abro?

La incertidumbre es el lado más humano de la vida.

@eduardo_caccia

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