Desde que yo tengo memoria he escuchado la cantaleta de la unidad de los pueblos latinoamericanos. Discursos muy bonitos donde se habla de una supuesta hermandad, pero sin un contenido que lo sustente. La realidad, como vimos el pasado fin de semana, es que los países de América Latina están, como siempre, divididos.

En Palacio Nacional se llevó a cabo la Cumbre de jefes de Estado y de de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (). La gran nota de la reunión fueron los enfrentamientos verbales entre los presidentes de Paraguay y Uruguay, por un lado, y los de y , por el otro. Los primeros criticando a las dictaduras de izquierda de la región, los segundos defendiéndose a capa y espada.

En lo personal, me gustaron estos desencuentros. Nos demostraron lo que es obvio, es decir, que en la región hay un amplio espectro de diferencias políticas. Aquí tenemos desde un régimen de partido único, el comunista cubano, hasta una de las democracias liberales más consolidadas del mundo, como Uruguay. Entre estos dos extremos hay un tutti frutti de regímenes imposible de poner de acuerdo hasta en los temas más sencillos: populismos de derecha (Brasil, El Salvador), populismos de izquierda (Argentina, Bolivia), dictaduras (Nicaragua, Venezuela) y democracias endebles (, Colombia). No es gratuito, con visiones políticas tan distintas, que no haya acuerdos de sustancia y sí choques verbales en nuestra región.

En este sentido, resulta francamente utópica la propuesta del presidente López Obrador de formar una especie de comunidad económica como la europea, que incluya a América Latina, el Caribe, y Canadá. El hemisferio completo. Un sueño magnífico, pero, eso: un sueño. Muy bonito de visualizarlo, imposible de lograrlo.

Europa pudo construir una comunidad de este tipo, que eventualmente se convirtió en una unión política, después de muchos siglos de guerrear entre ellos. Acabada la , con un continente en franca decadencia y entre dos nuevas súper potencias (Estados Unidos y la Unión Soviética), los europeos decidieron dar el paso para una mayor integración económica y política.

Esto fue posible porque todos los miembros fundadores de la comunidad europea (Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos) tenían un régimen democrático liberal. No aceptaban dictaduras. La expansión fue a países democráticos. Portugal y España sólo pudieron entrar cuando se terminaron sus regímenes dictatoriales.

Así que, como sueño, está muy bonita la propuesta de de una integración americana. En eso quedará.

Más allá de las fantasías, el Presidente de México tuvo un fin de semana muy intenso en materia de relaciones exteriores, un tema que no le importa mucho.

Después de escuchar muchos discursos, como siempre quedó el trabajo previamente acordado por los equipos diplomáticos. Una declaración de 44 puntos que incluye mucha paja y algo de grano.

Paja como el acuerdo número 22: la Celac “reconoce que la constituye un segmento significativo de nuestras poblaciones, se compromete a proveerle mayores oportunidades y dotarla de las habilidades y conocimientos necesarios para alcanzar sus metas deseadas y facilitar su completa participación en los procesos de toma de decisión en el desarrollo sostenible de nuestras sociedades”. Ya pueden dormir tranquilos los de América Latina, que los políticos están pensando en cómo darles más oportunidades.

Sin embargo, algo de grano hay en cuatro acuerdos relacionados con un tema que está agobiando a varias naciones de la región: la migración.

Aquí los compromisos son muy rimbombantes: proteger los derechos humanos de los migrantes; procurar una migración responsable, segura, ordenada y regular; facilitar las vías para la regularización migratoria; rechazar la criminalización de la migración irregular y toda forma de racismo, discriminación racial, xenofobia y discursos de odio; fortalecer los sistemas de protección internacional de los países de tránsito y destino en toda la región.

No son poca cosa. En el caso mexicano, el gobierno tendría que transmitir de inmediato estos acuerdos a la Guardia Nacional y al Instituto Nacional de Migración, que están conteniendo a los migrantes centroamericanos, haitianos y cubanos en el sur de nuestra frontera. Porque una cosa es firmar con otros jefes de Estado compromisos que suenan muy bien en el papel, y otra es hacerlos realidad en la práctica.

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