Hace mucho que no escribo sobre la violencia e inseguridad en el país. No es porque el problema se haya resuelto. No. Lo que pasa es que todos nos hemos acostumbrado a ella. Ya no nos escandalizamos como antes. La inseguridad se ha normalizado al punto que un asesinato masivo difícilmente atrae la atención del público. En los medios ya no se debate el tema como en el pasado. Ante los malos resultados, los gobiernos tienen el incentivo de soslayar el problema. Mejor hablan de otras cosas.
Convivimos con el elefante en la sala como si no existiera. Sin mirarlo, le damos constantemente la vuelta. Es un despropósito. Yo, como columnista, debería escribir más sobre este asunto. Pero sé que usted está hasta el copete de escuchar sobre homicidios, extorsiones y robos. En este sentido, entiendo que muy probablemente no quiera leer mi columna si la dedico a este tema. Hartos, usted y yo estamos en lo que los sicólogos llaman la “negación”, un mecanismo de defensa de la mente donde preferimos desconocer conflictos o situaciones dolorosas.
No queremos ni ver ni hablar de la realidad. Pero ahí está presente.
El otro día, en una conferencia sobre la recuperación económica en México, uno de los presentes me preguntó por qué no consideraba la inseguridad como factor determinante en el crecimiento del Producto Interno Bruto. Está comprobado empíricamente que en los países donde existe seguridad, los costos de transacción son más bajos, prevalecen mejores condiciones para invertir y se genera un mayor crecimiento económico. En este sentido, claro que la inseguridad está ralentizando la recuperación del PIB mexicano. ¿Por qué, entonces, no mencionarla como factor determinante?
La respuesta es muy triste: porque la violencia e inseguridad ya no es una variable, sino una constante en México.
Es lo que ha ocurrido durante el sexenio.
La violencia se aceleró cuando el presidente Calderón le declaró la guerra al crimen organizado a principios de su sexenio. Durante los dos últimos años cambió la tendencia a la baja por una modificación de la estrategia del gobierno que se concentró en combatir al grupo delincuencial más violento en ese entonces, Los Zetas. La tendencia continuó disminuyendo durante los dos primeros años de Peña. Luego hubo otro punto de inflexión y volvió a crecer a los niveles más altos desde 1990. Llegó López Obrador a finales de 2018 y, desde entonces, se estabilizó la curva de homicidios por cada cien mil habitantes en 29. Ni siquiera la pandemia tuvo un impacto a la baja en los asesinatos, como sí lo tuvo en los robos que, en cuanto acabó el confinamiento, volvieron a crecer.
Este gobierno no ha cumplido su promesa de resolver la inseguridad. López Obrador lo ha reconocido, aunque lo justifica por la falta de crecimiento y oportunidades económicas de los gobiernos anteriores. Bueno, pues en este rubro el gobierno actual tampoco ha dado buenos resultados.
Y no se ve nada bien lo que viene en el resto de este sexenio. AMLO está haciendo exactamente lo mismo que Calderón y Peña: encargarle el problema de la inseguridad pública a las Fuerzas Armadas. Comprobado está que no es la solución. El Ejército y la Marina no son buenos policías. La solución de fondo es construir instituciones sólidas que combatan la impunidad, principal causa de la violencia e inseguridad. Requerimos buenas policías, fiscales, jueces y cárceles. Apostarle a una Guardia Nacional militarizada va a generar el mismo resultado fallido que en el pasado. Como reza el dicho, “locura es hacer una y otra vez lo mismo esperando resultados diferentes”.
Lo que hoy sí es distinto es el nivel del empoderamiento de algunos grupos delincuenciales. En diversas regiones hacen y deshacen a su antojo sin el menor recato. En Acapulco, llevan lustros controlando el puerto a balazos. Una gran parte de los negocios pagan “cuotas de piso”. Hace unos días, con toda impunidad, incendiaron uno de los edificios icónicos de Acapulco: la discoteca Baby’O. Una demostración de fuerza para dar la bienvenida a las nuevas autoridades municipales y estatales. “Aquí nosotros mandamos”.
Espero, estimado lector, que usted haya leído todo este artículo sobre un tema que, yo sé, nos incomoda a todos. Pero no por costumbre debemos cometer el error de negar su existencia. La violencia e inseguridad deben dejar de ser una constante en México para convertirse en variables a la baja. Tenemos que empequeñecer al gran paquidermo para sacarlo definitivamente de la sala.
Twitter: @leozuckermann