Fue López Obrador el que abrió el juego de la sucesión presidencial de 2024. Sobre los posibles candidatos de Morena, el 5 de julio pasado dijo en su conferencia matutina: “Del flanco progresista liberal hay muchísimos como Claudia, Marcelo, Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle, bueno, muchísimos, afortunadamente hay relevo generacional”. Sus razones tendrá el Presidente al adelantarse tanto, cuando lo acostumbrado era aguantarse lo más posible para abrir el proceso de nominación del candidato presidencial de su partido.
Como era de esperarse, esto alborotó a la política nacional.
Pronto quedó claro que la favorita de AMLO es Claudia Sheinbaum. Como dice el cliché, una imagen dice más que mil palabras. El 29 de agosto apareció la foto del Presidente señalando a la jefa de Gobierno en una clara alusión de “es ella”. AMLO, que no da paso sin guarache, sabía perfectamente cómo se interpretaría este retrato.
Sheinbaum ya comenzó su campaña. Lleva semanas recorriendo el país. A veces va a las giras con AMLO. En otras, acude a la toma de posesión de los nuevos gobernadores surgidos de Morena. También viaja a inauguraciones de eventos en los estados. De acuerdo con las encuestas, todavía tiene bajos índices de reconocimiento de nombre, por lo que requiere darse a conocer más allá de la capital.
Todos los presidentes tienen un plan B, en caso de que les falle el A en la sucesión. Marcelo Ebrard parece serlo. Ya también dijo que quiere ser el candidato presidencial de Morena.
Para tal efecto, ha utilizado su plataforma como canciller. Igual recibe a Evo Morales en México que se toma fotos con el presidente Joe Biden en la COP 26. Si la de Sheinbaum es una
campaña interna, la de Marcelo es externa.
Cuando AMLO abrió el juego sucesorio, no mencionó a Ricardo Monreal. Éste, sin embargo, salió rápido a aclarar que también buscaría la candidatura de Morena. Desde entonces empezó su campaña utilizando su plataforma como líder de ese partido en el Senado.
Ahí van los tres, más los que se acumulen en el largo camino rumbo al 2024.
Pero en 2024 no sólo se cambiará la Presidencia, sino cientos de puestos de elección popular, tanto federales como locales. A éstos hay que sumar los que vienen antes en 2022 y 2023. Y, como Morena es el partido con mayores preferencias en las encuestas, pues la lucha por esas candidaturas es y será feroz. Esto explica los conflictos que ya se están viviendo dentro de ese partido.
Veamos lo ocurrido el fin de semana pasado. De manera virtual, se reunió el Consejo Nacional de Morena donde afloraron las diferencias. Paco Ignacio Taibo II, del ala más radical, dijo que “Morena está en gresca permanente por la obtención de cargos, elige a sus candidatos de maneras muy discutibles […] temas laborales nos son ajenos, los temas de la sociedad nos son ajenos. ¿Qué tenemos en realidad? Un partido cargado de desprestigio”.
Taibo se fue duro contra el dirigente nacional del partido, Mario Delgado: “Mario, si no entiendes qué piensa el país de Morena, renuncia, no hay bronca”. También censuró a Monreal por supuestamente haber promovido candidaturas en contra de Morena en la pasada elección, algo que también piensan en el Palacio del Ayuntamiento después de los adversos resultados de Morena en los comicios capitalinos.
Otro miembro del ala radical de Morena, John Ackerman, utilizó su columna del lunes en La Jornada para volver a criticar a la dirigencia de su partido. Según él, hay un movimiento “silencioso pero potente” que quiere rescatar a Morena “de las manos de los oportunistas que quisieran convertirlo en un nuevo PRI”.
Eso fue el fin de semana. A eso hay que añadir las críticas de otros morenistas conspicuos como Irma Eréndira Sandoval y Gibrán Ramírez. Hasta ahora, el cemento de Morena ha sido López Obrador. Es lo que mantiene unidos a facciones que no sólo tienen intereses diferentes, sino ideologías enfrentadas.
Claramente están saliendo a la superficie las divergencias en la medida en que el próximo candidato presidencial no será AMLO. Súmese a eso la lucha política por tantas candidaturas en los años venideros. Por eso, Morena es una especie de PRD, pero en esteroides. Nunca los perredistas acumularon tanto poder como los morenistas de hoy. Y si siguen por el mismo camino, llegarán al mismo destino, es decir, a la fractura partidista. A menos que el gran líder de Palacio Nacional ponga orden en un partido que ha fracasado en construir instituciones para resolver sus conflictos internos.