Al momento de escribir estas líneas, domingo 12 de diciembre, la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla, no ha querido dialogar con los estudiantes del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) que están en paro por la imposición de José Antonio Romero Tellaeche como director de esa institución.
Se iban a reunir el jueves pasado, pero Álvarez-Buylla, sin explicación de por medio, canceló el diálogo. El viernes, estudiantes y maestros del CIDE llevaron una mesa a la entrada del Conacyt con la intención de invitar a su directora a dialogar. Álvarez-Buylla nunca apareció.
Algunas voces comienzan a comparar el conflicto de los estudiantes del CIDE con lo ocurrido en 1968. En lo personal, hasta este momento, me parece que es estirar mucho la liga en términos comparativos. Sin embargo, sí hay un elemento común con los dos acontecimientos: la renuencia del gobierno a escuchar las demandas de los estudiantes, negociar con ellos y llegar a un acuerdo.
Aunque en agosto de 1968, el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, llamaba al diálogo a los estudiantes y profesores, éste nunca se dio.
Para el presidente Gustavo Díaz Ordaz, el movimiento estudiantil era una amenaza política y, conforme se fueron acercando los Juegos Olímpicos, el gobierno fue cerrándose cada vez más. Nunca quiso dialogar, a pesar de que los estudiantes insistían. El Consejo Nacional de Huelga lo definió muy bien: se estaban enfrentando a un “régimen sordo”.
Bueno, pues hasta hoy, es lo mismo con los estudiantes del CIDE. Enfrente tienen a un gobierno sordo que, en lugar de abrirse a la posibilidad de una solución negociada, se ha encerrado, como si este tema fuera un asunto de sobrevivencia política para la llamada Cuarta Transformación.
La sordera del gobierno de Díaz Ordaz se debe entender como la típica respuesta de un régimen autoritario que se cierra a piedra y lodo frente a movimientos sociales que ponen en peligro la legitimidad y estabilidad del régimen. Los gobernantes en turno saben que, si acceden a las peticiones de los estudiantes, luego se dejarán venir los campesinos, petroleros, maestros, indígenas y todo aquel que tenga una demanda económica, política o social. Tienen, en este sentido, una debilidad estructural: no se pueden dar el lujo de abrir ni un poquito la posibilidad de negociar presionados por paros o movilizaciones. Comprobado está que los regímenes autoritarios comienzan a resquebrajarse cuando comienzan a abrirse y liberalizarse.
Situación muy diferente a la de hoy, que tenemos, todavía, un régimen democrático. De hecho, quienes nos gobiernan han sido una fuerza política que ha utilizado las movilizaciones sociales para dialogar y negociar. Resulta ridículo, hipócrita y hasta traicionero que, ahora que están en el poder, se hagan los sordos. No tienen por qué hacerlo. Su legitimidad es democrática. Nada pierden al sentarse a discutir con un grupo de muchachos y profesores que han puesto sobre la mesa demandas muy sensatas.
Además, a diferencia de 1968, este gobierno no tiene la alternativa represiva. De ninguna manera los veo utilizando a la Guardia Nacional o a las Fuerzas Armadas a fin de recuperar las instalaciones del CIDE que han tomado los estudiantes. Lo más que podrían hacer es montarse en su macho apostándole a que algún día se cansen los estudiantes y retiren su paro. Pueden ser estas vacaciones, el año que viene o hasta 2024. Y, mientras tanto, el CIDE se pudrirá lentamente. Algunos profesores y alumnos, cansados por la falta de resolución, migrarán a otras praderas.
Este lunes, Álvarez-Buylla ha convocado a un nuevo diálogo con los estudiantes, profesores y empleados del CIDE. Pretende “arrancar una agenda de trabajo” para resolver el conflicto confiando en “la vía del diálogo, la razón y el derecho”. Espero que ahora sí cumpla con su compromiso.
Ojalá el Conacyt entienda que la comunidad del CIDE no quiere a Romero Tellaeche como su director. Este personaje, desde que llegó como interino, ha alienado a los profesores y estudiantes. Torpemente entendió que su trabajo era cambiar a la institución cual chivo en cristalería. Así no se va a lograr ningún cambio. Lo único que ha conseguido este gris economista, que ni siquiera vive en la Ciudad de México, es la sonoridad de un pequeño movimiento estudiantil que, hasta hoy, ha puesto en predicamento a un gobierno democrático, más sordo y cerrado como en las peores épocas del autoritarismo del siglo pasado.