En el lejano 1973 mi infancia estaba rodeada de tecnología que los de hoy podrían calificar de paleolítica (como sus pares del calificarán a la actual). Suponiendo que tengo lectores nacidos en este siglo, haré descripciones. Escuchaba en una consola, un enorme mueble estilo credenza, que funcionaba cuando no se iba la energía eléctrica. En la televisión había, nada más, dos canales y la programación se daba solamente durante ciertas horas del día (sí, quiere decir que había horarios en los que prendías el aparato y no se veía nada). Mi afición futbolística se anidó escuchando narraciones de futbol en la radio del automóvil de mi papá, pues en donde vivíamos (Cuernavaca) no transmitían los partidos de aquel glorioso equipo azul, que en 1973 sumaría su segunda corona al hilo (y posteriormente un inolvidable tricampeonato). Mi tecnología favorita era una vara de bambú, muy larga, a la que el jardinero había acondicionado en un extremo un alambre a modo de gancho, inmejorable para bajar ciruelas de unos enormes árboles.

En 1973 se estrenó una película que yo no vi (en aquel entonces), pero mi papá festejó mucho. Una futurista con título amenazador: Cuando el destino nos alcance (en inglés Soylent Green, muestra de que la taquilla mexicana es hija del drama y del morbo). Lejos estaba yo de saber que el género distópico sería uno de mis favoritos. Este largometraje nos ubica en un lejano año 2022. El mundo está sufriendo por el calentamiento global, hay sobrepoblación y hacinamiento urbano, y como consecuencia del descuido al planeta se han extinguido la gran mayoría de especies animales, vegetales y los océanos. Sólo los pocos privilegiados pueden darse un manjar: una hoja de lechuga, algo de arroz, un trozo de carne de res (que por su valor se resguarda bajo seguridad). La población se alimenta de unas tablillas que reparte el Estado. Ya no hay papel, ni imprenta, ni suficiente energía, ni cognac, ni tanto del pasado. Un viejo se pregunta entre sollozos: «¿Cómo llegamos a esto?».

En ese apocalíptico mundo hay igualdad. La mayoría de la población es pobre y sufre para sobrevivir. Paréntesis: ahora que está de moda argumentar en contra de la desigualdad, más que en contra de la pobreza, vale la pena ver qué pasa cuando en vez de acabar con los pobres, se acaba con los ricos y con las fuentes de riqueza, y entonces todos somos iguales, igual de miserables. Nuestro 2022 no es fatalista como en la película, aunque hay temas que siguen vigentes. Para quienes hicimos de Soylent Green un filme de culto, llegar al 2022 premonitorio es algo que mueve a la sobre lo que será el mundo en los próximos 50 años.

Se vislumbra que tendremos computadoras cuánticas capaces de hacer complejísimas operaciones que los aparatos digitales de hoy no pueden realizar. Y aún antes de la tecnología cuántica, la predicción es que vamos a interactuar con computadoras orgánicas (Wetware), una integración de neuronas con circuitos, que acercarán a las máquinas a capacidades de conciencia humana. La Prueba Turing (que un ser humano no pueda distinguir si interactúa con una máquina o con otra persona) será rebasada. Su lugar, como siguiente frontera tecnológica, es la llamada Moster Test, que reta a las computadoras a lograr nueve habilidades humanas: tener autoconciencia, saberse parte de un contexto (como tú, que dices «estoy en este cuarto, hay 3 sillas…»), individualización, percepción del avance del tiempo, aprender de la experiencia, poder separar pasado, presente y futuro; habilidad de crear arte, comunicar en un lenguaje que entienda simbolismo y habilidad de construir relaciones.

Tendemos a visualizar el futuro como algo que se hará cargo de sí mismo, cuando deberíamos ser partícipes de su construcción. Por ello hay organizaciones tan emblemáticas como la World Future Society (cuyo capítulo dirige Julio A. Millán) que trabajan la prospectiva: el estudio del futuro y la difusión de tendencias y visiones. «Futurear» no es la especulación ociosa y descabellada de lo que nos imaginamos que podrá pasar, es la previsión de aquello que algún día nos alcanzará y que alguna vez creímos era ciencia ficción.

Si no nos gusta el futuro al que vamos, hagamos otro.

@eduardo_caccia

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