He leído a lo largo de los últimos cuatro años un buen número de columnas o ensayos que incluyen algún tipo de referencia a la responsabilidad del PRI y del PAN —y de los sexenios que ambos partidos presidieron— en la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder y en la consiguiente catástrofe. Me parece que la tesis en sí misma es inobjetable, pero también que las preguntas que de ella se derivan son complicadas. ¿Cuáles fueron los errores que Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto cometieron, y que redundaron en el desastre de la 4T? ¿Qué se puede y se debe hacer al respecto hoy? ¿Y frente al 2024?
Más allá de los epítetos —Fox, frívolo e ignorante; Calderón, asesino y sectario; Peña, corrupto y vacío— sería interesante que quienes hoy exigen mea culpas o autocríticas expusieran con precisión y a la vez concisión uno o dos puntos —no mil— en dónde creen que esos mandatarios, y sus partidos y equipos, la regaron. No me queda claro que todos los feroces críticos del PRIAN en la comentocracia y en el resto de la oposición a Morena —lo que piensa ésta es irrelevante— converjan en los mismos pecados, ni que sus denuncias o reclamos a los tres sexenios citados no sean incluso contradictorios.
Mis críticas a los tres expresidentes —y apoyé la llegada al poder de los tres regímenes— fueron elaboradas sobre la marcha, durante dichos sexenios, y en ocasiones bajo circunstancias adversas o no desprovistas de consecuencias personales (nada de mayor gravedad: solo el ostracismo, de lo que nadie ha muerto).
El pecado original de Fox consistió en no haber roto con el PRI cuando lo pudo hacer: durante su primer año de gobierno. Su segundo yerro residió en no haber organizado un gobierno tomando en cuenta sus propias fortalezas y debilidades: un gran proselitista, un administrador y tomador de decisiones limitado. De allí la necesidad de incluir una separación de facto —y, mejor aún, de jure— entre jefe de Estado y jefe de gobierno, algo a lo que nunca se animó realmente.
Para mí, la mayor pifia de Calderón yació en su guerra contra el narco, declarada sin justificación alguna en materia de seguridad o violencia, y únicamente por motivos políticos. Su segundo error fue, al igual que Fox, haber llevado la fiesta en paz con el PRI y el pasado, aunque ciertamente le debía a Manlio Fabio Beltrones y a los priistas en el Congreso su toma de posesión. El PRI y el pasado sobrevivieron a tal grado su sexenio que en 2012 pudieron ganar una elección por un amplio margen, y no solo volver a monopolizar el poder, sino a ejercerlo con sus vicios de siempre.
Peña Nieto, o más bien su círculo estrecho de colaboradores, además de haber permitido o incurrido en los actos de corrupción que López Obrador no ha querido castigar —salvo las vendettas personales contra Rosario Robles y Emilio Lozoya—, quiso llevar a cabo grandes reformas positivas para el país. Pero quiso hacerlo a solas, en secreto, a medias y con ejecutores en el mejor de los casos se oponían a las mismas reformas y en el peor de lo casos eran francamente dinamiteros de las mismas: Lozoya en Pemex, Chuayffet en Educación, Osorio en Gobernación. Su segundo pecado —capital, casi— fue obviamente el pacto con AMLO contra Ricardo Anaya, quien no perdió por el margen conocido porque lo seleccionó una confabulación de notables, sino porque el Estado mexicano empleó toda su fuerza para destruirlo.
¿Qué hacer ahora? Pensar que en plena campaña presidencial el PRI o el PAN —aún si sus líderes tuvieran la estatura para hacerlo— pudieran “pedir perdón” es, en mi opinión, aberrante. En la política real, eso no sucede. Rasgarse las vestiduras, o desgarrarse las cicatrices y pedir simultáneamente el voto de la gente no es contradictorio: sería una idiotez. Hacer caso omiso del pasado (no tabula rasa, como reza la Internacional) tampoco es viable, ni recomendable. Generar una mirada retrospectiva ecuánime, solvente y acuciosa, no parece constituir una gesta factible a menos de dos años de las elecciones de 2024. Resulta especialmente difícil en vista de la necesaria y bienvenida alianza entre PAN, PRI y PRD. ¿Cómo avanzar juntos y al mismo tiempo destrozarse mediante un ajuste de cuentas igualmente necesario?
Si yo tuviera una buena respuesta a esta pregunta, me encontraría participando activamente en las deliberaciones de Va por México, de Sí por México, o del Frente Cívico Nacional. No es el caso. Pero tampoco estaría tirando piedras cuando carezco de soluciones o respuestas a dilemas endiabladamente complicados, y cuya solución afectará la vida de decenas de millones de mexicanos.