El nuevo plan de estudios presentado por la hace unos días parece buscar una especie de declaración de independencia de la pública en , al rechazar las imposiciones en materia de evaluaciones y pruebas importadas del exterior y de la , del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, etcétera. Plantea que ahora sea desde una “perspectiva decolonial (whatever that means) de la inclusión”. Y sin que se sepa exactamente de qué se trata, ya que sólo va a haber un piloto de mil escuelas durante los primeros años y probablemente no le alcance el tiempo a la SEP en este de hacer más, la intención es muy clara: rechazar lo que se impone desde el exterior para construir una alternativa verdaderamente autóctona.

Ilustración: Oldemar González
Ilustración: Oldemar González

El pequeño problemita es que en realidad lo que la SEP está haciendo es justamente importar muchos de los conceptos que han surgido durante los últimos años en y que han empezado a ser discutidos, por ejemplo, en Francia, provocando un gran rechazo de buena parte de la intelectualidad francesa y que no son más que lo que la SEP pretende combatir: una importación desde Estados Unidos de una visión que no corresponde a la de México. Leamos de nuevo, lo que se ha importado en el pasado significa que “en la medida en que se impone y legitima un modelo patriarcal, colonial, científico, eurocéntrico, homofóbico y racista en la educación, se están imponiendo en los cuerpos y mentes un modelo hegemónico de ciudadano”.

Esta es la versión vulgar, radical, absurda, de lo que se ha venido discutiendo en la academia norteamericana desde hace varios lustros y que para ir rápido se ha denominado critical race theory. De lo que se trata, en su versión sofisticada e inteligente —con la que coincido en buena medida— es que en Estados Unidos la esclavitud, que duró desde 1619 hasta 1865, creo tales vicios, deformaciones y aberraciones en la sociedad colonial norteamericana, y después durante la independencia, que todo el sistema norteamericano está permeado por el racismo y la discriminación que emanó de la esclavitud, aun después de que ésta fuera eliminada. Se transformó después en lo que se llaman las Leyes Jim Crow durante la época de la segregación en el sur del país, y posteriormente en el racismo puro y simple.

El problema con la versión simplista y exagerada del “critical race theory” es que se extiende mucho más allá de la especificidad de la esclavitud a todos los ámbitos, es decir, a todas las formas de opresión que, según los partidarios de esta versión extrema, subsisten en Estados Unidos. Se trata desde luego de la opresión contra las , los pueblos originarios, el colectivo LGBTIQ+, los niños, los asiático-americanos, y todo lo demás que pueda existir. Con la teoría aberrante de la interseccionalidad, se toma una realidad —la esclavitud en Estados Unidos— y se transforma en un mito: la existencia de una sociedad que en todos los ámbitos oprime a prácticamente todos sus habitantes salvo los varones blancos, mayores de 50 años y heterosexuales.

Lo que la SEP está haciendo es traer ese debate a México. Los loquitos que ahí trabajan no han encontrado nada más original que hacer que recurrir a los sectores más radicales, más extremistas y más simplistas de la academia norteamericana, al “wokism” y a la versión más exagerada del critical race theory para encontrar en la en México, desde hace 70 u 80 años, “un modelo hegemónico de ciudadano”. Lo que ellos —los loquitos de la SEP— y aquellos —los extremistas de la academia norteamericana— no entienden, y que los franceses sí parecen comprender, es que la educación pública en todos estos países, junto con otras características de nuestras sociedades —la salud pública, la política de vivienda, la conscripción o el servicio militar, las luchas ideológicas— no es la imposición de unos a otros sino el saldo de decenios o, en algunos casos, incluso de siglos de luchas por tratar de avanzar en una dirección o de no retroceder en otra.

La educación pública en todos los países democráticos y capitalistas no es la simple imposición del modelo capitalista a la enseñanza, sino que es el resultado de las luchas por el derecho a la misma, por planes de estudios más amplios, por libros de texto más baratos y más representativos de la , por la incorporación en la historia, en el civismo, en la literatura, en la geografía, en las ciencias, de los conceptos más incluyentes y menos opresivos. En algunos países esas luchas han tenido más éxito que en otros. En efecto, no es lo mismo la educación pública en Texas o en Oklahoma, que en California o en Nueva York. Y, en efecto, no es lo mismo en Francia que en México, un país al extremo desigual donde los sujetos de lucha a lo largo del último siglo han sido de una increíble debilidad. Pero no se resuelve nada recurriendo al extremismo norteamericano, ya sea el de la OCDE y el del FMI, ya sea el del “wokism” más radical.

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