Desde la muy lejana y mítica Grecia, muchos aspirantes del poder asumían que, con solo ser famoso, podría regir asuntos políticos y por ende disfrutar de todas las herramientas –de logística y financieras- que esta actividad proporciona a quienes logran convertirse en dirigentes públicos. Los famosos de aquella época, eran arquitectos, escultores, varios y algunos actores. Se asumía que, con haber construido un recinto, terminado una estatua y hasta pintar o haber participado en algún conflicto que terminara dando al más territorio o ganancias por parte de los que obtuvieron la victoria era suficiente para gobernar; pero al igual que ahora, la premisa era errónea.

En el desarrollo de la antigua Grecia, eran los filósofos, quienes inicialmente se consideraban más aptos para la política, incluso algunos cuestionaron a quienes por saberse famosos pretendían dedicarse a la política. Con el paso del tiempo hemos visto que con descender de alguien que ejerció el poder –monárquico o imperial o similares- se asumían suficientes méritos, si acaso se esperaba que se hablara más de un idioma, pero con la designación divina parecía bastante. Por supuesto. los militares, nunca han abandonado sus ambiciones de poder – es un magnífico ejemplo- luego más allá de los perfiles personales, hemos tenido líderes religiosos muy influyentes, con el florecer de las universidades hay periodos importantes en el que parecía que dicho espacio pertenecía a los abogados, luego a los economistas, quizá algunos estudiosos de la ciencia política y hoy al igual que hace casi cuatro siglos, los famosos –artistas, comentaristas, comunicadores- siguen en la idea de que basta la fama para ganarse una presidencia o un primer ministerio.

Históricamente han sido figuras aliadas al poder político: los arquitectos, los cantantes, deportistas y todo aquel que pueda presumir de cierto número de visitas en su blog o canal de televisión, un volumen considerable de lectores de artículos, profesionistas capaces de obtener el triunfo en asuntos de justicia, finanzas, y todo aquello que haga suponer al pueblo que se es famoso. Pero de ahí a que cada cual de estos se considere capaz de asumir una responsabilidad que implica servir a los gobernados, eficientar los recursos que estos últimos aportan para tener beneficios y responsabilidades homogéneas, entender las variables necesarias entre seres que no son iguales –porque no somos máquinas ni robots- ni en origen, formación o desarrollo y mucho menos aspiraciones o resultados de las diversas actividades. Un verdadero individuo capaz de dirigir políticamente, entiende de leyes, de economía, de y muchas otras disciplinas diversas y propias de desarrollo humano, y como nadie es competente para abarcar todo esto lo más importante de un dirigente político es rodearse de gente que si sepa de cada tema, además de actuar con cierto grado de ética y en general valores que apoyen el desarrollo de las comunidades que gobiernan.

Recuerdo a un famoso médico, que en su momento nos escuchó y dio sugerencias de cómo manejar nuestra organización filantrópica; y como resultado de la amistad desarrollada nos compartió de un presidente que le invitaba a ser secretario o subsecretario de salud.[1] Recuerdo que hace poco más de cuatro años, pregunté a varios amigos Priístas y de otros partidos, si aceptarían un trabajo con el actual presidente, cuya manera de pensar y actuar muchos conocimos dese hace varias década –sobre todo los que militamos en el PRI- me sentí un ser raro pues fui la única que dije que para nada, ¿Qué pensaron gentes que decidieron formar parte del equipo de un hombre con valores, preparación y concepciones filosóficas tan diversas a lo que en realidad eran? ¿Nos deja alguna lección que estos personajes a final del día hayan renunciado? ¿Qué lección aprendimos de quienes a toda costa desean seguir siendo parte de un equipo tan diverso y alejado de las funciones que cada cual desempeña?

Ejercer la política, es algo muy serio, no es para antiguos actores, ni para strippers, prostitutas, limitados en la salud sobre todo mental, ni personas que aprendieron desde las aulas universitarias a presionar con manifestaciones porriles. Tampoco es para quienes con cualquier grado de poder –así se trate de un humilde asistente de sindico municipal, que apenas se ha subido a un tabique- venga la total desubicación personal a grado tal que saldrá como decían las abuelas más caro el caldo que las albóndigas. Los antiguos griegos lo entendieron y lo enseñaron. Aun cuando a Aristóteles no le simpatizaba la asumió que era mejor que la demagogia y que era menester en su ahora, capacitar a quienes se interesaban en la dirigencia social fuera esta en toda variedad de funciones: educativas, deportivas, matrimoniales etc. ¿Qué se hacía con arquitectos mediocres que solo pensaban en ganar dinero y nunca en diseñar espacios públicos de orgullo y felicidad para las personas que ahí vivirían? ¿Qué significaba para las personas que se reunían como alumnos en el ágora, el aprender a hablar de manera idónea? ¿Qué significó, pasar del mythos al logos?

Con todo y la transformación de lo mítico en lo metafórico, sigue siendo vigente el reconocimiento griego de que la palabra se hace pública cuando se expresa en sitios públicos. Aun cuando, la sociedad platónica era esencialmente aristocrática, aquel elitismo era intelectual y muchos de los principios establecidos entonces continúan siendo vigentes.  ¿Entienden esto los gobernantes populistas –de derecha o izquierda- del presente?

[1] El Dr. Fernando Ortiz Monasterio apoyó de manera fenomenal a la rehabilitación de los niños quemados, pero a ese presidente le dijo “Mire soy buen médico, pero seguramente seré mal político, en lo que yo pueda ayudarle desde mi consultorio cuente conmigo; para administrar la salud, le puedo recomendar gente que si sabe de eso”

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