Había escuchado “peje”, “cabecita de algodón”, “Tartufo”, “mesías”, y “ya sabes quién”, pero, hasta la semana pasada, no había identificado al presidente de México con el sobrenombre de “López Hablador”. Y, como no quiero robarme el crédito, es menester señalar de quién lo escuché: César Hank Inzunza.
Con dicho apodo, el otrora simpatizante de la “4T” y hoy dirigente del partido de oposición más fuerte en Baja California, aseguró que la realidad que vivimos a diario nos obliga a reconocer que fuimos engañados, que nos pusieron un “Cuatrote”, y estoy de acuerdo. Si bien es cierto que existe una interdependencia económica, social, política, tecnológica y hasta ecológica con el extranjero, también es cierto que las malas decisiones que ha tomado el actual mandatario mexicano nos encaminan a la inestabilidad total.
Y antes de que se le crispen los cabellos a más de uno, quiero adelantar que, como en las peores épocas en nuestra nación, no padeceremos las crisis durante la gestión de quien las provocó, sino cuando Andrés Manuel haya hecho sus maletas para irse a “La chin%$&#”, que conste que así se llama su finca en Palenque. Por lo tanto, será Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum o Adán Augusto López (estuvo bueno el chiste), quien deberá lidiar con la crisis que les heredará el expresidente legítimo de México; no importa quién sea el merecedor del “dedazo presidencial” (que tanto niega López Hablador), pues seremos nosotros quienes, como de costumbre, deberemos resistir.
Y hablando del paisano del presidente, el tabasqueño Adán Augusto López, quisiera decir que cometió un tremendo resbalón, pero, para ser sinceros, hay que aceptar que lo dijo con todas las negras intenciones: “lo que no saben es que nosotros (los de Tabasco) somos mucho más inteligentes que ellos (los del norte) y quienes se precian de ser inteligentes, hacen las cosas con menor esfuerzo”. ¡Qué raro! En mi pueblo les decimos holgazanes. Irónicamente, si buscamos en el diccionario define la palabra “adán” como un hombre “desaliñado, sucio o descuidado”, ¡que tino el de la RAE!
Lo que sí desconocía, es que el empleo del secretario de Gobernación era calificar a los gobernadores y sus respectivas gestiones. Por más que busqué en el artículo 27 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, nada más no encontré ninguna facultad, función o responsabilidad al respecto. Tal parece que el otro señor López ya se percató de que no más no prende, ni prenderá; así que quiere hacer leña del árbol caído, aunque su pólvora no prenda ni un infiernito.
Y hablando de bocones, descuidados, corcholatas y cosas peores, ¿qué tal las porras que se echaron mutuamente la jefe de Gobierno de la Ciudad de México y el titular de la SEGOB? Ya nos resultaron hermanos, pero no precisamente de la caridad ni de la modestia, pues aprovecharon la «curva” que les lanzó uno de los reporteros presentes en la conferencia de prensa que ambos encabezaron para preguntarles qué pensaban uno del otro. La respuesta fue más de lo que se esperaba, pues los vítores se quedaron cortos ante lo rastrero de las palabras que entre ellos se dirigieron.
Volviendo al “cuatrote” que nos pusieron quienes se consideran redentores de México, bien cabe hacer mención de que no se trata de una mera animadversión hacia dichos personajes. Al contrario, me parece que hasta debe ser divertido tomarse un café con ellos, porque son buenos para entretener, para distraer y hasta para divertir, aunque no así para gobernar, consensuar ni resolver.
Post scriptum: “La cosa no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro”, Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, Maquío.
* El autor es catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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