A pesar de los avances institucionales que se han logrado en materia de respeto a la diversidad y a los derechos humanos, la mexicana sigue siendo profundamente intolerante en las relaciones cotidianas e interpersonales, y continúa reproduciendo expresiones discriminatorias o racistas que están propiciando entornos violentos y confrontaciones cada vez más preocupantes, advirtió Andrea Kenya Sánchez Zepeda, profesora-investigadora de la Escuela Nacional de Trabajo Social.

En el contexto del Día Internacional para la Tolerancia, que se conmemoró el pasado 16 de noviembre, la especialista en atención a familias en riesgo y exclusión social comentó que en los últimos años se han registrado cambios muy importantes en el ámbito legislativo y las políticas públicas para el reconocimiento de ciertos derechos a nivel civil; sin embargo, estos esfuerzos serán insuficientes si no se respaldan con una política educativa más consolidada, que ponga especial énfasis en la tolerancia y el respeto a los derechos humanos, además de un acompañamiento en la democratización de la vida familiar.

“Si tenemos permanentemente expresiones de intolerancia en las familias y si no impulsamos una democratización de la vida familiar, cómo queremos tener una democratización de la vida pública. Mientras continúe existiendo violencia entre las parejas y prevalezcan miradas adultocéntricas de imposición hacia los proyectos de vida de las personas con las que se convive, será muy difícil cambiar el entorno social hacia un enfoque de igualdad y respeto.”

Añadió que esos mismos patrones de intolerancia se reproducen en los centros de trabajo, que se han agudizado después de la , en donde se destaparon una gran cantidad de denuncias de acoso laboral, conocido como mobbing, con acciones reiteradas de violencia psicológica injustificada (insultos, humillaciones, menosprecios, aislamiento, difusión de rumores, etcétera), e incluso esa violencia llega a ser física o sexual y es realizada por jefes , compañeros de trabajo o la propia empresa, con el fin de degradar el clima laboral, de tal forma que las personas se ven obligadas a renunciar.

La académica universitaria agregó que otro de los ámbitos donde las expresiones de intolerancia han cobrado mayor fuerza, es en el relacionado con las libertades, los derechos de las mujeres y la lucha feminista. En muchas ocasiones se han radicalizado las posturas a tal punto que, en las , se percibe una especie de confrontación o guerra entre sexos, misma que ha trascendido a lo masculino y femenino, pasando a fuertes cuestionamientos a las identidades sexogenéricas. Esto, por ejemplo, ha dado pauta a una disputa territorial entre feministas y la comunidad transexual.

Desigualdad social

En otro sentido, Sánchez Zepeda destacó que la polarización y la crispación social que hoy estamos viviendo tienen su origen en la desigualdad social que se ha acumulado por décadas, en un tema que se ha montado en la narrativa política y de la opinión pública y en la que se asumen legítimamente posturas ideológicas diversas y muchas veces opuestas.

Indicó que uno de los principales retos para fortalecer la de la tolerancia y el respeto en nuestro país está en la , particularmente en el compromiso que puedan asumir las y los docentes frente a las aulas, sobre todo del nivel básico, para ir más allá de los contenidos de los libros de texto y/o las currículas, e impartan sus clases con un enfoque diferenciado y con perspectiva de derechos humanos.

“Si las y los profesores saben y conocen la realidad social de sus alumnos y si además tienen las bases y están convencidos del enfoque de derechos humanos que debe aplicarse en la educación, independientemente de su visión o de sus creencias, pueden ser el gran filtro para evitar la reproducción de estereotipos machistas o el reforzamiento de un sistema patriarcal. Es fundamental que la escuela se convierta, a nivel metodológico, en un espacio de acompañamiento y vinculación entre la vida familiar y la vida escolar .”

Alertó que la violencia y la confrontación hostil que se observa en redes sociales, sobre todo en Twitter, se ha trasladado a las calles, las fiestas, así como los entornos sociales y familiares en donde todo el tiempo las personas se muestran a la defensiva, delimitando territorios y enfrascadas en disputas personales.

Desde la academia, enfatizó, las universidades tienen que asumir un papel más activo para debatir y analizar integralmente los temas de la intolerancia y la como problemáticas estrechamente ligadas con la desigualdad y la precarización de los programas educativos, para generar incidencia en las políticas públicas con un enfoque de cuidados, pero, al mismo tiempo, establecer convenios y tejer redes de apoyo para realizar tareas de consejería y acompañamiento psicosocial.

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