La encuesta de Reforma de hoy nos ilustra sobre varios temas que debiéramos aquilatar todos los que le dedicamos tiempo a comentar lo que acontece en el país. Reviste un interés particular por tratarse, junto con las encuestas de GEA, de una de las series públicas más largas en existencia, aunque los encuestadores de Reforma ya no sean los mismos que en 1998.
En primer lugar, Lorena Becerra muestra lo que ya se ha repetido hasta la saciedad: la aprobación de AMLO es estadísticamente la misma que la de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón en el momento equivalente de sus respectivos sexenios: entre 57 % y 61 %, felices los cuatro. Sólo Enrique Peña desentona, con sólo 24 % de aprobación y 73 % de rechazo. El atípico es Peña, no López Obrador.
Sin embargo, se puede argumentar que los números de AMLO son notables porque ha enfrentado un panorama de gobernanza más adverso, empezando por la pandemia. No es del todo cierto. A Zedillo le tocó el desplome económico y financiero de 1995 y la caída del precio del petróleo de 1997; a Fox la recesión de Estados Unidos de 2001; y a Calderón la crisis financiera mundial de 2008 y sus consecuencias para México. En realidad, el que la tuvo más fácil, sin entorno externo negativo, fue Peña, y no le sirvió de mucho. En México, salvo si de plano la riegan, los presidentes son bien vistos por la sociedad, hagan más o menos lo que hagan.
Lo cual no significa que puedan transferir su popularidad a otro. Ni Zedillo, ni Fox, ni Calderón pudieron entregarle la totalidad de sus números de aprobación a su sucesor designado, y sólo Fox pudo lograr la elección de un correligionario de su partido, aunque con más de veinte puntos que su propia popularidad en ese momento.
Si bien estos datos no deben sorprender —ya otras encuestas, y Reforma misma, los han divulgado—, Becerra incluye una interrogante cuya respuesta sí obliga a la reflexión, y que a mí me extraña un poco. A la pregunta “¿Es necesario un cambio de rumbo en el país, o que continúen las cosas como van?”, 51 % respondieron a favor del cambio, 47 % a favor de la continuidad. Es cierto que la palabra cambio siempre encierra una connotación positiva, y que la diferencia entre ambas respuestas se encuentra dentro del margen de error. Pero para Morena se trata de una luz amarilla innegable. Todos los consultores políticos del mundo saben que quien se apropia de la idea del cambio suele ganar, a menos de que la continuidad revista una aprobación enorme, y no es el caso.
Esta cifra sugiere, sin garantías y a condición de explorar mucho más, que la gente no quiere más de lo mismo. Conviene recordar, también, que los números corresponden casi exactamente al resultado de las elecciones de 2021: 52 % para toda la oposición, 48 % para el gobierno.
En materia de rubros de gobierno, la encuesta confirma lo que ya se sabía. Los mexicanos aprueban casi ciegamente los llamados programas sociales y la educación, independientemente de si les afectan o no, si los resultados en la materia son objetivamente positivos o no, si el gobierno de turno le asigna importancia o no. El 72 % de los mexicanos considera que López Obrador “trata” bien el asunto de los programas sociales (aunque sólo reciben apoyos sociales un 25-30 % de la población), y 64 % piensa que “trata” bien la educación (versus 17 % que piensa lo contrario), aunque la gestión haya sido desastrosa y ni el mismo gobierno la defiende. Son rubros nobles que siempre reciben una ponderación favorable.
Por último, la intuición de muchos se corrobora. López Obrador es visto con mejores ojos por los adultos mayores que por los jóvenes (una diferencia de 11 puntos) y por quienes únicamente recibieron una educación primaria que universitaria (10 puntos de diferencia). Son los sectores hacia quienes debe enfocarse la oposición en 2024. Allí, el apoyo a Morena es blando, o endeble, y probablemente siga cayendo conforme se acabe el sexenio y los resultados finales ya no permitan albergar mucha esperanza de cambio. Ese cambio que parece ser lo que la gente quiere.