En principio, los senadores de , con dos excepciones, votaron de una manera cínica y atrabiliaria. Votaron a favor de cambios a las leyes electorales que ellos mismos saben que son inconstitucionales. Votaron a favor de modificaciones que su jefe y amado líder les dijo que no le gustaban. Votaron a favor de reformas a las cuales se opuso su coordinador, aunque su haya sido una pantomima. Votaron en contra de sus convicciones de hace pocos años. Y votaron en contra de la letra y del espíritu de las reglas democráticas que les permitieron llegar al poder. A ningún autor del realismo mágico se le hubiera podido ocurrir semejante delirio.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

Es posible que el paquete final de la reestructuración/destrucción del no quede así. La Cámara de Diputados puede volver a modificar la versión del Senado. La Suprema Corte puede tachar toda la reforma, o parte de la misma, de contraria a la Constitución. Y López Obrador puede, en una escena de locos, vetar la ley que él mismo mandó hacer. Pero lo más probable es que lo esencial de la reforma, incluyendo la canibalización del INE y la transferencia de votos, se mantenga intacto. En cuyo caso el golpe a la mexicana, imperfecta, incipiente y frágil, se habrá consumado.

Nadie que no hizo todo lo posible para evitar este desenlace sale a salvo. Monreal, no. O bien carecía de la fuerza para arrastrar a una docena de senadores morenistas, y entonces su liderazgo es un y su fuerza es nula. O bien —lo más probable— llegó a un acuerdo tácito o explícito, directo o indirecto, con , para dizque quedar bien con todos, en realidad decepcionando a todos. Vota en contra, pero sabe que no importa porque le garantizó los votos necesarios a Morena. En ambos casos, una vergüenza indigna de un político inteligente.

La oposición libra bien los escollos, y se mantiene unida, a pesar de las amenazas y las extorsiones. Pero las consecuencias de la reforma las va a padecer ella. Si gana las elecciones, habrá cómo anular su victoria; si las pierde, será en parte por la nueva estructura de la autoridad electoral y los cambios a las leyes que incluyó el paquete. Deberá leer la declaración de López Obrador de que no es estalinista como una “denegación” freudiana: es lo más estalinista que hay, tanto frente a sus adversarios como ante sus antiguos aliados.

El resto del mundo permanecerá impávido al comprobar cómo los mexicanos no fuimos capaces de defender ni siquiera un cuarto de siglo una transparencia y equidad electorales en ciernes, antes de caer de nuevo en la simulación, las mañas y las trampas electorales. Y los demás poderes fácticos se mostrarán indiferentes, resignados por su impotencia, o por su temor a las represalias de la 4T. Nada que festejar en esta época navideña.

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