Hace unos días, algunos de mis alumnos más jóvenes me preguntaron mi opinión acerca de uno de los personajes históricos más controversiales: Adolf Hitler (1889-1945). Mi juicio sobre tal personaje es lo menos relevante de la anécdota. Lo que sí es importante es que los estudiantes decidieron investigar más sobre el tema. Por mi parte, me limité a sugerirles algunas fuentes.
Una de ellas fue la película “La caída”, también titulada “El hundimiento” (Der Untergang, 2004), una dramatización sobre las últimas horas de vida del Führer, que, dicho sea de paso, es un término al que se le atribuye el significado de “jefe, líder, caudillo, guía, conductor”, entre otros. Hitler fue magistralmente interpretado por el actor Bruno Ganz (1941-2019). Tal vez recordemos algunas escenas de dicho filme porque han sido parte de la “memecracia”, pero ese es un tema que abordaremos en una próxima entrega.
Regresar a las reflexiones de mis alumnos, así como a la producción cinematográfica alemana, me concede la posibilidad de referirme directamente al título de este texto: “gobernarse a sí mismo”. El motivo es sencillo, aunque, a su vez, profundo: sólo debe gobernar aquella persona que sabe gobernarse a sí misma.
Por ejemplo, Adolf Hitler fue identificado por ser, la mayor parte del tiempo, una persona educada y con alto grado de autocontrol; sin embargo, al momento de perderlo, el fundador del Tercer Reich estallaba en cólera, ello lo llevó a tomar decisiones cada vez menos acertadas, las cuales terminaron por aislarlo del mundo, ser traicionado por sus oficiales más cercanos y, finalmente, al suicidio.
Curiosa y coincidentemente, junto con otro de mis grupos de alumnos, analizamos el texto “El príncipe”, obra escrita por Nicolás Maquiavelo a inicios del siglo XVI, una lectura obligada para quienes se dedican o aspiran a dedicarse a la política, ya sea desde la perspectiva teórica o práctica. Cuando les pregunté sobre un ejemplo de un “príncipe” (léase “gobernante”) que haya llegado a la cúspide del poder con el respaldo de la sociedad y haya aplicado el principio de “bondad” (visto desde la perspectiva maquiavélica) hacia sus ciudadanos, algunas voces señalaron al mismo personaje.
Y es que debemos aceptar que, además del líder del nazismo alemán, personajes que aparecieron en la historia previa y posteriormente, presentan características similares a Hitler, evidentemente guardando las debidas proporciones, ya que el desvarío y las atrocidades cometidas durante el Holocausto no tienen ni siquiera un calificativo suficientemente adecuado.
Mussolini, Franco, Pinochet, Castro, Chávez son apellidos que muchos hemos de identificar plena y negativamente en la historia política, militar, económica y social de la humanidad. Todos mantuvieron el poder por tiempo más que suficiente, sin embargo, y como bien diría otro personaje (ficticio), Frank Underwood (Kevin Spacey): “Dinero es la gran mansión que empieza a caerse a pedazos luego de diez años. Poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos”.
La realidad es que, para acceder y ejercer el poder de una manera prolongada, estable y legítima, autogobernarse es fundamental, de lo contrario, sucede lo que a muchos que arriban al poder fugazmente: comienzan a caerse a pedazos.
Post scriptum: “Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.
* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).