La coronación, pero sobre todo la unción de Carlos y Camila como reyes de ha refrescado la opinión sobre la participación clerical que evidencia y estimula la presencia de la en la . Al tiempo que la ceremonia constituye un acto profundamente religioso, también es muestra de la importancia de las iglesias nacionales en la construcción de un país. Ahora que en los partidos políticos confesionales constituyen opciones de participación innovadoras, no puede soslayarse lo acontecido en Inglaterra.

La iglesia anglicana, como otras profesiones de fe imperialistas, ha tenido éxito en consolidar su hegemonía al tiempo que consigue fortalecer a Inglaterra como una parlamentaria democrática. En el mundo protestante anglosajón existe tolerancia al pluralismo religioso en forma admirable y reforzada por el reconocimiento de Iglesias nacionales. Al lado de esto, también es importante señalar la secularización que, con todo y la parafernalia observada en la fiesta de coronación, dispone la participación de un Primer Ministro británico con confesiones religiosas diferentes y con una conducta cívica y la encomienda de un monarca sobre el que descansa, entre otras responsabilidades, la defensa de la fe.

A diferencia de la ceremonia de coronación en Inglaterra, la del rey Felipe de España en 2014 careció de símbolos religiosos, no obstante España se considera la hija consentida de la y existe un sentimiento muy extendido de orgullo católico que alimenta su imperialismo cultural. Así, mientras la jerarquía católica española afirma que el país es plural y que la monarquía debe respetar la Constitución política, acusa un laicismo o anti-confesionalismo persecutorio, violento, que termina por inhibir los símbolos católicos y la expresión de una fe arraigada y compartida ampliamente, en una ceremonia tan importante.

Detrás de esto hay otro motivo: mientras el rey de Inglaterra es el Gobernador supremo de la iglesia Anglicana en Inglaterra (no el Jefe de la iglesia), el rey católico debe reconocer la primacía del Papa como representante de Dios en el mundo bajo una lógica de universalidad que no detenta la Iglesia anglicana. En este sentido, se hace necesario reconocer la distancia entre el proyecto británico y el Modelo Habsburgo que propugna la Iglesia católica en el mundo iberoamericano.

Los procesos socio políticos del mundo latino -como señalaba atinadamente Francois Xavier Guerra- están más influidos por la revolución francesa que por el gradualismo propio del liberalismo conservador anglosajón. De tal manera que la comparación del proceso de convivencia entre religión y política entre España e Inglaterra, desarrolla puntos extremos como confesionalismo y antiliberalismo sin concesiones para la convivencia y la tolerancia, mismos que se desarrollan en España bajo la tutela de una Constitución política laica.

La gran diferencia entre el mundo anglosajón y latino radica precisamente en la influencia religiosa. Inglaterra se emancipó de la iglesia católica y fundó una religión nacional que contribuyó notablemente a la consolidación de una religiosidad o religión cívica manifiesta en ciudadanos que se comportan siguiendo patrones morales para beneficio común a partir de un conocimiento de las escrituras sagradas.

La iglesia católica, que en su significado etimológico es universal, establece una jerarquía que incorpora intermediarios entre el creyente y las escrituras para dar una correcta interpretación del mensaje divino. En su afán universalista no es ecuménica; tradicionalmente no ha logrado una convivencia horizontal y respetuosa con las Iglesias nacionales, y los conflictos internos por renovar el catolicismo terminan en luchas severas que dificultan el diálogo en los países donde la órbita del catolicismo resulta innegable.

El nacionalismo católico integral intransigente que acompañó la unción de monarcas y jefes de Estado católicos, fundamentaron el poder geopolítico de la iglesia católica en el mundo, pero debilitaron las naciones y los proceso de modernización. Los Te Deums entonados en las misas durante los regímenes de Franco y Pinochet, por ejemplo, muestran la distancia entre el catolicismo y el anglicanismo. La animadversión de los grupos integrales intransigentes al progresismo, teología indígena, liberacionismo, etc, también son señal de las fuerzas vivas al interior del catolicismo, de la pugna entre una comunidad viva, situada en un tiempo y en un espacio, frente a la vigencia del Modelo Habsburgo y del imperialismo norteamericano.

¿Debe la Iglesia católica permitir la existencia de iglesias nacionales? Qué importa. Estas existen a veces contra viento y marea. Quizá la influencia entre religión y política, cuando beneficia al Estado Nacional y al país, cuando no funge como  vehículo de un imperio sino de la pluralidad, resulta benigna. De ahí la renovación que ha significado el pentecostalismo y la fraternidad universal para la ; o la urgencia de una sinodalidad real dentro de la Iglesia católica, que revele la capacidad de las comunidades para describirse y encontrar su camino en una sociedad abierta.

La Iglesia católica vive momentos singulares con Mario Bergoglio, un personaje que entiende cabalmente la necesidad de catolicismo liberalizadores en Latinoamérica; el problema sigue siendo el Modelo Habsburgo y una clase política burocrática, que siguen observando como Francisco Franco y generando cruzadas por nada.

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