Como muchos mexicanos, he visto las películas protagonizadas por Damián Alcázar: La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014). A sus 70 años, el actor estrenó un nuevo filme: ¡Que viva México! (2023), primero en la pantalla grande, después en la plataforma digital más popular.
No soy crítico, ni siquiera conocedor del séptimo arte, sin embargo, soy asesorado por alumnos que sí cuentan con amplio conocimiento en la materia. Lo que fue de mi especial agrado es que coincidimos en que no se trata de la mejor producción de Alcázar, es extensa y tediosa, además de que los dos personajes interpretados por el actor Joaquín Cosío demeritan su talento.
Contrario a las puntillosas críticas que se hacen en las películas previas, en la más reciente fue bastante laxa, sino es que hasta cómplice. El momento más álgido de la trama es cuando el protagonista (Alfonso Herrera) se entrevista con la autoridad municipal y se hace referencia al gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador.
“El PRI dejó de servir al país. Al partido se lo acabaron la maldita corrupción y la impunidad. Luego me pasé al PAN, lo mismo, no más que hipócritas y mochos. Y hoy, en manos de nuestro presidente, el país transita por su cuarta transformación. Está mejor que nunca. Y, como por arte de magia, ha acabado con la corrupción y la impunidad…La patria me demanda y el pueblo bueno me espera”, se escucha decir a Damián Alcázar, quien personifica al presidente municipal de un poblado llamado Prosperidad.
Más allá de la calidad de la producción y del nivel artístico de los actores, la realidad es que “¡Que viva México!”, dista mucho del grado de crítica de sus antecesoras. Y para quien ya está rasgándose las vestiduras porque considera que quien esto escribe desea ver arder al presidente López en leña verde, debo mencionar dos puntos preponderantes: primero, tuve la oportunidad de intercambiar opiniones con AMLO antes de que se convirtiera en jefe del Ejecutivo federal. Sin duda, el tabasqueño tiene un buen nivel de conversación y no habla tan pausado como nos hace creer cada mañana. Definitivamente le invitaría un café, pero, de eso a que coincida con su manera de “gobernar”, hay un espacio abismal.
Por otra parte, los seres humanos, particularmente los mexicanos, reducimos la palabra “crítica” a una mera connotación negativa, sin embargo, el diccionario de la lengua española señala que una crítica es un juicio expresado, generalmente de manera pública, sobre un hecho en particular. También se considera como crítica a una breve evaluación conceptual. Así que, como diría el buen Cantinflas: “¡Ahí está el detalle!”, a los mexicanos no nos gusta ser evaluados, menos juzgados.
Lo positivo de una crítica es el campo de mejora, es decir, aquellos errores que pueden (y deben) ser corregidos y omisiones que deben evitarse. Bien dicen que el ser humano es perfectible. Así nuestro gobierno y nuestro país, ambos son perfectibles. Todos podemos mejorar, para eso existe la crítica. Porque, en las condiciones que han prevalecido a lo largo de este siglo, es nuestro deber cívico preguntarnos si es honroso lanzar arengas y vítores personalizados que solo rinden culto al narcisismo e individualidad.
Entonces, la interrogante consiste en determinar si como ciudadanos contribuimos a una sociedad viva, armoniosa y productiva o sólo simpatizamos con un estilo de gobierno distinto (en forma, más no en fondo) de sus predecesores. Por eso, insisto en preguntarnos: que viva, ¿México?
Post scriptum: «Si se necesita un sacrificio, renuncio a mi parte y agarro la suya”, Mario Moreno (Cantinflas).
* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).