Aun en el país de la simulación por excelencia, lo que hemos atestiguado en los últimos días por parte de los candidatos presidenciales de Morena es impresionante. El grado de cinismo de parte de los candidatos, de los dirigentes, y del propio López Obrador, no tiene límite. En cualquier país normal la descarada violación del espíritu de la normatividad sobre actos anticipados de campaña, gastos no fiscalizados ni tabulados, entrevistas pagadas en medios y reparto de dinero a asistentes a eventos hubiera provocado no sólo un escándalo, sino la cancelación de registro e inhabilitación de aspirantes. En no.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

Los candidatos no son candidatos, los mítines no son mítines, las giras no son giras, los espectaculares no son espectaculares, el proselitismo no es proselitismo, las avanzadas y séquitos no son avanzadas y séquitos, los aviones no son aviones y los acarreados no son acarreados. Nada es cierto, pero todo es tolerado por el renovado y aplastado: en una palabra, castrado.

El problema es la mentira. López Obrador, los dirigentes de Morena y los candidatos mienten repetida e impunemente. No hay consecuencias, ni mucho menos castigo. Pero peor aún, se aprovechan de un electorado en pañales, democráticamente hablando, aprovechándose de la ignorancia de la gente, de la pasividad de los medios, y de un escrutinio internacional ausente o iluso. La propensión a la mentira de López Obrador es monumental, en asuntos graves como el proceso de selección de candidatos de Morena, el sistema de salud de Dinamarca o Canadá, o histórico-nostálgicos como la muerte de Salvador Allende.

Menciono lo de la salud porque López Obrador acaba de repetir la misma mentira, engañando a millones de mexicanos que sí le creen. En los quince meses que le restan de sexenio, en los quince años que podría durar la 4T, durante el próximo medio siglo, México no va a tener un sistema de salud socialdemócrata nórdico o anglosajón, de la misma manera que no vamos a ganar el Mundial. Si acaso, podríamos tener una cobertura universal mediocre, pero real —inexistente hoy, sin el Seguro Popular— dentro de unos diez años si se hubiera propuesto hacerlo, como recomendó Santiago Levy desde 2018, o si alguno de sus precandidatos tuviera el valor de comenzar desde ahora a construir el proyecto. Un sistema al estilo Dinamarca o Canadá es como el césped de St. Anthony’s College en Oxford. Cuando un rector de la Universidad “X” en América Latina le preguntó al jardinero cómo le hacía para que fuera tan tupido y verde, el encargado respondió: “Mire usted: empieza por barbechar, luego siembra una mezcla de guía y de semilla, después riega, y cuando crezca, comienza a podar, primero con tijera, después con máquina manual. Repite el procedimiento durante 500 años, y le va a salir perfecto. A condición de que llueva, que no haga demasiado calor, y que no lo pisen”.

La mentira sobre Allende no reviste la más mínima importancia, salvo para quien dice admirarlo. Cito Reforma, y El Universal dice lo mismo: “Vamos a ir [a Chile], porque se van a cumplir 50 años del asesinato del Presidente Allende…”. Miente López Obrador, y deshonra un gesto extremo, valiente, no de cobardes como otros. Salvador Allende se suicidó, no fue asesinado, en la mañana del 11 de septiembre de 1973. Siempre se supo, siempre los acólitos desvergonzados de la izquierda latinoamericana lo negaron, hasta que la investigación de los restos exhumados en 2011 confirmó lo que todos sus familiares y verdaderos amigos sabían: se disparó un balazo en la cabeza.

Entender el suicido en general, y el de un dirigente político derrotado en particular, constituye una tarea titánica, si no imposible. Seguir con la mentira del asesinato equivale a humillar a Allende, denostarlo, minimizar su martirio, mentir y engañar a sus admiradores, eliminar un acto de enorme coraje y reducirlo a una simple mezquindad.

López Obrador miente siempre. En lo que cuenta, y en lo que no. La mentira se encuentra en su ADN: es como el alacrán de la ranita. No lo puede evitar.

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