No puedo imaginar qué hubiera sido de mi niñez y juventud si en ese entonces hubiesen existido las redes sociales. Este nuevo tipo de medio apareció cuando yo, por fortuna, ya era adulto. Por un momento me dejé llevar por la fiebre de las redes y comencé a compartir algunas fotos de mi vida privada. Cuando me encontré con un par de ellas en una revista de sociales (que odio), inmediatamente cancelé mi cuenta de Facebook.
- Como liberal, creo en el derecho de los individuos a la privacidad, por más públicos que sean estos sujetos. Hay temas, como la salud, la religión o las preferencias sexuales, que pertenecen al ámbito de lo privado, incluso de lo íntimo.
En lo personal, me rebasa la idea de los que divulgan información familiar para mantener su popularidad. Antes la filtraban a revistas del corazón o programas de radio y televisión de chismes de celebridades.
Era, sin embargo, un acto voluntario. Otra cosa representaban los paparazzi que hurgaban en la vida privada de manera subrepticia y hasta ilegal. De alguna forma se consideraba como el precio de la fama.
Todo esto ha cambiado con las redes sociales. El asunto se ha expandido a nuevas fronteras. Ahora todo el mundo trae una cámara. En unos cuantos segundos puede publicar lo que está pasando con su vida y la de los que están a su alrededor.
Hay una creciente obsesión por hacer público lo privado. Postear en las redes todo lo que están haciendo. Ya llegué al restaurante. Sí vino mi amiga Fulanita. Estamos comiendo una pasta deliciosa. El mesero es un bombón. Es el mejor tiramisú que he probado. Pagando la cuenta, me voy corriendo a hacerme las uñas.
Increíble que del otro lado haya gente dispuesta a ver estas nimiedades. Estamos frente a un voyerismo de la nadería. Pero, como liberal que soy, creo que cada quien es libre de publicar lo que le venga en gana y/o vea estos contenidos que considero aburridísimos.
Estos días, sin embargo, me he topado con unos artículos en la prensa de Estados Unidos sobre un tema muy interesante. Resulta que hay padres que utilizan a sus hijos para atraer la atención en las redes sociales. Ya sea que los graba todo el tiempo o a propósito les pide que hagan todo tipo de gracejadas. Los videos de estos niños se quedan en internet para la inmortalidad.
Pero nadie les preguntó a estos infantes si querían que la gente los viera caerse cuando estaban aprendiendo a caminar o a escupir el asqueroso puré de zanahoria que les estaba zambullendo la abuela. Muchos de esos niños ya crecieron porque esta obsesión de publicar lo privado comenzó con las redes de MySpace y Facebook a principios de siglo. Hoy, ya adultos, se dan cuenta de que sus videos siguen ahí en internet. Es tan sencillo como buscarlos en Google.
Gracias a sus padres, perdieron el derecho a la anonimidad. Mucha de su historia es pública. Incluso aparecen escenas de eventos muy traumáticos para ellos. Esto ha causado problemas emocionales y hasta adicciones a las drogas. Parece que, en particular, causan mucha ansiedad y angustia los comentarios que la gente postea en torno a sus fotos o videos.
El tema adquiere incluso otra tonalidad de padres que utilizan a sus hijos con fines comerciales en las redes sociales. Una cosa es postear videos por “placer” y otra es para ganar dinero. Hay canales de YouTube, por ejemplo, dedicados a mercantilizar productos a partir de historias donde aparecen niños que actúan. A diferencia de los medios tradicionales, donde este tipo de trabajo infantil está regulado, no existe norma alguna en las redes, por lo que el abuso parental es legal.
Comienzan a aparecer voces que están a favor de regular el contenido de niños en internet. Como liberal, cada vez que oigo este tipo de propuestas, que en la práctica significan la censura, me pongo nervioso. Pero entiendo el derecho que tienen los infantes, como los adultos, de mantener su vida privada e íntima, precisamente, privada e íntima, no expuesta al ojo público.
Mis fotos de bebé y de niño están perfectamente resguardadas en los álbumes que tiene mi madre en su casa. Ahí están muy bien. Yo no quiero que se hagan públicas. Mis padres no pudieron hacerlo porque no existía la tecnología que hoy sí está disponible.
Me pregunto qué hubiese hecho mi madre con un teléfono inteligente y acceso a las redes sociales. ¿Estarían ahí mis fotos para que todo internet las viera? La sola idea me estremece. Agradezco haber nacido y crecido en un mundo sin redes sociales. Aborrezco la práctica actual de hacer público lo privado. Pero que cada quien lo decida. Eso sí, respetando el derecho de los niños.
- Twitter: @leozuckermann