Salió la Encuesta Ingreso-Gasto de los Hogares y, como cada dos años, nos arroja una gran cantidad de información económica y social. De la cual, por cierto, se pueden extraer conclusiones políticas interesantes. Hay noticias buenas y malas para el país y para el régimen, aunque las comparaciones con la Enigh anterior, de 2020, distorsionan en alguna medida los resultados, ya que ese año horribilis, de la pandemia, fue también desastroso para la política social y los datos económicos.
El primer dato, desolador para México, no sólo para este sexenio sino en parte para el anterior, es que entre 2016 y 2022 el ingreso corriente de los hogares, en pesos constantes, prácticamente no aumentó (+0.2%). Transcurrieron seis años, y las familias mexicanas reciben, en promedio, el mismo ingreso (todo incluido, con transferencias) que antes. Es una vergüenza nacional, para todos. En cualquier otro país, un resultado así de catastrófico, traería consecuencias. Huelga decir que aquí, no.
La desigualdad se reduce, poco, pero algo. El sexenio puede congratularse de ello. El Gini después de transferencias pasa de .45 en 2016 a .40 en 2022, y la brecha entre el Gini antes y después de transferencias también se ensancha, aunque permanece en niveles típicos de Tercer Mundo. En parte esto se debe a la pensión para adultos mayores —el único programa social del régimen que pinta—, pero posiblemente también a que el decil más rico (el X), el 1% más pudiente, que siempre subreporta, posiblemente subreportó más en esta ocasión debido a la persecución fiscal del gobierno. Conviene precisar que la gran disminución del Gini se produjo entre 2016 y 2018.
El ingreso de los hogares más pobres del país mejoró notablemente, incluso con relación al 2016 y 2018; son los programas sociales, en parte, el aumento del salario mínimo en parte, y los incrementos de los salarios formales debido a las disposiciones laborales del T-MEC. La tasa de cobertura de los programas sociales alcanzó 34%, un poco más que el 31% en 2016, pero con más dinero para los adultos mayores, y de manera muy regresiva. Los ricos reciben más que los pobres. Este programa es el único que realmente cuenta: uno de cada cinco hogares obtiene la pensión no contributiva. En cambio, las becas Benito Juárez (básica) apenas llegan al 7.7% de los hogares (versus 17.6 de Prospera), las BBJ de preparatoria a 5.4% de los hogares, y Jóvenes Construyendo el Futuro es más o menos inexistente. Beneficia a 0.3% de las familias (tomo estos datos del estudio de Indesig).
Un último dato. Según México, ¿cómo vamos?, la Enigh de 2022 reporta que 1.7 millones de hogares reciben remesas de Estados Unidos, aproximadamente 4.5% de los hogares, y las remesas representan menos del 2.5% del ingreso de los mismos. Resulta difícil comprender cómo tan pocas familias reciben tanto dinero (casi 60 000 millones de dólares al año). Serían parte del 1% más rico del país. El dato de hogares no es nuevo (aparece en la Enigh de 2020) pero el del monto de las remesas, sí. Existe un gran enigma al respecto.
¿Conclusiones políticas? Difícil de saber, pero una es clave, y contradictoria. Las pensiones para adultos mayores son importantes, intocables, pero probablemente incosteables sin una reforma fiscal mayor. Todo lo demás puede ser objeto de un ucase electoral —“¡No se tocan!”— pero no pasaría gran cosa ni política ni monetariamente si se quitaran. Quizás más que hablar de la continuidad de los “programas sociales” en general, convendría centrar la atención en la pensión de adultos mayores. Es el único realmente intocable.