El campo mexicano atraviesa en la actualidad, otra de sus peores etapas en cuanto a pobreza rural, baja productividad, inseguridad alimentaria, frágil tenencia de la tierra, insuficiente financiamiento y una “comercialización de cosechas orientada al fraude y la estafa”.
Esta situación, para nada compensa el trabajo y gran esfuerzo de millones de agricultores y hombres y mujeres del sector social dedicados a la producción y abasto de alimentos para todos los mexicanos, con un aporte adicional a través de exportaciones de productos como hortalizas, legumbres, aguacate y otras frutas; carnes de res y cerdo de alta calidad.
En la llamada “Cuarta Transformación”, que encabeza el gobierno centralista –al menos en lo referente al ejercicio del presupuesto federal—de Andrés Manuel López Obrador, con el eslogan de “primero los pobres”, en los hechos es al segmento de población que más ha afectado con sus políticas anti-neoliberales, particularmente en la economía, en salud, alimentación–donde el 50 por ciento de la población en esas condiciones padece desnutrición—en empleo, en educación y vivienda. Así, su estrategia solamente “tiene un efecto publicitario”.
Los productores del campo de México y la población rural, no solamente sobreviven en condiciones de indefensión y rezago social, sino que en la actualidad se presenta en todo el medio rural, el fenómeno del despojo de tierras, falta de viviendas rurales y una tecnología agrícola que no es precisamente ejemplo de eficiencia tecnológica: las labores agrícolas en más de un millón de hectáreas ubicadas en laderas, en los estados de Chiapas, Oaxaca, Puebla y Veracruz, aún dependen de la “tracción humana”, por falta de apoyo institucional.
En México, solamente los productores agrícolas del estado de Sinaloa y sur de Sonora, son competitivos con los agricultores norteamericanos, sobre todo en maíz. Los sinaloenses cuentan con un millón de hectáreas con riego y, casi la totalidad de la cosecha de maíz del ciclo invernal, también dispone de maquinaria y fertilizantes modernos. Todos esos insumos, arrojan rendimientos de hasta 13 y 15 toneladas de maíz por hectárea.
Obviamente que eso está muy bien, aunque este año el gobierno federal escatimó el precio de comercialización de maíz en ambas entidades, a pesar de que obtuvieron una cosecha de más de 7 millones de toneladas, siendo, además, la primera cosecha del grano que entra al mercado nacional.
En el resto del país, la agricultura es un desastre. Los rendimientos unitarios van de 500 kilogramos por hectárea, a un promedio nacional de 2.5 toneladas por unidad de superficie. Se cultivan en el ciclo primavera-verano, aproximadamente 12 millones de hectáreas, casi en su totalidad, en condiciones de temporal; es decir, dependen del periodo de lluvias.
Las cosechas anuales estimadas por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, de los ciclos otoño-invierno y primavera-verano –si hay un ciclo regular de lluvias—pueden llegar a 28 millones de toneladas, incluidas las cosechas del ciclo otoño-invierno. Sin embargo, por siniestros debidos al exceso de lluvias de temporada o insuficientes por sequía, heladas tempranas o granizadas, disminuye este volumen en unos 4 o 5 millones de toneladas al año.
México se ha convertido en un país importador de maíz, frijol y trigo para cubrir la dieta alimenticia de los mexicanos. Tan sólo del grano más importante, como es el maíz, el gobierno recurre a la importación del grano para cubrir la demanda que exige la alimentación animal, en los procesos de producción de carne de res, cerdo y pollo, así como de huevo y leche. En esta forma, las compras de maíz amarillo a Estados Unidos, principalmente, ascienden a 16 millones de toneladas anuales.
La totalidad de maíz que se adquiere de los Estados Unidos, es amarillo, que es la variedad que contiene una mayor cantidad de grasa, propia para la engorda de ganado. Este tipo de maíz tiene la característica de ser transgénico, o también llamado “organismo genéticamente modificado” (OGM).
Lo inexplicable, es que el presidente López Obrador ha entrado en una discusión con el gobierno y los productores de maíz de Estados Unidos, más por desconocimiento del significado de lo transgénico o de los OGM, que son lo mismo, que por convicción de que ese tipo de granos alimenticios sean nocivos para la salud de los consumidores. Así, se habla no sólo de maíz, sino de frijol, de soya y una serie de hortalizas.
En este tema existe una gran confusión, provocada por la incapacidad de los científicos, principalmente norteamericanos, aunque hay varios mexicanos, entre ellos los doctores Francisco Bolívar Zapata y Hugo Herrera Estrella, quien radica en EU, que no han sido contundentes para aclarar para qué sirven los transgénicos y qué beneficios representan para la humanidad.
Pero vamos a visualizar el problema más de cerca. ¿Por qué el presidente López Obrador no ha consultado con su secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Víctor Manuel Villalobos Arámbula, quien es un experto en Biotecnología y Organismos Genéticamente Modificados? Él es un doctor en esa materia y fue quien diseñó la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados.
Vayamos a otro tema: en todo México los ejidatarios son una “especie en extinción”. Para el presidente López Obrador no existen. Con sus obras “faraónicas”, el mandatario “echó mano de las tierras ejidales” para las construcciones del aeropuerto “Felipe Ángeles”, para la refinería de “Dos Bocas”, y para el Tren Maya, a manos llenas. No le importó destruir la ecología de la península de Yucatán ni utilizar materiales para las vías, que son resultado de formación calcárea de millones de años.
Si me apuran un poco, yo diría que esos materiales fueron resultado de la caída de un meteorito en la zona de Chucxulub, limítrofe con la costa de Yucatán, hace la friolera de 65 millones de años (Los científicos lo atestiguan). Eso sería lo de menos, lo verdaderamente importante es que, esa caída, fue la causa de la desaparición de la faz de la Tierra, nada menos que de todos los dinosaurios. Y el señor, sacando materiales fósiles para las vías de su ¡“obra mágica”!