No sé por qué recuerdo el golpe de Estado en , ocurrido hace 50 años, viajando con mis abuelos paternos en la carretera -Cuernavaca. Mi abuelo, marxista ortodoxo hasta el final de sus días, estaba desencajado. Los militares chilenos, con el apoyo del estadunidense, estaban tomando el poder a la fuerza. Salvador Allende se suicidaba en el Palacio de la Moneda. Comenzaba, así, la oscura noche de la dictadura chilena que duraría 17 años.

  • Mi abuelo no creía que un gobierno de izquierda podía llegar al poder en una liberal para sacar adelante una agenda revolucionaria de manera pacífica. Como marxista, consideraba a la democracia como una forma de dominación burguesa. Discípulo de Lenin, creía en la revolución. Por eso, siempre se mostró escéptico del éxito de la izquierda por la vía democrática. El camino correcto era Castro, no Allende.

Con todo y esta convicción, admiraba mucho al presidente chileno. El golpe en su contra lo entristeció. Estaba enojadísimo. Como siempre que se alteraba, comenzaba a gritar en alemán, una escena dantesca para un niño de ocho años.

La abuela lo trataba de calmar en vano. Yo sólo entendía algunos nombres que soltaba: AllendeNixonCastroEcheverríaBrézhnevKissinger. Por la turbación del abuelo, me quedaba claro que algo muy importante estaba ocurriendo. Yo no entendía nada, pero sí me impactaba el suicidio de un presidente.

En 1985, la Escuela Nacional de Antropología e le hizo un homenaje al abuelo, quien era profesor de esa institución. Hortensia Bussi acudió. Resulta que la viuda de Allende, exiliada en México, se había hecho amiga de los abuelos. Una vez más, el golpe militar chileno se hizo presente en mi vida.

El tema me comenzó a interesar. Por ese entonces, México estaba viviendo una profunda crisis económica. Aparecieron conceptos como “neoliberalismo”, “monetarismo” o “economía neoclásica”. Con Pinochet, Chile se había tornado en la Meca de los “Chicago Boys” que pusieron en marcha el primer experimento de reformas económicas orientadas hacia el mercado. Incluso se adelantaron a lo que en ese momento estaba sucediendo en con Reagan y el Reino Unido con Thatcher.

Me puse a estudiar. Ahí entendí el económico del gobierno de Allende en Chile. Por supuesto que esto no justificaba, de ninguna manera, la intervención armada que lo derrocó. Pero mi abuelo tuvo razón: una revolución social del tamaño de la que quería Allende no se podía procesar en un régimen democrático. La realidad es que éste había ganado la Presidencia por un pelito y nunca tuvo el capital político para hacer cambios tan radicales en tan poco tiempo.

Las reformas orientadas hacia el mercado, en cambio, sí pusieron a Chile en un camino hacia la prosperidad económica. En pocos años se convirtió en la economía más dinámica de América Latina. No sin problemas, desde luego. Tuvieron que corregir algunos errores y excesos. Pero fueron exitosos.

Lo más chocante es que este éxito económico le permitió quedarse más años al gobierno golpista de Pinochet. No olvidemos que, en el Plebiscito de 1988, el 44% de los chilenos votó a favor de que se quedara ocho más en el poder. Más de tres millones apoyaron en las urnas a un general golpista que pisoteaba cotidianamente los derechos humanos en su país.

Los gobiernos democráticos que siguieron a Pinochet sostuvieron la misma económica. Chile siguió por la senda hacia la prosperidad convirtiéndose en la economía latinoamericana con mayor probabilidad de alcanzar niveles de país desarrollado.

En 1998 viví unos cuantos meses en Santiago. En Londres, por una orden de aprehensión del juez español Baltasar Garzón, había sido arrestado Pinochet. Yo vivía en el barrio donde estaba la embajada británica. Ahí se manifestaban los pinochetistas en contra de la detención. Los carabineros los dispersaban con gases lacrimógenos. A mi trabajo, que estaba detrás del Palacio de la Moneda, llegaba llorando. Ahí se manifestaban los antipinochetistas que demandaban justicia en contra del general golpista. Una vez más, los carabineros los enfrentaban de la misma forma. A mi casa regresaba llorando. Por todos lados me gaseaban. Cosas de vivir en un país tan polarizado.

Ayer se cumplieron 50 años del terrible golpe de Estado en Chile. Me la pasé recordando todos estos momentos que me unen a ese magnífico país andino. Una cosa me queda clara: por más éxito económico que haya tenido el régimen de Pinochet, hasta mi muerte seguiré condenando cualquier autoritarismo, sea de izquierda o de derecha. A diferencia de mi abuelo, yo pienso que no hay mejor régimen político que la democracia liberal.

 

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