La de mexicanos de , una atinada decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador, resultó hasta este momento más propaganda que una operación que se olvidara de la narrativa y rescatara a todos nuestros connacionales de la guerra en Israel. Doscientos setenta y seis mexicanos llegaron a este miércoles procedentes de Tel Aviv en dos aviones de la Fuerza Aérea Mexicana, cuyo arribo saludó la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, con una emoción afectada. “Mexicanas y mexicanos con nombre y apellido, hijas, madres, hermanas que hoy se reúnen en México”, dijo. “Representan vidas salvadas y familias reunidas”.

Es cierto, pero parcialmente. Mentira flagrante fue, sin embargo, el trabajo que reconoció del embajador de México en Israel, Mauricio Escanero, y la directora de Protección Consular y Planeación Estratégica de la Cancillería, Vanessa Calva. Extraño, por no pensar otra cosa, su agradecimiento a la Oficina de Representación de México en Palestina, dejando de lado mencionar al israelí. Bárcena tiene que explicar qué papel jugó la Autoridad Palestina –enemiga de Hamás–, si en efecto jugó alguno, qué no hizo el gobierno israelí para que lo ignorara, y revisar el papel del embajador, porque la está engañando.

Conversaciones con mexicanos y mexicanas en Israel reflejan una muy distinta y contradictoria a la que esbozó ayer con tono épico la canciller.

Desde el principio del conflicto armado, el sábado pasado, con el ataque terrorista de Hamás, decenas de mexicanos y mexicanas no contaron con el apoyo de la embajada, que nunca estableció contacto para conocer su situación y ofrecerles ayuda, como asistirlos para salir de las zonas más calientes. El silencio de la embajada se sintió más en las zonas consideradas vulnerables por el alto riesgo de ataques.

Eso sucedió con Diana, por ejemplo, que está casada con un judío y es madre de dos menores, que vivían en un kibutz –pequeñas comunidades–, vecina de Re’im, un kibutz a cinco kilómetros de la Franja de Gaza, donde 3 mil 500 que asistieron el sábado a un festival de fueron las primeras víctimas del ataque lanzado por las milicias de Hamás, que desde motocicletas y camiones les dispararon con fusiles de asalto AK-47, los famosos cuernos de chivo, asesinaron a cuando menos 260 de ellos y secuestraron a decenas más de toda la zona.

Diana y su familia estuvieron en medio de los combates que libraron las Fuerzas Armadas israelís con Hamás para recuperar las comunidades, sin que la embajada mexicana, que tiene el registro de los mexicanos residentes en Israel y los lugares donde viven, se comunicaran con ella. Finalmente el israelí los evacuó e instaló en un kibutz en el norte del país, donde siguen enfrentando los morteros y cohetes de Hizbulá, sin que hasta ayer la embajada se hubiera interesado en su suerte.

Varias mexicanas que pidieron que sus nombres no fueran utilizados confirmaron el abandono de la embajada. “De 20 de nosotras que estamos en un chat, sólo a una le llamó la embajada para preguntarle si quería evacuar”, dijo una. Esto sucedió hasta después de que la embajada recibió peticiones para inscribirse en la lista de evacuación, luego de que el lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador reveló que había 300 mexicanos que habían solicitado ayuda para salir de Israel y que enviaría dos aviones de la Fuerza Aérea Mexicana por ellos. Pero, en un principio, el personal diplomático en Tel Aviv no tenía idea de lo dicho por el Presidente, mostrando una falta de coordinación de la embajada con la Dirección de Protección Consular, aunque, como hipótesis a partir de experiencias pasadas con el Presidente, pudo haber sido resultado de una ocurrencia que tomó a todos desprevenidos, lo que también explicaría la demora de los aviones militares en partir.

Varios países iniciaron desde el primer momento sus planes de evacuación, utilizando aviones militares y comerciales, a fin de que pudieran sacar de Israel a sus connacionales y a sus familias. No fue el caso de los mexicanos. La prioridad de evacuación fueron los turistas, manejando de manera discrecional la evacuación de los residentes. Además, dijeron las personas consultadas, los militares no permitieron que nadie que no tuviera pasaporte mexicano subiera a los aviones. A una mexicana que llegó con su esposo, israelí, y sus dos hijas menores, le dijeron que ella podía subir al avión, pero su familia no. Esa provocó que otras mexicanas con hijos y esposos –quienes no están en el frente de guerra– optaran por ni siquiera intentar subirse al avión.

Cerca de mil 500 mexicanos se registraron para ser evacuados, de los cuales sólo lo han sido 276 en dos aviones Boeing 737, que son para vuelos de corto y mediano alcance, lo que explica por qué tuvieron que hacer un viaje lechero con tres paradas para repostar combustible. Varias naciones acudieron a las aerolíneas comerciales, ya fuera rentando sus aeronaves para la evacuación, o desarrollando un modelo híbrido, como Argentina, que envió un avión militar Hércules 130 a Roma, para establecer un puente aéreo con Tel Aviv, organizando vuelos de la capital italiana a Buenos Aires en aviones de Aerolíneas Argentinas.

El gobierno mexicano pudo haber realizado un puente aéreo similar en una capital europea a donde vuela Aeroméxico, y establecer el puente aéreo con los dos 737, como lo hizo Argentina. Además de no haber diseñado opciones, tampoco tienen idea los mexicanos y mexicanas en Israel si habrá otros vuelos para la evacuación, una incertidumbre que no tienen los nacionales de otros países, que tienen la información de que la evacuación será general, incluidas sus familias, y no discrecional y, como hasta ahora luce en el caso mexicano, acotada.

México fue uno de los primeros, si no el primero, en evacuar a sus connacionales, lo que es muy loable. Pero no puede ser una reacción de botepronto, sino resultado de una planeación razonada. Las deficiencias se pueden corregir. Varios cientos de mexicanos esperan en Israel que así sea.

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