El economista argentino, Javier Milei, se ha convertido oficialmente, hace tan sólo un par de días, en el presidente del ejecutivo de su país, y en su primer día de ostentar el título, ha sufrido ya lo que podemos considerar como su primer atentado (una botella de vidrio, lanzada directo a la cabeza, y que falló el blanco por tan sólo unos centímetros).
El odio masivo, irracional y transnacional que en una violenta, ruidosa e ignorante minoría suele despertar Javier Milei, sin duda uno de los más grandes especialistas del mundo en crecimiento económico de la actualidad (pero que, fuera de eso, es tan sólo una persona que sostiene una postura liberal, sí, con tintes anarquistas, aunque, honestamente hablando, una bastante convencional y moderada); el pánico que genera Milei, decía, habla más de gran parte del putrefacto estado del «pueblo bueno», que se expande tristemente por todo el decadente occidente contemporáneo, que de su persona y de sus sensatos ideales en pro de las garantías individuales (incluida la libertad de mercado) y de la igualdad ante la ley de todo ciudadano (sin importar su raza, género, religión, ideología ni prácticamente nada).
Es siempre el instinto tiránico en nuestro interior el que anhela la censura y la represión de nuestros adversarios políticos y/o ideológicos; son siempre los demonios de la impaciencia y la desesperanza, consumista y devoradora, los que nos obligan a hacer las cosas mal y a las carreras, en vez de someternos a la autodisciplina implícita dentro de los adecuados procedimientos para lograr alcanzar de modo exitoso objetivos en verdad laudables, como los que en estos momentos pretende conquistar el presidente argentino, como lo son el combate a la inflación, el déficit fiscal, la inseguridad y la pobreza.
Y es que es prácticamente inevitable que, cuando nos decidimos a hacer bien las cosas, nuestros resultados a corto plazo serán considerablemente negativos, pero a mediano y largo plazo, serán evidente y milagrosamente positivos (y la ya tan esperada explosión inflacionaria del 100% para el combate al déficit fiscal y a una posible hiperinflación a futuro de cerca del 15,000% anual, vaya que no es la excepción).
Así que lo único que me queda recordarle al pueblo argentino y al mundo, en general, es aquel hermoso y sabio proverbio árabe, que reza que la paciencia es un árbol de raíces amargas, pero frutos dulces, muy dulces; y que, si existe un piloto de tormenta en toda Sudamérica capaz de evitar la eminente hiperinflación argentina a la que la han condenado los tornados del socialismo rampante de sus ayeres, ese, les garantizo, que es nada menos que el supuesto «loco» e «inexperto» de Milei (guarden este “tuit”).