Hace unos días, El Universal publicó una nota que muestra la congruencia entre lo que dice el de López Obrador y lo que hace. No siempre es el caso: ninguno de sus cuatro proyectos emblemáticos funciona realmente; no tenemos ni tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca; en las mañaneras el presidente miente como respira; no ha reducido la violencia y la criminalidad; Pemex no produce más petróleo, etc. Pero en materia de becas en el extranjero de superior, López Obrador y el energúmeno que dirige el Conahcyt han hecho lo que dijeron y han dicho lo que hicieron.

Ilustración: David Peón

En el 2015, según el mencionado artículo, el gobierno mexicano otorgó 1793 becas de maestría para estudiar en el extranjero. La mayoría fueron para , España, Reino Unido y Francia. En 2022, se financiaron 148 becas de maestría en el exterior. Asimismo, en 2016 había 3479 doctorantes mexicanos en el extranjero, y en 2023 sólo fueron 1010.

La mayoría de todos los becarios actuales fueron a Cuba, en medicina, en algo que se llama la Escuela Latinoamericana de Medicina. El número total de becarios mexicanos en Cuba (maestría, doctorado y especialidad) pasó de cero en 2020 a 428 en 2023. Además, cada becario en Cuba aparentemente entrañó un costo al erario mexicano mayor que en los otros países mencionados. Cada estudiante mexicano en Cuba implicó una erogación de 363 000 pesos por nueve meses, mientras que en Estados Unidos “costaron” 270 000 pesos, y en Reino Unido 271 000 pesos.

Dicho de otro modo, el gobierno de López Obrador ha reducido enormemente las becas que se otorgan, y la pequeña cantidad que sí se expiden son para “formar” médicos en la isla (whatever that means en Cuba), a un precio de claro subsidio. pagó 207 millones de pesos anuales por enviar becarios a Cuba, cinco veces más que en España, y diez veces más que en Francia.

Es el equivalente de contratar médicos cubanos pagando una fortuna por ellos (obvio no a los doctores, sino al gobierno de La Habana), o de enviar petróleo subsidiado o gratuito a la completamente quebrada economía isleña, o de comprar insumos cubanos para los proyectos faraónicos de López Obrador (el famoso balastro para el Tren Maya). Es parte del apoyo disimulado, encubierto, opaco, de a la dictadura castrista.

Pero a diferencia de estos otros casos, el tema de las becas resulta especialmente pernicioso. Desde la época de Rodrigo Gómez en Banco de México —mucho antes de que Echeverría creara el Conacyt (sin h)—, el Estado mexicano enviaba gente a formarse fuera del país. En parte, porque en determinadas especialidades, no existía una oferta adecuada en México, en parte para que adquirieran el “mundo” necesario para convertirse en administradores públicos a la altura de sus contrapartes en otros países. Huelga decir que además del banco central, otras dependencias del gobierno hacían lo mismo. Resultaba más barato y más rápido enviar a alguien fuera que crear una institución nacional ad hoc.

Esta discusión tuvo lugar a pequeña escala en 2010, cuando Obama quiso lanzar un gran programa de formación de mexicanos en Estados Unidos (el número total de universitarios mexicanos en ese país era de aproximadamente 13 000 y no ha variado mucho, alcanzando unos 14 500 en el 2022, según el International Institute of Education).  Calderón lo vio con buenos ojos. Pero inventó que en México se titulaban cada año 65 000 ingenieros —más que en Alemania— y que en esa profesión no era necesaria la ayuda norteamericana. Obvio: todo depende de la definición de “ingeniero”; si cada quien tiene la suya, las comparaciones son imposibles. En 2022, de todo el sistema Tec de Monterrey (la única institución de educación superior con cobertura nacional), se titularon 3346 ingenieros.  No sé de dónde podían provenir los otros 61 700.

Pero López Obrador no sólo no quiere ingenieros. No quiere que nadie vaya a los países “fifí” (también entre países hay buenos y malos), y que los que salgan sólo vayan al paraíso caribeño. Hasta Stalin enviaba a a estudiar en el extranjero, aunque luego los fusilaba. Fidel los despachaba a Moscú, donde aprendían algo, a pesar del enorme retraso soviético frente a Occidente salvo en las industrias de armamento y espacial (seguimos esperando el lanzamiento de un satélite cubano). AMLO cumple: estudiar en el exterior es no sólo inútil, sino nocivo. A menos de que suceda en Cuba, país en la vanguardia tecnológica moderna: están investigando cómo vivir sin comer. Suerte.

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