Ahora que están de moda las refinerías, su ubicación y su cierre, vale la pena reiterar algunas de las críticas o incluso denuncias que se han formulado en días recientes en varias columnas sobre uno de los mayores pecados de este gobierno. Destaco la columna de Jorge Andrés Castañeda en días recientes y la de Enrique Quintana hoy mismo. A lo largo de este sexenio se le han transferido entre 90 000 y 95 000 millones de dólares a Pemex, según el tipo de cambio promedio del peso que se utilice para ese lapso.
Se trata de una enorme cantidad de dinero, como ya se ha explicado: algo así como 8 % del PIB de México este año. En vista de esa transferencia, tendría que verse algo a cambio. Pero como se ha señalado, en primer lugar, la deuda externa de la paraestatal prácticamente no se ha movido. Sigue en alrededor de 105 000 – 106 000 millones de dólares. La deuda a proveedores tampoco se ha alterado; más aún, ha aumentado. La producción de crudo tampoco se ha incrementado en estos años, no sólo no alcanzando la meta de más de 2 millones de barriles diarios que se había propuesto el gobierno de López Obrador, sino que ha permanecido a niveles entre 1.5 y 1.6 millones de barriles diarios, sólo complementado por casi 100 000 barriles diarios de productores privados.
La producción de refinados, que debió haber sido suficiente para alcanzar la llamada soberanía energética o, en todo caso, la autosuficiencia de refinados este año, tampoco ha aumentado; si además de eso tomamos en cuenta la enorme cantidad de combustóleo contaminante que se produce en las refinerías de Pemex, es imposible ver a dónde se fue el dinero. El único destino conocido es Dos Bocas, con sus veinte y pico millones de dólares, que no ha producido un solo litro de gasolina hasta ahora. También, quizás, haya algunas inversiones de Pemex en coquizadoras y en fertilizantes.
Se trata de un daño patrimonial al Estado mexicano absolutamente gigantesco. Nunca se había visto un tiradero de dinero como éste. En algún momento, tal vez en el séptimo año del sexenio, como suele suceder, sabremos más sobre el verdadero destino de esos recursos. Por lo pronto sabemos que no parece haber remedio en el horizonte. Sobre todo si tomamos en cuenta la renuencia hasta la fecha, y que puede perpetuarse si el responsable es el secretario de Hacienda y no la Presidencia de la República, de canjear la deuda de Pemex por Estados Unidos Mexicanos.
Como ya también se ha señalado en varias columnas, Pemex está pagando hoy rendimientos de más de 12 % en el mercado internacional. Mientras que EUM —o UMS en inglés— difícilmente se cotiza entre 4.5 y 5 %. En otras palabras, la diferencia entre lo que pagamos los mexicanos por la deuda de Pemex y por la deuda del Estado es de entre 800 y 700 puntos base, es decir, entre 8000 y 9000 millones de dólares al año. El gobierno no ha dado nunca una explicación clara, contundente y convincente de por qué se ha negado a hacerlo.
Algunos expertos en ocasiones sostienen que una operación de canje de este tipo “contaminaría” el papel UMS, pero por lo menos en público y en foros accesibles, no existe un cálculo preciso al respecto. En este sexenio se han cometido muchos pecados, por no llamarle delitos. Éste es uno de los mayores y más graves.