Nearshoring es la palabra de moda entre los analistas de la economía mexicana. Como buena moda, para algunos representa algo que, por ordinario, por estar tan a la mano, ya no dice mucho. Sin embargo, en las modas también podemos identificar la necesidad de expresar algo importante para muchas personas.

¿Qué hay de relevante en esta palabra tan en boga? Identifico varios elementos que puedo agrupar en tres hilos que se tejen como una trenza: el agotamiento de la , el retorno de la industrial en occidente y, pensando en , la incesante búsqueda de la piedra filosofal.

1. El agotamiento de la globalización

En su libro The Globalization Myth, Shannon O’Neil mostró que el comercio mundial es en buena medida regional y eso modera la idea de que atravesamos un período de hiperglobalización. A pesar de ello, durante la pandemia y en los meses que le siguieron quedó claro que hay algunos enlaces delicados y cruciales para la actividad económica y el comercio en todo el mundo.

Como muestra tenemos la y los semiconductores. Entre , Arabia Saudita y Rusia producen alrededor de una tercera parte de los hidrocarburos que se consumen en todo el mundo. Sin el diseño y la manufactura de chips que ocurren en Corea del Sur y Taiwán, muchas industrias no pueden funcionar.

Al buscar artículos académicos con la palabra , me encontré con varios escritos en los años noventa e inicios del siglo que se referían principalmente a una práctica empresarial racional. La moda en esos años era el offshoring, es decir, mover procesos productivos hacia ubicaciones que tuvieran alguna ventaja comparativa, usualmente los costos. Si esa ventaja desaparecía, entonces traer de vuelta –reshoring–, o aquí a la vuelta –nearshoring–, los procesos productivos, era una estrategia razonable.

Pero tras la financiera de 2008 y 2009 se vieron los primeros grandes riesgos de una conexión tan estrecha entre las economías, y conforme pasaron los años –ya conocemos la – estos también derivaron en movimientos políticos cada vez más fuertes y cada vez más nacionalistas. La elección de Trump, el Brexit y otros sucesos son ejemplos claros, todos con matices y todos con especificidades que a su vez nos permiten observar lo común en ellos.

En este sentido, la emergencia sanitaria y las crisis en las cadenas de suministro y en el sector energético de los últimos años hicieron más evidente cierta fragilidad del sistema globalizado y se profundizaron las tendencias que lo revierten.

2. El retorno de la

Si la globalización representó la contracción de los Estados –sobre todo los de occidente– en la intervención de las economías, las nuevas tendencias de relocalización de las cadenas de valor reflejan un vigor nuevo de la política que pretende encaminar a la economía, sobre todo en Estados Unidos. Bastan como ejemplo el lema trumpista “Make America Great Again” y la convicción del presidente Biden de que está construyendo un green new deal para verlo con claridad.

Desde luego que también aquí hay matices: los subsidios y diversos estímulos a la producción para la exportación son una práctica común desde hace décadas en muchas naciones, y los tratados de libre comercio de nuestro tiempo son principalmente reglas para el comercio que establecen para sí los países que los firman. Ahí siguen los Estados.

Pero aun considerando esos matices, se puede decir que el sistema de comercio internacional se diseñó para operar bajo reglas más o menos claras y transparentes. Sin embargo, no me parece aventurado decir que la presencia de China en la Organización Mundial del Comercio desde 2001 puso a prueba ese sistema por las siguientes dos décadas.

Esta presencia de China en el comercio y luego también en el desarrollo de tecnología y el financiamiento y construcción de infraestructura en muchos países ha sido interpretada como un riesgo adicional y, en buena medida, de él procede la nueva política industrial en Estados Unidos, que busca fortalecer las cadenas de suministro en casa o con aliados y vecinos. Y Estados Unidos son buenos para establecer modas.

3. La incesante búsqueda de la piedra filosofal

Cuando escucho a políticos y leo a ciertos comentaristas hablar de la gran oportunidad que el nearshoring representa para el crecimiento y desarrollo de México me invade el mismo pesimismo que cuando escucho a otros políticos y leo a otros comentaristas hablar del petróleo como la palanca para el desarrollo nacional. Es, me temo, una historia más de nuestro centralismo mágico.

La relocalización de cadenas de valor y los recursos naturales por supuesto que tienen el potencial de ser elementos en una senda de desarrollo, faltaba más. Pero para que eso funcione, se requieren instituciones fuertes, infraestructura de calidad, adaptación tecnológica y, sobre todo, talento.

A lo mejor esta palabra se puso de moda porque seguimos buscando un milagro, un grand slam, una piedra filosofal que transforme nuestras manufacturas en oro. Pero lo que necesitamos es paciencia, un plan y mucho trabajo. Parece obvio, pero en estos tiempos vale la pena recordarlo.

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