El ambiente polarizado que vive el país se ha acentuado conforme nos acercamos al día de las elecciones. Somos un país dividido (más por clases que por ideologías), circunstancia de la que se han servido hábilmente políticos y otros actores. La polarización no inició con este sexenio, aunque se ha agudizado desde la tribuna presidencial. Los debates políticos son más bien combates donde impera la descalificación. Como en la lucha libre, «el respetable» se regodea cuanto más vistosos son los lances y los golpes. Quien gane la elección presidencial haría bien en tejer la célebre operación cicatriz. ¿Podríamos salir fortalecidos después de tanto golpeteo?
Evidentemente el deber-ser que traemos en la cabeza es una coraza dura e impermeable que suele impedir nuevas interpretaciones del mundo. El deber-ser está íntimamente ligado al dogma, suele ser incuestionable e indiscutible. Me queda claro que, para mi madre, el deber-ser relacionado con la ropa asumía que tenía que estar planchada, libre de arrugas; es natural que viera en el lino a un formidable adversario.
No aspiro a un país homogéneo en visión política, ideología y clases. Suena utópico. Aspiro a un país unido a pesar de nuestras diferencias. Un país que reconozca la dignidad del otro como base de cualquier entendimiento y acuerdo. La operación cicatriz requiere la voluntad de gobierno y opositores.
El kintsugi implica la sensibilidad para ver que nuestras heridas y fracasos no nos hacen menos valiosos, al contrario, añaden riqueza a nuestra existencia. Es una invitación a abrazar nuestras propias imperfecciones y transformarlas en fortalezas. Una relación rota puede enseñarnos lecciones valiosas sobre el perdón y el crecimiento personal, convirtiéndonos en versiones más fuertes y compasivas de nosotros mismos. En un mundo que, tal vez como nunca antes, está obsesionado con la imagen y el estereotipo de juventud y belleza, tendemos a ver el envejecimiento y las desviaciones de un patrón como un no-deber-ser. Quizá en el futuro la tendencia sea pendular y exista una sociedad evolucionada donde las arrugas tengan cabida, una sociedad indiferente a las curvas prolongadas, una sociedad que abrece lonjas y papadas y cada marca del cuerpo como un recordatorio a la historia única de cada quien.
México es como una pieza de cerámica fragmentada. Los nuevos gobernantes podrían iniciar una etapa de restauración a la medida de sus diferentes alcances. Podrían trabajar en reconocer las diferencias, promover el diálogo y la empatía, privilegiar el respeto mutuo, limar injusticias e inequidades y comprometerse en un acuerdo. ¿Suena utópico?, tal vez; tanto como decidir no tirar los pedazos rotos a la basura, mejor juntarlos y presumir sus uniones.
@eduardo_caccia