Con regularidad, en un entorno de mucha desinformación, vale la pena insistir en que todos tenemos un lugar importante en la construcción de sociedades que sean cada vez más prósperas, equitativas e igualitarias en oportunidades.

Los acuerdos mínimos que podemos alcanzar juntos son más relevantes que cualquier diferencia que pueda presentarse y nuestro enfoque debe estar en esas coincidencias. Todas y todos buscamos mejores condiciones de vida para nuestros seres queridos y para nuestros vecindarios. Eso nos une y nos unirá hacia delante.

Encontrar nuestros puntos comunes no es un ejercicio tan difícil y debemos llevarlo a cabo todo el tiempo. Nuestras familias se beneficiarán de ello inmediatamente y también es el camino para convertirnos en mejores ciudadanos.

Si nos involucramos con nuestro entorno y participamos confiando en que somos una sola sociedad, no hay diferencia que se sostenga. Nuestro común denominador es el beneficio general y ese se consigue cuando apuntamos a los mismos objetivos y a las mismas metas.

¿Cuáles son? Vivir en , en calles y colonias en las que podamos estar a cualquier hora, con espacios abiertos en buenas condiciones, bien iluminados, en los que los servicios públicos mantienen las banquetas limpias, la infraestructura cuenta con mantenimiento constante y las decisiones comunitarias se toman por una mayoría de personas que desean contar con un medio ambiente adecuado para ver crecer a sus familia.

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Pero la clave es la . Dedicar tiempo y dialogar como vecinos para que lo que podamos mejorar entre nosotros lo hagamos lo más pronto posible; y lo que necesita de las autoridades, se acuerde para que se realice.

Una práctica que contribuye mucho a esto es la consciencia cívica que podamos inculcar en nuestras familias para conducirnos como los mejores ciudadanos posibles y hacer sentir nuestro peso en los hábitos y en las acciones que son necesarios para que los lugares en los que habitamos sean ese mismo hogar que disfrutamos de la puerta principal hacia dentro.

Porque las calles son una extensión de nuestra casa y, en más de un sentido, son nuestras; por eso debemos ocuparlas todos los días, desde la hora más temprana y hasta la noche. Cuando ocupamos las calles, evitamos que cualquier persona que busca afectarnos tome ese lugar que nos corresponde.

Eso significa contribuir a la limpieza de las banquetas, a cuidar el agua, a colaborar para que parques, jardines y andadores sean sitios en los que no solo podamos encontrarnos, sino que podamos disfrutar.

Una comunidad que sale a la calle también es una que fortalece su unidad. La idea de barrio, esa que nos platicaban nuestros abuelos en alguna época, es posible en nuestro tiempo y debe representar nuestros mejores valores para promover la solidaridad, el afecto y la cooperación entre vecinos. A eso, creo, nos referimos cuando deseamos que nuestro barrio nos respalde.

Ganamos mucho cuando entramos en contacto con quienes viven a nuestro lado o en el piso de arriba y en el de abajo en nuestro edificio. Si no lo hemos hecho estamos a tiempo de tocar el timbre y presentarnos, porque seguramente son personas que persiguen los mismos buenos propósitos que nosotros. Es en la unidad como podemos construir sociedades inteligentes.

Y lo hemos hecho antes. En emergencias y en tragedias naturales hemos demostrado que somos una comunidad mucho más fuerte de lo que pensamos y que nuestras coincidencias están ahí, a veces latentes, y en otras ocasiones a flor de piel. Nada más necesitamos identificarlas, platicar acerca de ellas y ponerlas al frente en cada una de las actividades que llevamos a cabo en comunidad y en familia. Esa es la manera de construir la paz y la tranquilidad que podemos alcanzar y que merecemos.

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