Obvio, las elecciones dividen. De eso se trata: de enfrentar diversos proyectos de país. Uno obtendrá la mayoría, los otros serán minorías. Todos seguirán viviendo en el mismo lugar con las consecuencias de los resultados electorales.

El problema es cuando las divisiones son tan agudas que la saludable pluralidad se convierte en odio, entendido por la Real Academia Española como “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.

El odio es una emoción muy humana. Muchos lo consideran como el otro lado de la moneda del amor. Los dos sentimientos son irracionales. Hacen que los individuos cometan actos que atentan contra sus intereses. Sí, los humanos somos animales irracionales que deliramos por pasiones intensas derivadas del odio y/o del amor.

El odio es un instrumento poderoso en la política. Moviliza masas. Destruye civilizaciones. El mal que se desea no pocas veces termina en violencia física, incluso en el asesinato de pueblos enteros.

Es tan poderoso que, en algunos países, el discurso de odio está prohibido. Como liberal, estoy en contra de dicha prohibición. Creo en la libertad de expresión hasta de los divulgadores de odio, siempre y cuando sea público quiénes son y se hagan responsables de sus dichos y hechos.

En está a punto de terminar un proceso electoral que ha dividido mucho a la sociedad. Al punto, creo, que hay gente que odia al bando opuesto. Les desean el mal. Quieren su desaparición.

Les tengo una mala noticia: no sucederá.

El próximo lunes existirá la misma pluralidad social que hoy. Los que piensan diferente no desaparecerán. Todos deberán convivir en el mismo país.

Los políticos populistas tienden a polarizar al electorado. Hoy, gracias a López Obrador, México está prácticamente dividido en dos bandos (a favor y en contra de la llamada “Cuarta Transformación”). Así lo demuestran las encuestas.

Por su naturaleza, las son el espacio donde la es más fértil. A unos días de votar, se han multiplicado los mensajes reales y falsos que promueven la división política. Eso no tiene nada de malo. Es el ruido propio de la -liberal, que es mejor que el silencio farsante de los regímenes autoritarios.

El problema es cuando el ruido de la división se torna en odio.

Odio que puede derivar en violencia física.

Son los fanáticos los que típicamente dan el paso de la diferencia saludable al odio pendenciero.

Estos días, las redes sociales están llenas de esos extremistas. Le desean el mal al que piensa diferente o a los que, como en mi caso, tenemos nuestras convicciones, pero creemos que debemos respetar al opuesto, escucharlo y, en una de ésas, hasta aceptar que tiene la razón.

He dedicado muchos años de mi vida a promover el debate entre los que piensan diferente. Creo en la libertad, pluralidad y tolerancia como valores de la democracia. No ha sido fácil ejercer mi profesión este sexenio en que el Presidente no comparte esos valores.  sigue la doctrina de Carl Schmitt: la política como el enfrentamiento de amigos y enemigos. Sólo hay dos bandos. Los que están conmigo y los que no. En este sentido, se ha debilitado el espacio liberal de la convivencia política.

López Obrador es, a menudo, un fanático polarizador que odia. Sí, le desea el mal a los que considera sus enemigos. Y esto ha permeado dentro y fuera de la .

Dentro hay más papistas que el Papa. Odiadores que, sin ambages, pretenden la destrucción de la oposición.

Ni se diga los de fuera. El odio genera odio. Gente sensata, inteligente, que sintiéndose frustrada e inerme comienza a desearle el mal al oficialismo o los que no son fanáticos como ellos.

Ambos nos odian a los que seguimos teniendo la convicción liberal de que es posible una convivencia civilizada entre los dos bandos.

Nos critican por ser “Corea del Centro”. Dicen que, en la coyuntura actual, se debe estar o con “Corea del Norte” o con “Corea del Sur” porque la del “Centro” no existe. La analogía me parece interesante. Se les olvida que Corea fue un solo país, que acabó dividiéndose por sus diferencias ideológicas. Familias enteras quedaron separadas a pesar de tener una misma , cultura, lengua y religión.

¿Eso queremos de México?

Mejor la analogía de Alemania que, durante más de cuatro décadas quedó dividida entre un país del Este (socialista) y otro del Oeste (capitalista). No existía la Alemania del centro. Hasta que cayó el ominoso muro de la separación y volvieron a unirse los alemanes en un régimen democrático-liberal donde conviven sanamente los que piensan diferente.

X: @leozuckermann

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