Mucha gente se pregunta, con razón, si un posible de será parecido o distinto al sexenio de López Obrador. Fuera y dentro de , de manera constante surgen las interrogantes: ¿será más radical o menos? ¿Más ideologizada o menos? ¿Más autoritaria o menos? ¿Más pragmática o menos? ¿Más tecnocrática o menos? Y ante cada disyuntiva surgen respuestas que van desde las psiquiátricas hasta las edípicas, sin ofrecer realmente perspectivas perspicaces o conocedoras. Como es lógico: Sheinbaum no quiere mostrar sus cartas, y quienes la conocen bien se encuentran ante la imposibilidad de hacerlo por el mismo motivo.

Lo que sí podemos saber, sin embargo, es el contexto en que recibirá el país. Y esto es quizás lo más interesante de lo que viene. El sexenio de Enrique fue todo lo que se le ha criticado: frívolo, corrupto, de desperdicio de oportunidades, de funcionarios inmensamente mediocres o rateros, que rodearon a los pocos competentes y honestos. Pero lo que también es cierto es que Peña Nieto le heredó a López Obrador un país en orden.

La economía crecía a las mismas tasas mediocres de los veinte años anteriores, pero se trata de cifras muy superiores a las de ahora. Entregó finanzas estatales sanas, exportaciones en auge, inversión extranjera que incluía nuevas inversiones —y subrayo esto— en cantidades interesantes, un nivel de violencia e inseguridad desde luego inaceptable, pero en una fase de descenso, sin que haya explicaciones muy verosímiles de los motivos de esa caída. No hubo conflicto poselectoral; sólo las trampas de Peña Nieto a favor de López Obrador y en contra de Ricardo Anaya.

La relación con se había estabilizado después de las dificultades propias de la revisión del TLCAN, convertido en , y de la sumisión del régimen a Trump en materia migratoria. Pero en mucho menor medida que las humillaciones que el propio Trump y después Biden le impusieron a López Obrador y a su equipo. En pocas palabras: Peña Nieto le remitió a López Obrador un país en orden, sin grandes inmediatos enfrente, y en una senda tranquila de mediocridad estable.

López Obrador le entregará a su sucesora, cualquiera que sea, un panorama muy diferente. El de 2024 terminará superando seguramente los seis puntos del PIB. La violencia permanece a niveles alarmantes; debido a la manipulación de las cifras de y de muertes de origen indeterminado, no sabemos siquiera si realmente se encuentra por debajo de principios de sexenio, pero en todo caso ha alcanzado cifras aterradoras durante los seis años enteros. La oposición, suponiendo por un momento que Sheinbaum gane, no sólo no aceptará fácilmente el resultado electoral, sino que se encuentra ofendida, estigmatizada y profundamente afectada por la cantidad de veces que López Obrador, su candidata y Morena violaron la normatividad electoral, incluso de acuerdo con autoridades electorales ya capturadas por Morena.

La relación con Estados Unidos se halla en condiciones especialmente delicadas, ya que se avecina la revisión del TMEC en 2026, la posibilidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca, y una serie de retos inminentes, desde el endurecimiento por Biden de la política migratoria —a punto de implementarse—, de la guerra contra el fentanilo, y de las controversias en juego en materia energética, de maíz, de glifosato y laborales.

Sobre todo, López Obrador deja una economía que no crece. No ha crecido durante el sexenio —es el crecimiento promedio, tanto en términos absolutos como per cápita, más bajo desde el de Miguel de la Madrid entre 1982 y 1988— y carece de perspectivas de crecimiento a corto plazo. Todos los pronósticos para 2025 y 2026 son pesimistas, y ya sólo unos pocos ingenuos siguen creyéndose el cuento de hadas del .

Entonces, en conclusión, López Obrador siendo más o menos radical, más o menos dogmático, más o menos político y autoritario, recibió un país en orden. De la misma manera que, si hubiera ganado en 2006, Fox le hubiera heredado un país funcionando como relojito, en la misma senda mediocre de crecimiento, ciertamente. Pero con ocho homicidios por cada 100 000 habitantes, en lugar de los 25 en los que estamos ahora. Sheinbaum recibirá un país no en crisis, como fue el caso de López Portillo en 1976, de De la Madrid en 1982, de Salinas en 1988, y sobre todo de Zedillo en 1994. Pero sí será un país enfrentando desafíos mucho mayores que en 2018. Si se quiere entender qué hará la próxima presidenta, este es un buen punto de partida.

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