Mientras caminaba por la playa en Holbox, le pregunté a un pescador si ya era la temporada del tiburón ballena. Su respuesta, lejos de los algoritmos y los pronósticos meteorológicos, me desconcertó: «Sí, ya hay moscas». Después de la críptica contestación, elaboró una secuencia: «El tiburón ballena llega junto con las tortugas; las tortugas desovan y su placenta atrae a las moscas». El breve encuentro me dejó una reflexión duradera: hay gente cuya herramienta más poderosa es su saber natural, una intuición alimentada por años de experiencia.
Dikec, al igual que Luke Skywalker en la icónica escena de «Star Wars», decidió confiar en su instinto más que en las herramientas avanzadas. En la película, Skywalker desactiva su sistema de guía computarizado y se fía de la Fuerza para destruir la Estrella de la Muerte. Este acto, que en su momento parecía un salto al vacío, ilustra cómo la confianza en las propias capacidades puede superar la dependencia en dispositivos sofisticados.
Los cazadores primitivos confiaban en su intuición para rastrear animales y encontrar plantas comestibles, los antiguos navegantes miraban estrellas antes que mapas. Ciertas habilidades innatas, perfeccionadas a lo largo de generaciones, a menudo pueden ser más precisas y rápidas que las decisiones basadas en tecnología. La neurociencia también apoya esta idea, sostiene que el cerebro humano puede procesar información de manera subconsciente, lo que permite decisiones rápidas y precisas sin una deliberación consciente.
En el contexto deportivo esta capacidad intuitiva se manifiesta claramente. Personajes como Dikec han desarrollado una conexión tan profunda con su disciplina que pueden actuar casi de manera automática, confían en su cuerpo y mente para realizar movimientos precisos. Es una habilidad que va más allá del mero entrenamiento; es una fusión de conocimiento adquirido, experiencia y una sintonía fina con uno mismo, como lo demostró el turco con su mano en el bolsillo. Es también lo que conocemos como «tener oficio».
Ciertamente, las herramientas modernas han mejorado muchos aspectos de nuestra vida. La historia de Yusuf Dikec y su éxito sin depender completamente de la tecnología subraya la importancia de no subestimar la capacidad humana innata. Nos recuerda que, en un mundo cada vez más digital, hay un valor inmenso en la simplicidad y la confianza en uno mismo.
Me conmovió un video donde unos niños, que supongo están en algún país africano, juegan «billar». Se divierten alrededor de una improvisada superficie rectangular de arcilla aplanada, con bordes de ladrillo a modo de baranda y espacios en las esquinas y en el centro de cada lado largo, donde pasa la bola cuando la golpean con unas varas, como de carrizo. En medio de esta precariedad simulan un paño inexistente, una tecnología que no necesitan para ser felices.
De las moscas en Holbox a la victoria de Dikec, pasando por los niños africanos, hay una provocación: aunque la tecnología puede ofrecer grandes ventajas, a veces la mejor herramienta que tenemos es la que nos hace humanos, la mente y el instinto. Y, sobre todo, no olvidar que es más importante el juego que el juguete.
@eduardo_caccia