El presidente Andrés Manuel López Obrador anda muy molesto con el gobierno y la prensa de Estados Unidos porque se le cruzaron en el debate sobre la reforma judicial, y los está desafiando. Cuidado, porque no parece estar viendo lo que hay detrás. Apretar el acelerador y decir que está dispuesto a sanciones comerciales supuestamente para defender la soberanía, pero en realidad llevado por el hígado, puede traer consecuencias. Por ejemplo, un apretón de los mercados financieros y un ataque al peso, heredando una crisis al gobierno de Claudia Sheinbaum.
Es cierto que la declaración del embajador de Ken Salazar la semana pasada, donde afirma que la elección directa de jueces es un riesgo importante para el funcionamiento de la democracia y que las garantías para un Poder Judicial autónomo no deberían estar sujetas a la corrupción de la política, es una intromisión en los asuntos internos mexicanos. Pero nada dijo cuando, una semana antes, Salazar expresó lo opuesto, metiéndose también en nuestra política doméstica. Intervencionismo a contentillo y soberanía discrecional, como lo quiere López Obrador, es retórica barata.
El jalón de orejas a Salazar, para alinearse a la convicción en Washington de que amenaza la certidumbre jurídica de sus empresas y afecta los intereses económicos de Estados Unidos dio pie a una cascada de noticias y opiniones en la prensa más influyente de ese país.
El sábado, The New York Times publicó un despacho sobre Pemex, cuya producción este año está en un mínimo histórico en 45 años, una de las caídas más pronunciadas en el mundo durante el siglo. “El desorden en la industria de energía presenta un dilema que moldeará las fortunas del país y de la presidencia de Sheinbaum en los próximos años”, agregó. “Sheinbaum ha señalado que quiere que México gire hacia energías limpias, pero el más grande obstáculo que tiene en su camino son las políticas nacionalistas de su mentor y su resistencia a chocar con el hombre que la puso en la Presidencia”.
El domingo, The Wall Street Journal publicó en línea la columna de Mary Anastasia O’Grady donde señala que López Obrador está proponiendo enmiendas constitucionales que violarán el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, y ha prometido que en su último mes en el poder impulsará sus reformas antimercado, que “llama democracia pero que parece más una mafiocracia”.
“La política está sangrando la economía”, apuntó. “Probablemente no se materialicen los nuevos compromisos financieros de México porque el gobierno discrimina al capital privado, como está haciendo en energía. En tanto las inversiones en electricidad y petróleo se van a otro lugar, un déficit de electricidad barata para la industria podría ser inevitable, donde el último en irse podría no tener que apagar la luz”.
Y el lunes, el editorial institucional en The Washington Post señaló que el Estado de derecho en México está en peligro y que Estados Unidos hace bien en intervenir. Lo justificó de esta manera: “La reticencia de Sheinbaum a discrepar de López Obrador es quizás entendible, dado su control sobre el aparato político del cual dependerá la próxima presidencia. Empero, es cortoplacista. Si el intento de su patrón de arrodillar al Poder Judicial fructifica, le asegurará que sus primeros meses, si no que años, su presidencia será eclipsada por una pelea por la independencia judicial y amenazará la estrategia económica que anunció, que pende de la integración con la economía norteamericana”.
Salazar y el embajador canadiense Graeme Clark, quien también se pronunció contra la reforma judicial, han ayudado a su causa de alguna manera, y deben encontrar la forma de discrepar de López Obrador, señaló el editorial. “Sería una lástima que muriera la independencia judicial en México porque Sheinbaum carece de independencia política de López Obrador”.
La coincidencia del gobierno y los medios más poderosos de Estados Unidos refleja el malestar de la administración Biden, de las empresas con intereses en México y de los inversionistas, sobre las garantías de que sus inversiones serán respetadas, lo que no sucedió durante el gobierno de López Obrador, que se saltó los acuerdos internacionales y, en varios casos, la ley, aun sin un nuevo marco constitucional, y que aseguró que no le importaban las sanciones comerciales porque él defendía la soberanía, siendo, en realidad, el presidente que más soberanía ha cedido a Estados Unidos en casi un siglo.
El exembajador de México en la Casa Blanca, Arturo Sarukhán, publicó este lunes un comentario en X donde recuerda que siempre ha habido coyunturas en las cuales México ha enfrentado narrativas y lecturas adversas o negativas en la prensa internacional.
“Pero como nunca”, agregó, “ni en tantos frentes distintos de política pública (violencia y crimen organizado, el asesinato de periodistas, feminicidios, evisceración del Estado, el uso faccioso del poder y de las instituciones del gobierno y del Estado, la erosión democrática, la demagogia nacionalista, el desastre de nuestra política exterior, la militarización de las políticas públicas, el retroceso en compromisos contra el combate al cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la polarización desde el atril presidencial, la violación a compromisos adquiridos con tratados internacionales y comerciales), habíamos atestiguado como en este sexenio este tipo –y su profundidad y amplitud– de cobertura mediática tan mala y persistente, y consistentemente negativa en casi todas las geografías. Las percepciones internacionales sobre México están en el suelo”.
Es cierto.
Además de la prensa en Estados Unidos, noticias y opiniones críticas de López Obrador, así como crecientes dudas sobre si Sheinbaum gobernará por sí misma o como apéndice del Presidente, han aparecido recientemente en The Economist, el semanario más influyente del mundo, en el Financial Times y Le Monde, que se cuentan entre los cinco periódicos más influyentes, en la televisión alemana, en la francesa, en la suiza. El mensaje es contundente.
Los negativos de López Obrador son crecientes. Sus rendimientos como político van para abajo. Ya no le importa cómo resolverá sus pleitos porque está a escaso un mes de dejar la Presidencia. Lamentablemente, para Sheinbaum, tampoco le interesa lo que sufra ella como consecuencia de sus bravuconadas tardías.