López Obrador pasará a la de la diplomacia como un creador imaginativo y audaz de conceptos y visiones. ¡Qué Talleyrand, Metternich o Kissinger, ni que nada! La extraordinaria idea de “pausa” en las relaciones diplomáticas, a diferencia de la panoplia de instrumentos con los que cuentan los gobiernos para manifestar su disgusto con sus pares en otros países, es absolutamente genial. Como lo es la brillante idea de que un tratado internacional, por lo menos los que firma no implica cesión alguna de soberanía, forzosa o consentida. Quisiera compartir con los lectores algunas de mis reflexiones preparatorias sobre estos hallazgos, verdaderas perlas de sabiduría y sofisticación intelectual, para mi clase de Diplomacia en Sciences Po en París.

Desde que se inauguran las relaciones entre Estados como hilo conductor de la vida internacional con el Tratado de Westfalia de 1648, los sucesores de Richelieu han dispuesto de varias herramientas para enfriar, o cancelar las relaciones con otros Estados. Hoy en día, se parte de la nota verbal, un non sequitur en apariencia, donde un embajador o un funcionario de cancillería comunica a un interlocutor de determinado nivel un disgusto, una propuesta, o una simple información, oficial, pero a la vez disimulable por no tratarse de algo escrito. Enseguida viene la nota diplomática, como la que la  le entregó al de hace poco a propósito del apoyo de USAID a MCCI.

La siguiente etapa consiste en convocar al embajador del país objeto del malestar para comunicárselo, pero ya en persona, permitiendo, o casi obligando, a una respuesta. Después viene la llamada a consultas al embajador propio: digamos, para López Obrador, traer a Esteban Moctezuma de Washington, como muestra de molestia o franco descontento. Luego procede el retiro de embajadores, ya como parte de una escalada posiblemente sin retorno. Es la situación actual de López Obrador con Perú.

Y por último, desde luego, se cuenta con la opción de la ruptura de relaciones diplomáticas, utilizada por México con Chile en 1973, con Nicaragua en 1979 y Ecuador en 2024. En estos casos, otro gobierno suele ocuparse de los “intereses” de ambos países distanciados. Existe una fórmula intermedia que utilizó Estados Unidos con Cuba entre 1978 y 2015, cuando en ausencia de relaciones diplomáticas, se abrieron sendas “secciones de intereses” en ambas capitales.

Antes de la revolución copernicana de López Obrador, el concepto de “pausa” no había ingresado al léxico o a la práctica de la política exterior de los países del mundo. En los anales de historia de la diplomacia figura ya el momento estelar de México cuando nuestro Presidente inaugura una “pausa” en las relaciones con España, después de que el Rey y el gobierno se negaron a responder a la memorable filípica mexicana exigiendo una disculpa por la Conquista y la colonización. En todos los continentes se convocaron seminarios, conferencias y ensayos por expertos para disecar el contenido profundo de esta mayúscula innovación, y analistas de cancillerías en el mundo entero buscaban replicar la medida, cuando fuera pertinente.

Pero ahora la “pausa” ya ha adquirido cartas de nobleza diplomáticas, al aplicarse a las embajadas de Estados Unidos y  en México. Nadie había previsto que la “cláusula ” no se limitaba únicamente a países y gobiernos. Ahora funge también para representaciones diplomáticas. Me han llegado innumerables correos desde ayer inquiriendo sobre el sentido exacto de la medida. Por ejemplo: ¿Implica que el Presidente ya no recibirá a Ken, o que simplemente dejará de llamarlo por su nombre de pila? ¿La SRE recibirá a funcionarios de la embajada, o tendrán que pasar por algún intermediario? ¿Cesará la construcción de la nueva sede en la colonia Irrigación, en Ciudad Slim, o proseguirá, pero únicamente con trabajadores hondureños, venezolanos o cubanos? ¿Viajarán cada semana las mismas decenas de funcionarios mexicanos a Washington o Nueva York, haciendo extensible la “pausa” allende el Bravo? ¿Se interrumpirán los servicios de agua, luz, alcantarillado y basura a la actual embajada en Reforma, y a la residencia de Ken en Las Lomas, o seguirán llegando las pipas? Y por último, y sin duda es lo más importante, los representantes de las susodichas embajadas ¿recibirán invitaciones al grito en Palacio el 15 de septiembre, o en su caso a Dolores Hidalgo, y al desfile del 16? Le prometí a mis interlocutores responder lo más pronto posible.

Una reflexión adicional sobre otra ruptura epistemológica propuesta por AMLO. En principio, y justamente desde del Tratado de Westfalia, todo tratado internacional, incluyendo los de paz, implica alguna cesión consentida de soberanía. Hasta el siglo XIX, tratándose más de acuerdos que ponían fin a una guerra, las cesiones eran asimétricas, entre ganador y perdedor. A partir del  de Viena, y sobre todo de finales del mismo siglo, surgieron convenios multilaterales vinculantes, con cesiones importantes de soberanía. El acuerdo que crea la Liga de las Naciones es uno de ellos; la Carta de San Francisco de las Naciones Unidas es otro, y en fin, hasta el Tratado de Límites y Distribución de las Aguas Internacionales entre México y Estados Unidos de 1944 es uno más.

Cada país establece la jerarquía de sus compromisos internacionales de esta naturaleza. Estados Unidos casi sistemáticamente rechaza cualquier superioridad de algún instrumento internacional por encima de su constitución. Los países de la Unión Europea, no. Inglaterra, para su desgracia, sí, y así sucesivamente. De allí, por ejemplo, que los Tratados de Roma y Maastricht sean, justamente tratados, y el TLCAN y el  lo sean para México, pero no para Estados Unidos. Son solamente un acuerdo: NAFTA (agreement) y USMCA (agreement).

Si López Obrador quiere colocar la soberanía por encima de cualquier tratado, y hacer caso omiso de la modificación constitucional que ubica los tratados al mismo nivel que las leyes mexicanas, puede tratarse de otra renovación diplomática: los tratados que no valen. Pero prefiero que ya no nos dé tanta chamba a los exégetas; a este ritmo acabaremos agotados.

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