La imagen habla por sí sola. A quince días de dejar el poder, el Presidente, de guayabera, sentado en la silla del águila, firma la promulgación de la reforma constitucional en materia judicial. Junto a él, cual apéndice que ha sido desde que ganó la elección, se encuentra la Presidenta electa, con una sonrisa más falsa que una moneda de tres pesos.
Es claro: aquí no ha habido ninguna transición. El que manda es él.
Y vaya que lo hace.
No habíamos visto algo similar en la historia contemporánea de este país. Que un Presidente saliente discipline a todos los diputados y senadores de su partido y aliados para aprobar, de manera exprés, la reforma judicial. Que extorsionen a un par de senadores de la oposición para conseguir la mayoría calificada. Que los congresos de los estados procesen la enmienda constitucional en cuatro días.
La maquinaria lopezobradorista operando como reloj suizo. Nadie, absolutamente nadie, paró al Presidente en el ocaso de su sexenio. Por el contrario, todos, absolutamente todos, le hicieron caso.
Nuestro colega Hernán Gómez ha revelado que algunos legisladores morenistas le confesaron estar en contra de la reforma judicial. Sin embargo, la votaron a favor. Nadie dijo pío. Se comportaron como soldados que obedecen órdenes a ciegas.
¿De dónde viene el enorme poder de un Presidente que está por terminar su gobierno?
La primera fuente es su indudable popularidad. Nadie en la clase política nacional le llega ni a los talones en el apoyo social con el que cuenta.
Pero, además, todos le tienen pavor al Presidente.
Saben que, si salen del guion, los hacen pomada en una mañanera. Y aquí no estamos hablando sólo de los legisladores rasos en el Congreso, sino de los políticos/generales que son del alto mando morenista, comenzando por la Presidenta electa, siguiendo con los líderes en las cámaras y los miembros distinguidos del próximo gabinete presidencial.
Todos se alinearon sin chistar. “Lo que mande el Presidente”, fue la consigna. El miedo no anda en burro e hicieron hasta lo indecible con tal de quedar bien con el comandante en jefe de Palacio Nacional.
Que yo recuerde, ningún Presidente contemporáneo, ni los priistas, habían tenido tanto poder a un mes de terminar su mandato. En el régimen autoritario del PRI, a estas alturas del sexenio, el poder ya se había trasladado al sucesor en buena medida.
No ha sido el caso.
López Obrador comenzó su sexenio, bueno ni siquiera había principiado, con una decisión radical: cancelar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. En el video que lo anunció se veía un libro sobre la mesa junto a la silla del Presidente electo. Su título lo decía todo: ¿Quién manda aquí?
Quedó claro. Había un nuevo sheriff en el pueblo. Todavía no comenzaba su sexenio y AMLO ya estaba demostrando que sería implacable en el ejercicio del poder. Nada de medias tintas. Si París bien había valido una misa, demostrar la autoridad del nuevo mandatario bien valía la pérdida económica de 300 mil millones de pesos para el erario.
Todo el mundo tomó nota.
En el prólogo del sexenio se entendía un mensaje de poder como éste. Había que dar un golpe de mando. Pero, por qué llevar a cabo otra decisión radical como la reforma judicial al final de su gobierno.
Creo que la respuesta es obvia. En el video de promulgación de la reforma, bien podría haber aparecido de nuevo el famoso libro de ¿Quién manda aquí?
Es él, no ella.
Él sigue controlando las palancas del poder.
Dejará la Presidencia el primero de octubre, pero no soltará el control político del partido/movimiento. Eso explica la llegada de su hijo Andrés Manuel López Beltrán a la directiva de Morena, ya sea como secretario general o de Organización. En mancuerna con Luisa María Alcalde, lopezobradorista convencida, quien será la dirigente nacional. Será esta pareja, no Sheinbaum, quien decida las candidaturas y reparta el dinero del partido.
Dicen algunos colegas que hay que esperar el primero de octubre para ver cómo llega la Presidenta electa. Que una vez que se ponga la banda presidencial será otra cosa.
Puede ser. Pero, a 15 días de que suceda eso, yo lo que veo es a un López Obrador que sigue mandando y sin muchas ganas de retirarse. Por el contrario, se ve comodísimo en la silla presidencial demostrándole a Claudia que es él el centro del poder político en México.
Se acerca el día para ver de qué está hecha Sheinbaum. Ella gobernará. La pregunta es si también mandará.
X: @leozuckermann