La empresa petrolera del Estado se ha convertido en una especie de deidad que representa a la nación mexicana. Es intocable. Ni siquiera hay que cuestionarla porque hacerlo representa un acto de apostasía nacional.
En pleno Paseo de la Reforma hay un imponente monumento a la nacionalización del petróleo que decretó el presidente Lázaro Cárdenas en 1938. En lo personal, considero que este recurso sí le pertenece a la nación. Lo que nunca me ha acabado de convencer es que una sola empresa del Estado sea la encargada de encontrarlo y sacarlo del subsuelo. Mucho menos que también tenga la responsabilidad de refinarlo y comercializarlo.
En otros países, el petróleo también es propiedad de la nación. Sin embargo, se permite que el sector privado lo explore y explote siempre y cuando pague una sustancial regalía al Estado en cuanto se extrae del subsuelo. La refinación, petroquímica y comercialización de los productos petrolíferos están a cargo de empresas privadas que tienen la tecnología y capacidad administrativa para hacerlo de manera eficiente.
Hay también naciones, como Arabia Saudita, que tiene una empresa propiedad del Estado (Aramco), pero que opera como entidad privada. Incluso cotiza en las bolsas del mundo. Los príncipes saudíes, dueños de la riqueza petrolera, han maximizado sus ganancias gracias a este sistema.
De lo que se trata es precisamente de eso: de sacar el crudo del subsuelo y que la mayoría de las utilidades se las quede la sociedad.
¿Por qué nos debería importar que sea una empresa del Estado la que haga esta labor si hay empresas privadas que lo pueden hacer mejor dejándonos más dinero a los mexicanos?
Pemex debería analizarse como un tema meramente económico. Si funciona, que siga adelante. Si pierde, y nos cuesta a los mexicanos, hay que buscar alternativas.
“No, señor”, dicen muchos mexicanos, y hasta se indignan. “¡Tocar a Pemex, nunca!”, es la consigna. Esto se explica por la divinización de la empresa petrolera. Ya es un asunto de religión nacionalista. Pemex es parte intrínseca de lo que somos los mexicanos, aunque nos cueste una barbaridad al año.
Y vaya que así es.
Pemex tiene un negocio muy rentable: la extracción de petróleo. De acuerdo con la empresa, el costo de sacar cada barril es de 11 dólares. Hoy el precio internacional de cada barril de la mezcla mexicana es de 64 dólares, lo cual implica una utilidad de 53 dólares por barril equivalente al 481 por ciento. Un negociazo.
El problema es que el país tiene cada vez menos petróleo. Se está acabando la gallina de los huevos de oro. Hace diez años, Pemex producía 2.4 millones de barriles diarios. Hoy esa producción ha caído a 1.5. Por tanto, la empresa cada vez exporta menos crudo. En el primer trimestre de 2024, México exportó 858 mil barriles de petróleo al día, lo que representa una disminución de 11% en comparación con el mismo trimestre de 2023.
Menos petróleo es igual a menos exportaciones, que es igual a menos utilidades.
Pemex no tendría problema si sólo se dedicara a la exploración y explotación de petróleo. Pero, en la lógica religiosa de la deidad, le han colgado una serie de negocios donde pierde hasta la camiseta, en particular la refinación. Lo que gana por un lado lo pierde a montones por el otro.
Durante el sexenio de AMLO, el gobierno le tuvo que inyectar 83 mil 500 millones de dólares en todo tipo de subsidios para mantenerla solvente. Esto, al tipo de cambio actual, representa 1.7 billones de pesos en seis años, equivalentes a alrededor de seis puntos del PIB. Una barbaridad.
En la actualidad, Pemex tiene una deuda de alrededor de cien mil millones de dólares, unos dos billones 400 mil pesos. Y, además, le debe 400 mil millones de pesos a sus proveedores.
Sin el apoyo del gobierno, Pemex sería una empresa quebrada. Tendría que reestructurarse.
Pero no porque esto en un anatema en la lógica religiosa.
Claudia Sheinbaum comparte este credo. Para 2025 le han asignado un nuevo subsidio de 136 mil millones de pesos, un promedio de 372 millones de pesos diarios. Para entender la magnitud de esta cifra, compárese con el incremento que tuvieron los programas sociales en el Presupuesto de 2025, que fue de cien mil millones de pesos.
Los dioses suelen ser muy costosos para la sociedad. Para mantener contento a Huitzilopochtli, la principal deidad azteca que ordenó la fundación de México-Tenochtitlan, se le ofrendaban sacrificios humanos. Los homenajes a Pemex, que representa el tótem del México moderno, son menos drásticos: cientos de miles de millones de pesos al año de los contribuyentes.
X: @leozuckermann