Desde el inicio del actual régimen gobernante, el programa de implementado se ha cimentado en una amplia polí ica social que se caracteriza por una serie de rasgos muy distintivos: un discurso an tineoliberal y antimercado; el “retorno” de la función del Estado como proveedor de bienes y servicios (no necesariamente públicos) y como garante de derechos; la elevación a rango constitucional de los programas sociales para, en principio, asegurar su permanencia; y un enfoque asistencialista basado en la transferen cia directa y aparentemente universal de recursos monetarios a los beneficiarios. Asimismo, se debe agregar como último rasgo su financiamiento, que es primor dialmente mediante ahorros que ya se han agotado y un endeudamiento galopante.

El gasto en protección social (aquellos recursos que destina el gobierno a servi cios y transferencias a personas con en fermedades, incapacidades, edad avanza da, familias e hijos, desempleo, y aquellos que se encuentran excluidos socialmente) ha sido significativo como política pública desde hace varias déca das, aunque se ha incrementado de ma nera importante en los últimos seis años. Desde 2015 hasta 2024, este tipo de gasto ha registrado un aumento acumulado del 30 por ciento en términos reales.

Cabe destacar que el actual régimen se ha enfocado en incrementar este gasto, pasando de 742,846 millones de pesos en 2019 a casi 2 billones de pesos en 2024. En términos per cápita, el pasó de 11,139 pesos en 2019 a un estimado de 16,256 pesos en 2024. Para el ejercicio 2025, el gobierno que dará continuidad al régimen propone alcanzar un nivel de 16,813 pesos, lo que significaría un creci miento del 50.9 por ciento frente a 2019.

Este crecimiento ha sido impulsado principalmente por programas emblemáticos como las del Bienestar, que han visto un aumento cons tante en las transferencias monetarias a los beneficiarios. Sin embargo, es preocu pante que, paralelamente a esta dinámica, la también haya ido incre mentándose. Esto implica que al menos buena parte del financiamiento se desti na a cubrir el gasto social, especialmente después de que se agotaron los recursos de los fondos de estabilización.

El gobierno federal opera 121 programas sociales; sin embargo, para 2025 serán considerados prioritarios solo 17, a los cuales se les asignarán 835 mil millones de  pesos. Financiar estos programas median te deuda pública es un tema que genera  un gran debate, especialmente cuando en  los últimos años el país ha experimenta do un aumento significativo en su deuda  pública. Esto plantea interrogantes sobre  la sostenibilidad de esta correlación y sus  consecuencias a largo plazo. 

La deuda pública en ha mos trado una tendencia al alza. Entre  2018 y 2024, el Saldo Histórico de los  Requerimientos Financieros del Sector  Público pasó de 10.5 billones de pesos a  un estimado de 17.5 billones. Esto signi fica, en términos del , pasar del 43.6  por ciento al 51.4 por ciento. Cabe resal tar que para 2025 el gobierno estima que  este indicador amplio de la deuda se in crementará a 18.6 billones; si bien el op timista crecimiento del 2.5 por ciento  real en el PIB le permite plantear que la  relación con el PIB se mantendría estable. 

Que el gasto en programas sociales sea  una prioridad para el gobierno es incontro vertible; sin embargo, financiar estas inicia tivas con deuda puede tener repercusiones  significativas, especialmente en un entor no de altas tasas de interés, las cuales se  incrementaron del 5 por ciento al 10.5 por  ciento entre 2020 y 2024. Esto eleva el cos to financiero de la deuda, que pasó del 2.5  por ciento del PIB en 2018 al 3.7 por ciento  en 2024; este último dato representa 1.2  billones de pesos que se incrementarían a  1.4 billones en 2025, lo que implicaría un  aumento del 8.5 por ciento real. 

La dependencia de la deuda para fi nanciar programas sociales puede llevar  a una situación insostenible si no se ge neran ingresos suficientes para cubrir los  pagos futuros de manera “sana”. No solo  se añade presión sobre las públi cas; también se compromete la viabilidad  de la propia política social. 

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®

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