El encuentro podría pasar como una anécdota intrascendente. ¿El motivo?, un reto, un juego, «piedra, papel o tijera», eso que muchos recordamos como una forma de dirimir asuntos serios en la infancia: escoger primero una pieza de pan o definir al tirador de un penalti. ¿Los contendientes?, un hombre y un robot. La acción comienza cuando el humano invita al androide a jugar; éste responde que quiere conocer las reglas. El hombre se sorprende de la petición, cree haberlo visto jugando con otra persona. Como sea, le explica el juego al artefacto. Comienzan. Nuestro congénere es derrotado en cada ocasión. Naturalmente, la curiosidad le lleva a preguntar: «¿Cómo le hiciste para vencerme?». La respuesta del robot tiene inquietantes implicaciones sobre nuestro futuro.
Las predicciones son inherentes a la vida humana y forman parte de las estrategias esenciales para la supervivencia. El modelo que utilizamos en la predicción meteorológica y el método del robot que venció en «piedra, papel o tijera» comparten un núcleo esencial: ambos se basan en el análisis de patrones y la anticipación de eventos futuros mediante la interpretación de datos en tiempo real o históricos. Aunque operan en contextos diferentes, las similitudes entre los dos procesos son notables. Ambos parten de la premisa de que los eventos futuros no son completamente aleatorios, sino que están influenciados por tendencias o comportamientos recurrentes. Al tener una mayor capacidad de análisis, el robot tiene una ventaja definitiva, puede anticipar lo que para el humano es impredecible. Una buena noticia: esta facultad tecnológica acelerará grandes adelantos en el diagnóstico temprano de enfermedades letales.
Al parecer, incluso en la interacción más banal, estamos condicionados por conductas recurrentes que la tecnología puede anticipar. La relación entre cuerpo y mente se complica con esta revelación. Nuestros movimientos, que siempre creímos gobernados por la voluntad consciente, son leídos por un ojo mecánico que los traduce en códigos. ¿Qué queda de lo humano si una máquina puede interpretarnos mejor de lo que nosotros mismos lo hacemos?
La victoria del robot nos invita a repensar la competencia, su proceso y resultados. Ante tal inferioridad humana, es preciso citar al franciscano Paolo Benanti: «¿Cuál es el lugar de la dignidad?». Durante siglos, hemos otorgado valor a la habilidad humana en actividades que nos conectan, como el juego. Cuando una máquina supera nuestra capacidad en estas interacciones, el juego pierde su magia y se transforma en un ejercicio técnico. ¿Qué significa ganar o perder frente a una entidad que no comparte nuestras limitaciones ni emociones? ¿Es la imprevisibilidad un atributo inherente a los humanos, o una ilusión que la tecnología está desmantelando?
Intuición y predicción no son lo mismo. ¿Podrán las máquinas algún día desarrollar una intuición que supere a la humana? Si la respuesta es afirmativa, enfrentaremos un dilema existencial: redefinir qué nos hace humanos en un mundo donde lo único que no puede predecirse es nuestra capacidad de cuestionar y crear y hasta errar. La magia entonces no está en el juego sino en lo impredecible (el futbol sobrevivirá mientras exista el error humano de quien marca un penal inexistente). Porque, en el fondo, esa chispa es lo que salva (todavía) nuestra humanidad del patrón mecánico.
@eduardo_caccia