«PAT 2-5, ¿tiene el CRJ a la vista?». Hay espacios donde la comunicación deja de ser una mera formalidad para convertirse en el salvavidas que mantiene el orden en el cielo. En la aviación, donde cada palabra pesa y cada silencio puede costar vidas, la manera en que los pilotos, copilotos y controladores de tráfico aéreo se comunican no es solo un protocolo, sino un mecanismo de supervivencia. La historia de la aviación ha demostrado que las fallas en la comunicación han sido responsables de tragedias que, con simples palabras bien dichas, pudieron evitarse.
A finales de los años noventa surgió un patrón inquietante: las aerolíneas surcoreanas tenían tasas de accidentes significativamente más altas que las de otros países con similar desarrollo tecnológico. Malcolm Gladwell, en su libro Outliers, analiza un factor clave: el respeto extremo a la jerarquía dentro de la cultura coreana. En un entorno donde la deferencia al superior era una norma incuestionable, los copilotos se veían incapaces de corregir o advertir a sus capitanes ante errores evidentes. Decían «Hay mal clima» en vez de «Capitán, tenemos que evitar una zona peligrosa».
Un caso emblemático es el del vuelo Korean Air 801 en 1997. Mientras el avión descendía sobre Guam, el copiloto notó que el capitán (que había tenido una jornada agotadora) estaba malinterpretando los instrumentos y descendiendo demasiado rápido. Sin embargo, en lugar de señalar el error con claridad, utilizó un lenguaje vago e indirecto, un estilo de comunicación que, culturalmente, se consideraba respetuoso pero que, en una cabina de mando, resultó fatal. El avión impactó una colina antes de la pista, matando a la mayoría de los pasajeros.
«PAT 2-5, pase detrás del CRJ». La frase, técnicamente correcta, fue demasiado vaga. El 29 de enero pasado, un helicóptero militar y un avión de pasajeros colisionaron sobre el Potomac. El controlador aéreo no advirtió el peligro de manera contundente: no emitió una orden firme de cambio de rumbo ni una alerta de emergencia. En aviación, no hay espacio para la ambigüedad. Había una tercera aeronave en la zona, quizá el exceso de confianza del militar al confundir la nave a evitar pudo haber influido. Independientemente, es difícil creer que la sofisticada tecnología del Black Hawk no advirtiera el riesgo de colisión.
El lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino una herramienta de poder y control. Michel Foucault sugiere que las palabras no son neutrales: llevan implícitas estructuras de autoridad y responsabilidad. En la cabina y en la torre de control, esto significa que una frase mal construida o un tono ambiguo, o un exceso de acrónimos potencialmente mal entendidos, pueden transformar una situación manejable en una tragedia.
Benjamin Whorf, lingüista, dijo: «El lenguaje no es solo un vehículo del pensamiento, sino del destino». A miles de pies de altura, las palabras no solo describen la realidad: la crean, la sostienen o la destruyen.
@eduardo_caccia