En 1995, McArthur Wheeler haría su ingreso involuntario a la lista de eventos inauditos: asaltó dos bancos a plena luz del día. Fue capturado gracias a las cámaras de vigilancia. ¿Qué es lo extraordinario de la anécdota? Que el ladrón estaba sorprendido de que lo hubieran reconocido. Al ser aprehendido, exclamó: «¡Pero me unté jugo de limón en la cara!». Wheeler creía que el jugo de limón le haría invisible. Alguien se lo había dicho y, para comprobarlo, se embarró el rostro, se tomó una foto instantánea que, por azares del destino, salió velada o difusa. Convencido de su «poder», salió confiado a cometer los atracos sin máscara ni cachucha.

Como dijo Charles Darwin, «la ignorancia genera confianza con más frecuencia que el conocimiento». La increíble de Wheeler llamó la atención a un estudioso de la conducta, David Dunning, quien, junto con su colega en psicología social Justin Kruger, realizó una serie de pruebas para comprobar una verdad incómoda: la incompetencia no solo impide hacer bien las cosas, también impide darse cuenta de que se están haciendo mal. Así nació el efecto Dunning-Kruger, sesgo cognitivo donde las personas con poca habilidad tienden a sobreestimar su competencia.

Partamos de una pregunta complicada: ¿qué tan consciente soy de lo que no sé? El punto es que, en algún , todos hemos sido Wheeler. ¿Alguna vez has hablado con sobre un tema que apenas entendías?, ¿te rodeas de personas que te cuestionan o que te confirman?, ¿qué tanto confundes «tener opinión» con «tener conocimiento»?, ¿cuándo fue la última vez que cambiaste de postura por reconocer que te equivocaste?, ¿tienes más certezas que dudas?, ¿estás dispuesto a aprender incluso si eso implica desmontar tus convicciones?

El estudio realizado por Dunning y Kruger («Incapacitados e inconscientes de ello», 1999) dejó en claro que las personas con peor desempeño sistemáticamente sobreestimaban sus habilidades. Se creían por arriba del promedio, cuando en realidad estaban por debajo. En cambio, los más competentes tendían a subestimarse, asumían que los demás sabían tanto como ellos. La gran conclusión fue que no solo las personas incompetentes llegan a conclusiones erróneas y toman malas decisiones, sino que su incompetencia les impide reconocerlo.

En estos tiempos todos somos Wheeler. Nos embadurnamos el rostro con jugo de limón y salimos a opinar sobre política, salud, economía, educación o ciencia como si fuéramos expertos, cuando en realidad somos espectadores casuales con exceso de confianza, o nuestra postura ideológica nos impide ver otras posibilidades. La era de la postverdad y la omnipresencia mediática que dan las han democratizado la palabra, pero no la . Un rumor suple un artículo científico, opinamos de vacunas sin leer estudios serios, sobre pedagogía sin haber pisado un aula, sobre política monetaria con base en un TikTok, sobre un aeropuerto, sin haberlo visitado, y por supuesto, los lunes todos somos certeros entrenadores de futbol.

En lugar de buscar aprendizaje y retarnos, buscamos confirmar que tenemos razón. Nos incomodan las cenas donde alguien opina lo contrario, se hace un silencio incómodo y luego increpamos: «Cómo es posible que tú, siendo tan inteligente, creas que…», «ya no te voy a leer…». Es el efecto Dunning-Kruger, la certeza sin sustento, la ignorancia con traje de seguridad y sabiduría.

Lo más peligroso acaso no es tropezar con nuestra ignorancia, sino creer que no hemos tropezado. ¿Cómo combatir el efecto Dunning-Kruger? Con humildad. Con la capacidad de decir «no sé». Con el valor de callar para escuchar, de preguntar antes de afirmar. Con la conciencia de que el conocimiento no es inmediato, ni intuitivo, ni democrático. Sabiendo que hay que leer, estudiar, formarse, dudar. Que no todo cabe en un tuit, en un meme, o que el conductor de noticias que escucho puede que no diga la verdad. Y, sobre todo, con una revisión personal incómoda: ¿en qué temas me estoy untando jugo de limón en la cara creyendo que me hará invisible?

La ignorancia no es un defecto, es una condición humana. Todos ignoramos algo. Lo grave es creer que no lo hacemos. Lo grave es andar por el mundo, cara al viento, con jugo de limón en la piel, creyendo que nadie nos ve.

@eduardo_caccia

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