Es muy probable que Claudia Sheinbaum padezca una envidia feroz al comparar los términos en los que Peña Nieto (un sujeto carente de la más primitiva estructura ética) le entregó el país a López Obrador con las oprobiosas condiciones en las que ella lo recibió.
Peña le abrió la puerta al capital privado para poder explorar y extraer hidrocarburos, para generar electricidad y deshacer el cuello de botella que restringía el arribo de una voluminosa inversión extranjera después de 75 años de monopolio estatal. Se estimularon fideicomisos públicos multibillonarios, se crearon organismos autónomos, sólidas garantías para consolidar nuestro presente y futuro democrático; se redujo el desempleo y la informalidad; se ejecutó una esperanzadora reforma educativa muy valorada por sectores académicos y empresariales, y otra más, esta vez, en materia de telecomunicaciones, para rematar, con una financiera y fiscal y lograr así la estabilidad macroeconómica. Se ampliaron carreteras, puertos y aeropuertos, como el NAIM. El T-MEC se logró suscribir en los últimos días del gobierno de Peña, pues el equipo económico y comercial del cacique carecía de la formación técnica y académica para negociarlo exitosamente.
Sheinbaum recibió un México devastado. El mandamás desperdició el ahorro nacional, disparó la deuda pública, sepultó la economía con un déficit fiscal cercano al 6%, tiró a la basura 350 mil millones de pesos al cancelar el NAIM, dilapidó otros 500 mil millones en el Tren Maya, despilfarró 150 mil millones en el AIFA, malgastó 440 mil millones en Dos Bocas, sin haber producido un solo litro de gasolina ni haber permitido que la autoridad auditara dichas finanzas por extraños motivos de «seguridad nacional…». ¿Qué tal?
La Presidenta enfrentará una crisis hídrica y sus consecuencias sanitarias y políticas, a un Trump y sus aranceles y sus tensiones diplomáticas, a las compañías calificadoras que pueden convertir en astillas al peso, batallará con la fricción de los mercados, con la reforma suicida del Poder Judicial, con la escandalosa corrupción de un cuerpo político agusanado, con la crisis migratoria, con el fentanilo, con las respuestas violentas del narco, con el financiamiento de 850 mil millones de pesos de programas sociales para sostener artificialmente la supuesta popularidad de Morena y sus cómplices, cada vez más difíciles de controlar muy a pesar de la popularidad del cacique tabasqueño.
¿Sheinbaum no lamentará su mala suerte al haber recibido un país dividido, hecho jirones, con la marca México destruida en todos los órdenes, con la sombra o la presencia maldita del cacique decimonónico que impone a diario su voluntad desde las primeras horas de la madrugada? Ella insiste en promover todavía a un México corrompido con los programas sociales que vendió su voluntad electoral y el futuro de la patria a cambio de unos mendrugos.
Usted amable lector que pasa la vista por estas breves líneas, ¿le gustaría vivir un solo día en la vida de Sheinbaum, quien, por ningún concepto podrá maldecir al gobierno anterior? ¿Qué preferiría? ¿Haber recibido el gobierno de Peña o el del cacique…?
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