Como respuesta a la crisis de salud pública que vive México, donde tenemos el deshonroso primer lugar mundial en obesidad infantil, la Secretaría de Educación Pública, al amparo del programa «Vive saludable, vive feliz», prohibió hace unos días la preparación, distribución y venta de comida chatarra en las escuelas del país. Extraña que dicha medida se haya tomado hasta ahora, aunque es explicable a la luz de la sospecha: el gran poder de cabildeo que tienen los fabricantes de ese tipo de alimentos. Al margen de la fuerza que han tenido esos poderes en México, hay más motivos para el asombro: la prohibición ha derivado en la venta clandestina de refrescos, frituras y golosinas por parte de los alumnos de primaria.
La cultura, entendida como la forma de gestionar la realidad, o el sistema de percepciones y respuestas que se practica en determinado lugar, se inculca desde la infancia. No hay que ser un investigador para entender que la corrupción y la ilegalidad se arraigan desde edades tempranas. La falta de cumplimiento a las leyes, la impunidad y la normalización de prácticas corruptas en la sociedad, influyen en la percepción de las niñas y niños sobre lo que es posible y aceptable.
Hoy no solo cosechamos el efecto del alto consumo de azúcar, carbohidratos y otras sustancias dañinas, también cosechamos el fruto de generaciones de mexicanos haciendo transas. Una sociedad donde las fronteras éticas son líquidas produce transgresores desde el patio del colegio. Es triste, pero es real.
Me queda claro que las autoridades no sólo buscan prohibir, sino convencer. Es una cruzada donde los primeros educandos deberían ser los padres de familia, luego los maestros y por último el alumnado. Nadie cambia sus hábitos porque lo obligan. Se cambia por convicción, por identidad, por pertenencia. Requiere enseñar autocontrol, criterio, ética. El punto central es ¿cómo aspirar a una cultura de legalidad si desde la infancia el sistema nos enseña a burlar el sistema? ¿Cómo construir ciudadanía cuando lo que premiamos es la picardía (la hazaña bribona) de quien encuentra el atajo?
Si la escuela dice «no a la chatarra» pero no enseña a leer etiquetas, a cuestionar la industria, a tomar decisiones informadas, lo que se genera no es conciencia, sino clandestinidad. Si la industria de la chatarra financió la construcción de la escuela o ha sido un «donante generoso» de la institución educativa, habrá que poner límites, si no enseñamos cómo hacer corporativismo gandalla y tráfico de influencias.
No se trata de satanizar al niño que revende. Se trata de preguntarnos qué espejo le estamos ofreciendo. Porque si la infancia mexicana aprende que evadir es parte del juego, entonces no habrá política que alcance; ni ley, ni eslogan, ni brigada nutricional. El futuro de una cultura no se forja con castigos, sino con sentido y con enaltecer las conductas que más le convienen. Mientras el sistema siga premiando al que burla la ley en lugar del que la cumple, el recreo seguirá siendo el primer ensayo de la corrupción adulta.
@eduardo_caccia