En plena madrugada, apenas unas horas después de que el presidente Javier Milei abandonara el país, Israel lanzó un masivo ataque contra la capital y otras ciudades importantes de la República Islámica de Irán. Mató a jefes militares y a algunos de los principales científicos nucleares, y golpeó la principal central de enriquecimiento de uranio y varias bases claves para su programa de misiles balísticos. Fue un ataque exitoso que requirió mucha preparación e infiltración dentro de las jerarquías del poder en la República Islámica. Según el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el objetivo era evitar que Irán termine de desarrollar un arma nuclear, lo que -sostuvo- estaba a punto de hacer. Sin embargo, la agresión no fue sólo dirigida a su programa nuclear, sino al corazón del poder de la potencia vecina.
A continuación una serie de claves para tratar de entender por qué Israel decidió recalentar su conflicto con Irán ahora, cuando el mundo lo presionaba con sus denuncias de genocidio contra los palestinos de la Franja de Gaza, cuando su propio Gobierno tambaleaba en el congreso y cuando su mayor aliado internacional, Estados Unidos, tenía planeado sentarse a hablar con la República Islámica este domingo sobre su programa nuclear.
Todo comenzó con una decisión de Trump
Ningún conflicto empieza de un día para otro y siempre es arbitrario determinar un momento para su inicio. La rivalidad entre Israel e Irán lleva décadas, pero la escalada militar actual por el desarrollo del programa nuclear iraní puede analizarse a partir de una decisión que tomó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en 2017, cuando transitaba su primer mandato. Como hizo con gran parte de los logros del gobierno de Barack Obama, el republicano decidió abandonar unilateralmente el acuerdo nuclear que durante años habían negociado funcionarios estadounidenses, rusos, de las principales potencias europeas e iraníes.
Este acuerdo, firmado en 2015, establecía que Irán ponía en suspenso su programa nuclear a cambio de que la comunidad internacional levantara las sanciones económicas y comerciales que estaban asfixiando su economía. Y funcionó, hasta que dos años después y con el cambio de gobierno en Estados Unidos, Trump decidió desoír las conclusiones de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), una organización del entramado de la ONU, que repitió una y otra vez que Teherán estaba cumpliendo con su parte del trato.
El hoy presidente de Estados Unidos abandonó el acuerdo y volvió a imponer sanciones a Irán. Sus aliados europeos lo denunciaron, prometieron mantener vivo el acuerdo, pero la posición moderada de los reformistas en Irán era cada vez más difícil de mantener frente a un Washington cada vez más belicoso -que además impulsó en Medio Oriente una alianza regional contra la República Islámica- y comenzó a enriquecer uranio nuevamente y descongeló su desarrollo nuclear. El tan celebrado acuerdo de 2015 había oficialmente muerto y, en 2021, los conservadores volvieron a ganar las elecciones y a endurecer las posiciones del país.
La crisis interna en Israel
Apenas unas horas antes de que las fuerzas armadas atacaran Irán, el gobierno de coalición de Netanyahu se había enfrentado a un voto de confianza en el congreso, es decir, que se había votado para definir si su administración aún tenía una mayoría legislativa suficiente como para seguir gobernando. Se salvó con lo justo, 61 votos en un parlamento de 120 bancas. Pero todos los análisis coincidieron en que es un gobierno cada vez más débil y con un apoyo popular que el conjunto de los sondeos pone en duda hace meses.
Esta semana, Netanyahu quedó al borde del precipicio por una disputa que venía manteniendo con los sectores religiosos ultraortodoxos que se niegan a que sus jóvenes sean forzados a cumplir con el servicio militar. Es un reclamo histórico de la población no ortodoxa que exige que todos pasen por el ejército, sin exenciones. El jueves, finalmente el primer ministro cedió y llegó a acuerdo para mantener la exención a cambio de que lo apoyaran para seguir en el gobierno, mantener el congreso actual y no convocar a elecciones.
Porque hace tiempo que las encuestas no le dan bien a Netanyahu. Ya era una figura muy resistida por amplios sectores de la sociedad israelí antes del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, principalmente por sus causas de corrupción y sus intentos por reformar la Justicia a su conveniencia. El asesinato de más de 1.000 ciudadanos y la sensación de vulnerabilidad que dejó el ataque del movimiento palestino aplacó las críticas por un tiempo, pero en el último año otro malestar empezó a crecer: la convicción de muchos de que Netanyahu prefería seguir apostando por las bombas en la Franja de Gaza -aunque ya demostró que no consigue destruir a Hamas- en vez de sentarse y negociar la liberación de todos los rehenes israelíes que quedan cautivos en ese devastado, asediado y empobrecido territorio palestino.
Una encuesta publicada la semana por el canal de noticias 13 aseguró que el 58% de los israelíes quiere que haya elecciones ya en Israel y, de ser así, la coalición actual de Netanyahu sólo obtendría 50 bancas, es decir 11 menos de la que necesita para tener la mayoría del congreso y poder formar gobierno. El ex primer ministro y actual líder opositor quedaría primero con 27 bancas, lo que demuestra que tampoco le sería tan fácil llegar a una mayoría propia, algo bastante usual en el atomizado escenario político israelí.
Negociaciones a la Trump
En este contexto de fragilidad interna de Netanyahu, Trump venía impulsando una nueva negociación nuclear con Irán. El Gobierno de Omán, un sultanato con larga tradición mediadora en Medio Oriente, había anunciado unas horas antes del ataque israelí que funcionarios de Estados Unidos e Irán iban a reunirse en su país el domingo para la sexta ronda de negociaciones, tras la advertencia de la OIEA de que Teherán no estaba cumpliendo con sus obligaciones como un país signatario del Tratado de No Proliferación (tratado al que Israel, que sí posee armas nucleares, nunca adhirió).
Ni bien comenzó el ataque israelí, el gobierno de Trump pareció soltarle la mano a su aliado. «Israel tomó una acción unilateral contra Irán. No estamos involucrados en los ataques contra Irán y nuestra prioridad es proteger a las fuerzas estadounidense en la región. Israel nos advirtió que ellos creían que esta acción era necesaria para su autodefensa», sostuvo el secretario de Estado, Marco Rubio, en un comunicado. Sin embargo, la estrategia quedó más clara este viernes.
«Le dí una y otra chance a Irán de que lleguen a un acuerdo», escribió Trump en sus redes y continuó: «Les dije, de la manera más contundente posible, que ‘sólo lo hagan’ porque no importa cuán cerca estén, no van a llegar a conseguirlo (una bomba nuclear). Les dije que iba a ser mucho peor de lo que se imaginaban o podían anticipar (…) Algunos iraníes de la línea más dura hablaron de manera valiente, pero no sabían lo que iba a pasar. Ahora están todos MUERTOS y ¡esto sólo se pondrá peor! (…) Irán debe aceptar un acuerdo antes de que no quede nada y para que pueda salvar lo que alguna vez se conoció como el Imperio Iraní (sic).»
Sin entrar en la discusión sobre si Israel y Estados Unidos coordinaron o no este ataque juntos, lo cierto es que Trump ahora está utilizando el éxito de los ataques israelíes para presionar aún más a Irán y someterlo a que se siente a discutir su programa nuclear. Se siente con el poder de hacerlo no sólo por el daño infligido en las últimas horas, sino por los exitosos golpes de los últimos meses con los que Israel diezmó las cúpulas de Hamas y Hezbollah, dos aliados regionales de Teherán, incluso con un asesinato selectivo en el corazón de la capital iraní.
El antecedente de la Franja de Gaza
La amenaza de Trump de que «Irán debe aceptar un acuerdo antes de que no quede nada» adquiere una connotación especial cuando Israel, con el apoyo decidido de Estados Unidos y el silencio o las críticas tibias del resto del mundo, permiten que la Franja de Gaza se convierta en un gran cúmulo de escombros y su población sea sumida a la mayor desesperación imaginable: la hambruna.
Por supuesto que Irán no es la Franja de Gaza. Irán es un país internacionalmente reconocido, con capacidades militares propias, una potencia regional con una población considerable, importantes reservas de hidrocarburos y con aliados importantes en el mundo. Sin embargo, en los últimos años, Israel le infligió un daño considerable a su estructura de poder regional -con ataques en Irak, Líbano y Siria- y ahora ha dejado bien claro que la estructura local también está significativamente infiltrada.
Pero la amenaza no parece querer asimilar la destrucción masiva en Gaza a lo que pueda suceder en Irán, sino advertir que la radicalización demostrada por las autoridades de Israel al defender un genocidio y una limpieza étnica a viva voz contra los palestinos puede ser volcada contra esa potencia islámica para profundizar aún más los ataques y escalar la confrontación como nunca antes se habían animado los dirigentes israelíes. Y, claro, que Estados Unidos está dispuesto a tolerarlo.