El viernes 6 de junio, supe por un colega que Inmigración y Control de Aduanas () había realizado redadas en varios lugares del centro de Los Ángeles. Estaba en una reunión cuando empecé a reconocer las imágenes y videos que mostraban cómo agentes federales invadieron en Ambiance, una tienda que mi madre ha visitado durante años para comprar mercancía para su pequeño negocio.
En ese momento, algo dentro de mí se rompió. Conozco esa tienda. Conozco a su personal. Conozco a las vendedoras que dependen de ella. Verla interceptada, observar cómo sacaban a las personas a la fuerza y no saber quiénes fueron detenidos o por qué, me provocó una angustia profunda y una sensación de descontrol y desesperación. Y no estaba sola.
Esa misma tarde, la gente empezó a reunirse en el centro de Los Ángeles. No sabíamos exactamente qué íbamos a hacer, solo sabíamos que teníamos que estar allí. Siempre he creído en la importancia de responder al llamado de mi gente, y hacerse presente, y aun con el pie fracturado, fui. No tenía claro qué íbamos a lograr, pero la cantidad de personas que se presentaron me devolvió la esperanza. En medio de tanto caos, eso fue lo que me sostuvo, ver la humanidad de quienes aún eligen la compasión, quienes aún se muestran para cuidar a los demás.
Esa noche supimos que al menos siete redadas habían ocurrido, y quizás más. Familias fueron separadas. Una jovencita gritó, “Te quiero mucho, apá” cuando los agentes se llevaban a su padre. Sus palabras siguen resonando en mi cabeza, especialmente al pensar en mi propio padre, que vivió indocumentado gran parte de su vida hasta su fallecimiento.
He trabajado en espacios de crisis. Entiendo el trauma, cómo te paraliza y al mismo tiempo te invade todo el cuerpo. Pero nada me preparó para lo desorientada que me sentí al ver lugares que conozco, barrios que frecuento, repentinamente invadidos por agentes de ICE. Fue como si el aire cambiará. Incluso al llegar a casa, mis emociones estaban enredadas, intentando procesar algo que mi cuerpo ya había absorbido.
Lo que estamos viviendo no es solo miedo. Es un tipo de trauma que reprograma tu sensación de seguridad. Que te quita el apetito. Que te hace hiper-atenta a cada auto que se detiene cerca de tu casa. No es algo abstracto. Se vive en el cuerpo.
Al día siguiente, vi transmisiones en vivo desde la ciudad de Paramount, apenas a unas cuadras del lugar donde mi familia ha vendido en el swap meet por años. ICE también estaba allí, así que me subí al auto, estacioné lejos y caminé atravesando gas lacrimógeno.  Cuando llegué, vi a gente herida. Escuché a un hombre explicar que le habían disparado en la cara con una bala de plástico. Vi a una mujer sangrando, probablemente impactada por una bala de goma, aunque no lo pude confirmar. Y aun así, ellos permanecieron allí, pacíficos, firmes, protegiéndose mutuamente.
Semanas después, esto solo ha empeorado. Los agentes de ICE siguen entrando a nuestras comunidades, a menudo de civil, sin identificarse. Detienen a las personas de forma repentina, sin causa ni explicación. Y aún así, nos dicen que nosotros somos la amenaza.
El presidente Trump movilizó a la Guardia Nacional. Medios y políticos nos etiquetan de “alborotadores”. Los medios ponen más atención al daño material que a las personas. Y yo sigo preguntándome ¿por qué culpamos a quienes están siendo lastimados, y no a quienes infligen el daño?
Seamos claros, esto es una forma de abuso doméstico sancionado por el Estado. No se trata solo de “aplicar la ley migratoria”. Esto es manipulación. Esto es miedo. Esto es dominación. Es un sistema con todo el , dirigido a las familias más vulnerables que trabajan, que aman, que pertenecen aquí. Es violencia disfrazada de legalidad.
Es exactamente la misma dinámica que quienes trabajamos en prevención de violencia doméstica nombramos en relaciones abusivas, poder y control, amenazas y aislamiento, destrucción de seguridad y agencia. Y como todo abuso, deja cicatrices duraderas. Puede que no veamos el impacto completo en años, pero eso no significa que no esté moldeando las vidas de niños, personas mayores, trabajadores y comunidades enteras.
Y esto ya está afectando a personas como mi madre. Ella es vendedora en el swap meet, pequeña empresaria. Desde que comenzaron las redadas, sus se desplomaron. Los clientes tienen miedo, el flujo de personas desapareció. Ella seguía asistiendo, no por sus ganancias, sino para que sus trabajadores pudieran seguir obteniendo ingresos. Eso es lo que significa solidaridad. Pero ahora, a medida que los swap meets empiezan a cerrar, para proteger a sus trabajadores y clientes, ha tenido que cerrar. Sin ingresos, sus trabajadores ya no reciben compensación. Ella aguantó lo más que pudo. Ese es el peso que están cargando los pequeños negocios.
Así que no, esto no es caos. Esto no es conducta desordenada. Esto es dolor. Esto es . Esto es la comunidad defendiéndose a sí misma contra un sistema abusivo, y debemos seguir presentándonos. Preséntate en las calles. Preséntate en los ayuntamientos. Preséntate en las luchas políticas.
Hay legislación pendiente en este momento que determinará lo que suceda próximamente, si ICE será contenido o desatado. El proyecto de ley H.R. 673la Ley de Reestructuración de ICE reduciría el poder de aplicación de ICE al separar la unidad de investigaciones (HSI) e imponer supervisión más clara. Mientras tanto, H.R. 1, conocido como el “One Big Beautiful Bill”, ampliaría drásticamente el alcance de ICE, inyectando miles de millones para detenciones, deportaciones y vigilancia, mientras recorta fondos de programas sociales. Ya ha sido aprobado por la Cámara y ahora va al Senado, con una votación esperada antes del 4 de julio.
¿De qué lado estará tu representante? ¿A quién escucharán? La presión que ejerzamos importa. El silencio que rompamos importa. Porque conocemos la verdad. Y no permitiremos que se entierre. Seguimos presentándonos, porque tenemos que hacerlo.

Dejar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí