Todo empezó con una taza. Alguien la dejó sucia en el fregadero común. Nadie dijo nada. Al día siguiente había dos. Luego, un plato con restos de comida. Una servilleta grasosa. Para el viernes, el lugar parecía zona sin ley. Lo que era una oficina funcional se volvió un sitio hostil, donde cada quien operaba a conveniencia: si el otro no lava, ¿por qué yo sí?

Ese gesto -pequeño, insignificante, doméstico- condensa una forma de descomposición social. La taza sucia no es el problema: es el síntoma. Es la primera ventana rota, la grieta inicial por la que entra la negligencia, la anomia, la costumbre de dejar hacer. Si entendemos este fenómeno, tendremos muchas explicaciones de lo que pasa en la sociedad mexicana, pero también un camino para contagiar actitudes y corregir el rumbo.

La ya clásica teoría de las ventanas rotas, formulada por Wilson y Kelling en 1982, propone que, si en un entorno urbano una ventana rota no se repara, pronto otras estarán rotas. El descuido se contagia, el desorden se replica. Pero lo más alarmante no es el deterioro físico, sino la señal cultural: aquí no importa. Aquí nadie cuida. Aquí se puede. En este argumento baso mi terquedad de insistir en poner orden y ley en materia de conducta vial para iniciar un cambio nacional, considerando que la vía pública es un gran teatro de lo permisible o lo punible.

La taza sucia es eso: el anuncio tácito de que nadie observa, de que nadie va a intervenir, de que el espacio común se ha vaciado de responsabilidad colectiva y de que, aunque haya ley, «aquí se puede».

Durante décadas ciertos espacios fueron resistentes al deterioro moral (conste: no generalizo, sigue habiendo profesionales íntegros). Las notarías, por ejemplo, eran templos de solemnidad, trinchera de la legalidad. El médico, portador del juramento hipocrático, representaba un límite: no todo puede lucrarse, no todo puede falsificarse. Hoy, ya no. Hoy vemos cómo algunos notarios otorgan poderes apócrifos, cómo se simulan testamentos, cómo se registran propiedades al margen del procedimiento legal. El registro público no encuentra lo que el notario asegura haber hecho. Y el notario, en vez de dar explicaciones, hace mutis. Es la taza sucia sobre el escritorio de caoba.

En el sector médico la cultura mercantilista mancha las batas blancas. Hablo del profesional que ha hecho de la salud no un fin, sino su modelo de negocio. Médicos que piden comisión por referir a colegas, a laboratorios, por recetar ciertos medicamentos; médicos que hacen intervenciones quirúrgicas innecesarias, médicos que, en contubernio con el paciente, comenten fraude contra las compañías de seguros (provocando un mayor costo en las pólizas, por cierto).

Somos testigos cotidianos de la degradación moral disfrazada de costumbre. La rapiña al camión accidentado, los franeleros que se adueñan de la vía pública, el padre que miente por su hijo para justificar una falta escolar, el desarrollador inmobiliario que construye de más (prefiere pagar la multa, si llega), el político que «desvía» (genial eufemismo) recursos, el juez que decide salirse a tiempo para inducir un resultado en la corte, el empresario que no paga impuestos y más. Lo que ayer escandalizaba, hoy es trámite.

El problema no es que existan los deshonestos. El problema es que la taza lleva días en el fregadero y nadie dice nada. El problema es el contagio. El problema es la imitación. Porque todo lo que no se señala y no tiene consecuencias, se repite. Y todo lo que se repite, se normaliza. Cuando las normas pierden eficacia, entramos a un estado social de anomia, una que no es grito, ni caos: es silencio cómplice. Es dejar la taza en el fregadero porque todos lo hacen. Es el «¿yo por qué?» que se ha vuelto regla.

En un país donde lo ilegal ha aprendido a disfrazarse de costumbre, donde la sociedad en general está llena de tazas sucias que nadie recoge, tal vez haga falta volver al gesto mínimo. No para idealizarlo, sino para entender que la decadencia empieza así: por lo que no se corrige. Por lo que se deja pasar.

Hace falta alguien que lave la taza. Porque cuando uno la lava, algo se restaura. No es solo limpieza: es señal. Es decir: aquí sí importa. Aquí sí hay reglas. Aquí no se puede todo.

@eduardo_caccia

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