Nací en 1964, desde temprana edad me enseñaron que los logros no caen del cielo, que no debería esperar a que me regalaran nada. A los 5 años entre a la primaria del Colegio Simón Bolívar, con más de 50 alumnos; al final del curso se entregaban tres medallas, una de excelencia a los mejores promedios, una de honor por disciplina y una de vales, que premiaba a los que más acumulaban estas tarjetitas se entregaban durante el año por méritos.

Esto me fue preparando para lo que venía hacia el futuro, exámenes en donde los que obtenían el puntaje más alto seguían avanzando. Después entré a la carrera de medicina, no todos conseguían ser admitidos, lo cual no es injusto, es tan solo la selección que se debe ir haciendo para lograr que los que teníamos vocación, bases académicas y disciplina para el estudio obtuviéramos el título. La competencia no terminó ahí, nuevos exámenes para entrar a la especialidad, para poder hacer una subespecialidad en los Estados Unidos. Al final la lección era, si quieres lograr más, tienes que estar dispuesto a dar más.

En tiempos de inmediatez, discursos vacíos y soluciones por azar, hablar de preparación puede sonar anticuado. Pero hay terrenos -como la medicina- donde improvisar no es solo irresponsable, sino letal. La medicina no admite atajos. Desde tiempos de Constantino en la antigua Roma se crearon comités que evaluaban a los médicos para que al menos hubiera evidencia de conocimiento por parte de quienes aspiraban a ejercer la medicina. Tiempo después se entendió que el empirismo debería de sustituirse por algo más poderoso: el método científico.

Para el Gobierno de la transformación la competencia es mala, se premia la mediocridad, escudándose en la bandera de la igualdad. Tenemos que partir de la realidad de que nadie es igual a otro, que las oportunidades no deben de regalarse o estar sujetas a tómbolas. Los puestos se ganan con esfuerzo, estudio, disciplina. No todos pueden ser medallistas de oro de 100 metros planos. El balón de oro solo lo gana un jugador de futbol. El campeonato del mundo, solo un equipo. La competencia es parte de nuestra historia: solo un espermatozoide fecunda al óvulo; millones se quedan en el camino. La naturaleza puede ser cruel, pero va seleccionando a los más capaces, los más hábiles, los más fuertes, y a los que más se adaptan a las circunstancias.

El daño que provocará la enfermedad de la mediocridad es inmediato, pero con gran repercusión hacia el futuro. Inmediato porque la gente preparada, disciplinada, tendrá que enfrentarse a políticas en donde todo su esfuerzo no vale. El azar y lo que es peor, la posibilidad de que a través de esas mañas se coloquen a personas que, por familiaridad, por corrupción o por amistad ocupen los puestos de quienes realmente lo merecen. Para el futuro se premia a aquellos que no están dispuestos a realizar el menor esfuerzo, sabiendo que al final tendrán las mismas oportunidades que si se sacrifican en el estudio. La tómbola no valora el esfuerzo. Por otro lado, el mensaje para las nuevas generaciones es terrible. Quién estará dispuesto a dejar la comodidad por la disciplina, la pereza por el trabajo. Un sistema educativo que hoy no permite a los maestros reprobar.

Los encargados de la justicia ahora son los que tuvieron más suerte, más amistades con el Gobierno, y son los que seguramente aportarán la sumisión como principal característica. La enfermedad de la mediocridad es como la humedad, se impregna en las paredes, expandiéndose rápidamente. Para curar este mal hay que romper el muro contaminado antes de que alcance a toda la construcción. La única forma de entender a aquellos que promueven esta enfermedad, la de la mediocridad, es entendiendo que ellos están gravemente enfermos de lo mismo.

X: @DrPacoMoreno1

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