Nos quieren mudos, pasivos, ignorantes e indiferentes
Una condición de existencia para el fascismo, en todas sus versiones, es su necesidad imperiosa de legitimación de masas. Su contemporánea imagen, moderna y desinhibida, no logra ocultar su naturaleza brutal y criminal. El autoritarismo y la arbitrariedad, el fomento del odio y la división está en sus genes, pero busca la justificación en un supuesto respaldo popular.
El factor humano
Donde las fuerzas de extrema derecha de carácter fascista se van imponiendo, el apoyo de importantes sectores de la población resulta imprescindible. Ganar esa “popularidad” deviene condición necesaria para su narrativa de legitimación y respaldo a sus acciones crecientemente inconstitucionales, violadoras de las reglas e instituciones que les permitieron previamente llegar al poder.
El respaldo popular es una necesidad para las corrientes que, de norte a sur del continente americano, aparecen con un lenguaje desafiante, apelando a los sentimientos más bajos de la sociedad, al odio, el resentimiento, las frustraciones, el miedo, las envidias y disputas de orden religioso, económico, racial, laboral, o a cualquier otro elemento que permita polarizar sociedades desesperadas, frustradas y desconfiadas de todas las recetas políticas previas. Exacerbando esas diferencias, eligen un objetivo social como culpable de todos los males. La complicidad de amplios sectores resulta necesaria, la indiferencia de otros, también.
No han cambiado tanto las cosas desde los tiempos de los nazis alemanes a los libertarios argentinos, desde los fascistas italianos a los bukeleanos salvadoreños. También Trump es un claro exponente de esas tácticas, con los inmigrantes como centro de los odios locales, y China como foco de su victimización internacional.
En todo caso, desde la óptica del neofascismo, el apoyo del pueblo tiene acotadas sus funciones. Necesitan apoyo, pero acrítico, es decir, el respaldo proveniente de sujetos pasivos, condicionados por mensajes mediáticos a través de redes sociales. El fascista del siglo XXI necesita masas subordinadas y sumisas, que no cuestionen ni piensen. Emociones como las mencionadas, -el odio, el rencor, las frustraciones-, juegan un papel determinante en sostener y justificar esa narrativa fascista.
Para obtener apoyo masivo de ese tipo, el neofascismo requiere sociedades cuyas generaciones hayan abandonado gradualmente su interés por el estudio, la lectura, las artes, las ciencias, la superación en cualquier sentido intelectual. Basta con leer los mensajes del sistema, y reproducir aquellos que los medios masivos al servicio del régimen propagan con insistencia. Tampoco es menor el papel que juegan las sectas más reaccionarias del ámbito religioso, que justifican en cada caso esas acciones, y se encargan de difundir mensajes de confianza y resignación.
Por eso, una de las áreas a desmontar por las nuevas generaciones de gobiernos fascistas es la educación, deteriorando sus formas públicas, quitando presupuesto a sus estructuras (pero justificando esa política en la negligencia de gobiernos anteriores, mientras pretende en su narrativa estar trabajando por una nueva educación). Bukele y sus fallidos programas de reconstrucción de escuelas, mientras despide docentes y desfinancia el sistema, resulta un ejemplo notable.
Limitan los presupuestos de educación terciaria y superior, debilitan la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, o atacan sus fundamentos, como lo expone la confrontación de Trump con Harvard y otros centros de altos estudios que no se le subordinan. O desmontan estructuras de investigación científica de calidad, a partir de una política neocolonial que facilita la fuga de cerebros hacia los centros de poder, como el caso de las políticas de Milei con el CONICET y otros centros de investigación científica.
Son sociedades des-educadas[1], en ciertos casos insuficientemente formadas desde el punto de vista de la educación tradicional, en otras, víctimas de un proceso de deterioro educativo programado; son sociedades (o al menos sectores importantes de la sociedad) proclives a ser manipuladas y llevadas a altos niveles de pasividad, confiando en que el líder no solo obra en bien del pueblo, sino que, de algún modo, es la viva representación de la voluntad de dios.
En estos regímenes, la deserción escolar no supone mayor problema. La eliminación de la memoria histórica, el negacionismo, cuando no la re-escritura de la historia acorde a la visión conservadora neofascista, es otro elemento a tener en cuenta.
Aunque suene como una fantasía de política ficción, es esto lo que se puede apreciar, no solo en el voto masivo que respalda a estas corrientes extremistas para llegar al gobierno, sino en la continuidad del apoyo, aunque ya en funciones esos gobiernos olviden lo prometido, sobre todo en lo relativo a mejores condiciones de vida para el pueblo.
Estos modelos suelen avanzar en un solo punto programático, el cual tratan de cumplir para cabalgar sobre ese éxito durante el resto del tiempo, transformando el gobierno en una permanente campaña electoral.
Bukele lo hizo explotando su política de seguridad, aunque para ello haya negociado en secreto con los peores grupos criminales que decía combatir. En todo caso, lo que esgrimió como un éxito, lo sigue explotando para fortalecer su imagen interna, aunque en el exterior esa imagen se siga deteriorando, al revelarse las violaciones a los derechos humanos, las torturas y muertes en las cárceles, su persecución salvaje contra inocentes, contra ambientalistas, campesinos, defensores de derechos humanos, periodistas e instituciones que buscan fiscalizar los manejos de fondos públicos, e investigar las denuncias de corrupción generalizada atribuida al clan familiar de gobierno y su entorno.
Milei lo hizo con el combate a la inflación y culpabilizando a “la casta”. Los datos macro en materia de lucha contra la inflación le granjearon el aplauso de los mercados, que no reparan en el hecho que todas las medidas fueron impuestas sobre las espaldas de un pueblo empujado a la miseria y al sacrificio inhumano.
Para Trump, fueron los migrantes los chivos expiatorios y la necesidad de generar trabajo y productividad en EEUU las bazas principales para, supuestamente, mejorar las condiciones de vida de la población blanca trabajadora. Aún no logra montarse en esos «éxitos».
En los tres casos, y aunque en todos haya caídas en los niveles de aceptación, lo cierto es que las cifras siguen mostrando apoyo considerable de importantes sectores sociales a estas gestiones; así, resulta determinante el papel que juegan esos sujetos pasivos como plataforma para seguir impulsando políticas extremistas de derecha, no solo profundamente reaccionarias sino de un marcado corte antipopular.
No se trata solo de aquellos lugares en los cuales el fascismo de nuevo tipo ya gobierna, o de gobiernos en proceso de fascistización, sino de las posibilidades de su expansión. Así, Bolsonaro y su grupo permanece en un posible empate técnico frente a la socialdemocracia de Lula en Brasil, mientras se mantienen las posibilidades que en Costa Rica se pueda reproducir el modelo salvadoreño, o que incluso República Dominicana y Panamá profundicen su giro a la derecha. Podemos sumar a estas realidades el militarismo mercenario de Noboa en Ecuador, y el régimen peruano, impune de todos los crímenes cometidos desde el golpe contra el legítimo presidente Castillo y su pueblo.
Sociedades sumisas e indiferentes al dolor ajeno, con altos niveles de deterioro educativo a partir de la desfinanciación programada de la educación pública, que acelera el retorno hacia viejos esquemas educativos elitistas y clasistas. Sociedades pasivas y fácilmente manipulables, que prefieren conceder libertades a cambio de cierto alivio de sus miedos y temores.
El autoritarismo permea nuestras sociedades; el debilitamiento de la justicia, cada vez más al servicio directo del poder, las hace vulnerables y otorga una falsa sensación de seguridad a quienes no critican u opinan acerca de lo que sus gobiernos hacen. Recientes encuestas en El Salvador aseguran que 6 de cada 10 salvadoreños piensan que opinar de política y sobre el gobierno te puede llevar a la cárcel.
Aplastar toda disidencia
Desde el mes de mayo en El Salvador se vive una escalada en el clima de terror y persecución contra cualquier forma de expresión o denuncia antidictatorial. Al arresto de familiares de activistas críticos del régimen, se une la continua fuga de defensores de derechos humanos y otros críticos ante amenazas claras de ser capturados. Ahora presenciamos una vuelta de tuerca, al perseguir y capturar estudiantes adolescentes en connotados institutos nacionales.
Organizaciones defensoras de derechos humanos señalaron que las recientes capturas de 40 jóvenes, entre estudiantes y ex estudiantes del Instituto Nacional Francisco Menéndez (INFRAMEN), el Instituto Nacional Técnico Industrial (INTI) y el Instituto Nacional Albert Camus, sigue el mismo patrón de “capturar a personas inocentes”.
¿La causa de estas detenciones? La policía y la fiscalía no esgrimen más pruebas que la sospecha que estos jóvenes podrían violar alguna ley en el futuro. Ya vendrán, sin duda, los cargos inventados. Hoy en El Salvador ni siquiera es necesario ser sospechado de violar la ley. La posibilidad de hacerlo en el futuro es suficiente para ser lanzado al agujero negro del peor sistema penitenciario del planeta. Por eso tiene las tasas de encarcelamiento más alta del mundo, con 1,659 presos por cada 100,000 habitantes, y los centros de detención funcionan a más del 160% de su capacidad.
Esto es fascismo con todas las letras, al que podemos sumar otro componente: el periódico del gobierno, el diario que la ciudadanía paga con sus impuestos solo para recibir propaganda oficialista, se dedica a imponer el sentido común del odio desde su portada: “Padres de alumnos apoyan redadas en los institutos” titula en tipografía catástrofe para justificar lo injustificable. El previsible resultado, miles de seguidores de las cuentas oficiales del régimen defendiendo la medida en las redes sociales, exhibiendo su odio; un linchamiento civil que condena y pide la cárcel para cualquiera que se atreva a defender a esos jóvenes en uniforme escolar, automáticamente definidos como “delincuentes”.
El odio instaurado como componente esencial de la insolidaridad y el individualismo extremo. Esa es la impronta que el régimen fascista imprimió a la sociedad salvadoreña. Por ahora, se sienten envalentonados por el respaldo de su socio estratégico, un personaje de la misma calidad moral, al frente de la Casa Blanca. Olvidan, sin embargo, que cada día que pasa, el suelo debajo del supremacista es más inestable, y que cuando éste caiga en desgracia arrastrará a sus cómplices. No es difícil suponer quienes estarán en esa lista.
La crisis económica, el hambre a que someten a sus pueblos, la represión indiscriminada y la persecución, generan las condiciones para su propia caída y, sobre todo, para la organización popular que permita avanzar sobre las cenizas del régimen a un modelo superior de gobierno, donde el bien superior de la sociedad y la nación prevalezcan sobre los mezquinos intereses de tiranos y déspotas.
El fascismo nos quiere mudos, pasivos, ignorantes e indiferentes ante la injusticia y la maldad. La mayor derrota que los pueblos podemos infligir al fascismo en cualquiera de sus formas es, justamente, no callar, combatir activamente la indiferencia, educarnos y educar para que los neofascistas ya no puedan seguir escribiendo nuestra historia, y que este capítulo negro para la humanidad se supere de la única forma posible, con la derrota sin atenuantes de los que defienden la muerte, la represión, la injusticia para asegurar el lucro miserable de una élite desalmada, que habla en nombre del pueblo mientras se enriquece a costa de sus miserias.
[1] Ver Chomsky y la (des)educación. Título original: Chomsky on MisEducation, Noam Chomsky, 2000.