“Los problemas de la democracia se resuelven, con más democracia“. Esta es la conclusión del manifiesto por la democracia, publicado el pasado fin de semana por los presidentes Gabriel Boric (Chile), Pedro Sánchez (España), Gustavo Petro (Colombia), Lula da Silva (Brasil) y Yamandú Orsi (Uruguay) al término de su cumbre sobre la defensa internacional de la democracia.
La preocupación compartida de los mandatarios está en el avance de gobiernos y actores políticos de ultraderecha alrededor del mundo. En Estados Unidos, con la presencia de Trump, pero también en América Latina con gobiernos como el de Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en EL Salvador o Daniel Noboa en Ecuador; en Europa en países como Italia, Hungría, Finlandia, Estonia y Polonia.
Este grupo tiene su origen en una reunión que tuvo lugar en septiembre en 2024 en Nueva York, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, que convocaron Pedro Sánchez y Lula da Silva para promover una alianza de fuerzas progresistas en contra de los extremismos. De acuerdo con el manifiesto en mención, los integrantes de este grupo se reunirán el próximo septiembre en Nueva York para formalizar el grupo y definir su plan de acción.
El día de ayer el presidente de Chile anunció que siete nuevos miembros habían aceptado integrarse a este grupo: México, Honduras y Canadá, de América; Gran Bretaña y Dinamarca, de Europa; Sudáfrica y Australia.
Interesante la diversidad geográfica de los integrantes, aunque ciertamente predominan los latinoamericanos (6) seguidos por los europeos (3) y por Canadá, Australia y Sudáfrica. Llama la atención la heterogeneidad en lo que hace a la calidad de las democracias participantes. De acuerdo con el índice de democracia de The Economist, solo seis de los 12 países tiene calificación por encima de 8: Dinamarca (9.28); Australia (8.85); Canadá (8.69); Uruguay (8.67); Reino Unido (8.34) y España (8.13).
De los otros seis países, solo Chile (7.83) se encuentra entre 7 y 8, el resto están por debajo: Sudáfrica (7.16), Brasil (6.49), Colombia (6.35), México (5.32) y Honduras (4.98). Este dato resulta significativo pues aunque algunos países no son precisamente ejemplo de democracia, a sus actuales gobiernos parece preocuparles el tema y quienes los invitaron consideran que algo podrían aportar. El gobierno de México aceptó participar aunque su presidenta se disculpó por no poder asistir a la cumbre del pasado fin de semana y mencionó que aún no decide si estará en la Asamblea General de Naciones Unidas.
En el manifiesto los mandatarios hacen un apunte que resulta crucial: “La historia nos ha demostrado una y otra vez que la democracia es el mejor camino posible para garantizar la paz, la cohesión social y las oportunidades para todos” y enfatizan la participación activa de las sociedad civil organizada en la construcción y fortalecimiento de las democracias.
Si bien resulta difícil contravenir esta máxima, el grupo defensor de la democracia habrá de enfrentar dos grandes retos para justificar su existencia y no perder credibilidad. El primero es la definición más precisa de la democracia que defienden. Para muchos la democracia se acota a llegar al poder por la vía electoral, lo que le otorga legitimidad democrática a cualquier acción de gobierno. En la práctica hemos visto como gobiernos que llegan por la vía electoral, al paso del tiempo se convierten en regímenes autoritarios mediante la cooptación de los otros poderes del Estado, la limitación del ejercicio de las libertades, la ausencia de transparencia y de rendición de cuentas. Se convierten en democracias nominales; en lobos disfrazados de ovejas.
A esto debe sumarse el factor ideológico. Los extremismos pueden ser de izquierda o de derecha, adjetivos que tampoco resulta fácil definir y menos de lograr consenso en torno a ellos. ¿Es posible hablar en estricto sentido de democracias de extrema derecha? ¿de extrema izquierda? Los gobiernos convocantes se asumen como progresistas. ¿Qué significa ser progresista en el mundo actual?
El otro gran reto radica en las medidas a adoptar para alcanzar el objetivo de contener la proliferación de gobiernos de extrema izquierda o derecha y para fortalecer las actuales democracias y vacunarlas contra los virus del autoritarismo. Así como en el siglo XX el gran reto era la construcción de las democracias, ahora el gran reto es no perderlas. ¿Cómo blindar las democracias para garantizar su permanencia? ¿Tiene que ver la respuesta más con los pueblos que con los gobiernos?
Más allá del futuro que pueda tener esta iniciativa, la preocupación que la sustenta obliga a buscar por todos lo medios posibles respuestas a las preguntas que subyacen hoy en día en torno a la calidad de las democracias.