La llegada de inversiones a México, principalmente por el nearshoring, está generando un aumento acelerado en la demanda de energía en regiones como el norte y el Bajío. Sin embargo, la zona está en riesgo de presentar un “cuello de botella energético”, debido a que la infraestructura eléctrica de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) ya opera en condiciones de saturación.
Marcos Ripoll, CEO y cofundador de Solar180, aseguró que hasta ahora se han registrado limitaciones para crecer al mismo ritmo que los parques industriales, una situación que podría frenar la oportunidad que tiene el país para convertirse en un hub industrial, por lo que urgió en la necesidad de impulsar el potencial de radiación solar con la que cuenta el país.
“Recientemente, el país sumó aproximadamente 1.1 gigawatts de nueva capacidad fotovoltaica, situándose entre las 34 naciones que aumentaron su capacidad solar en más de un gigavatio ese año. Además, la capacidad de generación distribuida de México creció más de 35%, de acuerdo con la Comisión Nacional de Energía (CNE). Estas cifras reflejan el potencial de una industria que encuentra en la abundancia de irradiación solar del país una ventaja competitiva frente a otros mercados, colocando al país entre los diez principales destinos emergentes para inversión solar a escala global”.
El directivo insistió en que es necesario aprovechar el crecimiento actual para dar visibilidad al potencial económico y financiero de la energía solar, a fin de contribuir al desarrollo y competitividad industrial, esto al mismo tiempo que se reducen los riesgos estructurales del sector eléctrico en el corto plazo, pues, aun cuando se han anunciado importantes proyectos por parte de la CFE y el gobierno federal, los beneficios se verán en el mediano y largo plazo.
Reconoció que la presión por reducir costos ha derivado en prácticas que merman la competitividad del país, que van desde la instalación de equipos no certificados y de baja durabilidad, hasta diseños incorrectos que comprometen el rendimiento de los sistemas.
“El impacto de estas malas prácticas se refleja en pérdidas económicas para los inversionistas, menor ahorro real para las empresas compradoras de energía y la erosión de la confianza en un sector que debería ser parte de la solución al reto energético, no un nuevo foco de incertidumbre”.